La exhibición de las fotos con las lesiones y quemaduras que infligieron al anciano, el crudo relato de los investigadores de la Guardia Civil que inspeccionaron la casa y se entrevistaron con él y la exposición de los forenses de las causas de la muerte pusieron de manifiesto la brutalidad y la violencia con que se emplearon los acusados. Pero en la segunda sesión del juicio contra los 4 imputados por torturar y asesinar a Francisco Manzanal se conocieron detalles que hablan de su absoluta torpeza, al menos de tres de ellos.
Usaron guantes para maniatar, golpear y abrasar con una plancha a la víctima aquella noche del 14 de noviembre de 2011, a fin de no dejar huellas en la vivienda. Sin embargo, fueron halladas colillas y botellines de cerveza con sus restos biológicos. El laboratorio de criminalística de la Guardia Civil de Madrid ha hallado vestigios de ADN de Laurentiu I., Eugen I. y Calin F.. Esas pruebas constatan que compartieron cigarrillos y obligaron al anciano a beber de las mismas botellas que ellos mientras le maltrataban con saña. Además, en la casa del último, en Amorebieta (Vizcaya), apareció una cazadora con restos de sangre de la víctima, así como la aspiradora que robaron de la vivienda de la vecina de Francisco Manzanal el mismo día.
De Romeo A. no fue hallado ningún perfil genético en la casa del octogenario, aunque en la alfombrilla del coche de su propiedad, con el que se desplazaron hasta Palazuelos de Villadiego, sí que fueron encontrados rastros de sangre del fallecido. Su abogado insistió en la vista de ayer en que su defendido no estuvo allí, que alquiló el vehículo a terceras personas.
A este cuarto acusado le identificó la víctima en la rueda de reconocimiento con fotografías que practicó la Guardia Civil en el hospital Río Hortega de Valladolid, cuando el anciano encontraba ingresado en la Unidad de Quemados. El investigador que la llevó a cabo explicó que al verle se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo hablar, tan solo señalar su retrato con el dedo. Luego diría que fue el primero en pegarle. A pesar de que en su declaración en aquellos días el octogenario señaló que había trabajado en su casa en verano, el agente de la Benemérita reconoció que no, que este acusado no había formado parte de la cuadrilla que ejecutó las reformas en su domicilio en verano de 2011.
Los letrados cuestionaron el modo en que la Guardia Civil llevó a cabo la identificación de los acusados por fotografía. Preguntaron a los investigadores por qué solo le enseñaron las fotos de dos, de Eugen I. y de Romeo A. El instructor del caso contestó que quizás porque la víctima había declarado antes haber visto solo el rostro a dos de sus torturadores. Al haber reconocido a dos dieron por finalizado este instrumento de prueba.
La Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Guardia Civil reunió otra serie de indicios que involucran directamente a algunos de los acusados en los hechos. El Rover 75 que algunos vecinos del pueblo vieron el día de los hechos, paró a las 4,30 de la madrugada del 15 de noviembre en el área de servicio de Ameyugo, para repostar. Las cámaras captaron su presencia y la matrícula coincidía con la del automóvil de Romeo A.
Este imputado también fue grabado por la cámara de seguridad de un cajero automático de Amorebieta, situado a escasos 50 metros del portal de su casa, según detalló el instructor de las diligencias. Utilizó la tarjeta de la víctima para sacar dinero.
El sargento de la Benemérita explicó qué les condujo a sospechar de los acusados. Supieron desde el principio que los autores conocían la comarca, «una zona apartada a la que nadie llega por azar». Los habitantes del pueblo y los alrededores quedaron descartados. Había que centrarse en cuadrillas de albañiles que hubieran trabajado recientemente, lo que les llevó hasta un capataz de nacionalidad rumana que desde un principio «tuvo claro» que Laurentiu I. estaba implicado. Además de haberlo tenido a sus órdenes en Palazuelos de Villadiego, vivía, como él, en Amorebieta, y conocía a sus amistades, «que se dedicaban a robar».
A partir de esta pista, la Guardia Civil organizó vigilancias y seguimientos que culminaron con la detención de los cuatro acusados y la entrada y registro de sus casas y el Rover 75 en el que viajaron hasta Burgos. Uno de los letrados sugirió que este compatriota, testigo protegido en la causa, podría haber estado involucrado en los hechos, «pues tenía las llaves de la casa de la vecina y se las devolvió el mismo día del suceso». Asimismo, aludió a la denuncia que la familia de Romeo A. presentó contra él en Rumanía por un presunto delito de acoso sexual a la hermana del acusado.