La abuela Carmen reformó la casa del pueblo y la convirtió en un delicioso lugar donde sus nietos pasasen los veranos. Cultivó el jardín, limpió los dos pisos y los llenó de cajones para guardar los zapatos. Porque eso es algo que no tolera, que los zapatos estén tirados por los pasillos. Les enseña a hacer las camas, a meter la ropa a la lavadora y a doblarla cuando está limpia.
Durante un mes entero, Carmen se encarga de sus 12 nietos, ella sola. Algún verano ha contratado a una monitora o le ha ayudado su sobrina, de 17 años. «Pero yo suelo hacerlo todo- cuenta Carmen, muy risueña- Les hago la comida, les enseño a pintar, a interpretar los mapas y también es obligatorio escribir un relato literario cada verano». Al final de su campamento, los nietos representan una obra de teatro. «Es el festival de despedida. Desde el primer día, lo van organizando y hacen los ensayos. Eso les tiene entretenidos y contentos», afirma.
La abuela Carmen es el pilar que sostiene la familia. No solo organiza estas reuniones veraniegas, donde los nietos pueden estar todos juntos, sino que durante el resto de verano los cuida por las mañanas en la ciudad. «Los hijos que tengo en Burgos trabajan por las mañanas, así que me dejan a mí a los nietos», explica Carmen. La situación lo corrobora. Son las 11.30 de la mañana en el parque Virgen del Manzano. La abuela sostiene una bolsa de la compra y a su lado corretean dos niñas de ojos azules, de 5 y 7 años.
«Los papás me las dejan en casa a las 8.45 de la mañana, ya desayunadas. Entonces yo me las llevo a hacer la compra y a la vuelta nos quedamos en el parque. Ellas están jugando durante una hora, les doy el almuerzo y después se suben a casa, a ver Violeta». Carmen se refiere a la nueva telenovela para niños que emite Disney Channel. «Mientras ven la televisión, yo aprovecho para hacer la comida. Ellas comen primero, prontito, y se van a echar una siesta».
Los padres las recogen después de comer, cuando han terminado su jornada. Carmen asegura que para ella no son un estorbo. «¡Pero si yo estoy encantada!- exclama sonriendo- Mi lema toda mi vida ha sido este: ‘La proximidad a los demás te hace entenderles, ayudarles y enriquecerte tú mismo’. Con mis nietos, soy feliz y tengo la suerte de estar jubilada y tener una pensión, que me deja disfrutarlos». Mientras habla, una de las niñas le ruega que mire cómo se tira por el tobogán. Carmen interrumpe su discurso hasta que la niña llega al suelo.
«Yo no entiendo a la gente que se queja porque en vez del 2% nos han subido el 1% las pensiones- reconoce.- Al menos nos viene dinero a casa. A otras personas no les llega nada y están mucho peor».
Las abuelas y los abuelos pueblan los parques, los paseos y los supermercados. Siempre de la mano con sus nietos. A veces, empujando cochecitos de bebé. Sobre todo por las mañanas, las abuelas son el bote salvavidas de muchas familias trabajadoras.
Es también el caso de María Luisa, que vigila a sus dos nietas desde el banco de madera. Las niñas se columpian en el balancín y dan chillidos de alegría. Mientras tanto, María Luisa tiene entre los brazos al nieto más pequeño, Lorenzo, todavía con chupete. «Yo me quedo con los nietos todos los días, de 8 a 3 de la mañana», cuenta María Luisa.
A su lado, su amiga Máxima pide a Lorenzo que dé palmas. El niño ladea la cabeza y se echa a reír. «Se lo pasan estupendo en el parque- comenta Máxima.- Si los nietos se quedan con la abuela, los padres están tranquilos».
el truco del yogur. Ana tiene dos nietos de 6 y 8 años. Los saca a pasear todos los días a las siete de la tarde, cuando sale de trabajar. Ana limpia hogares. Está contratada en tres casas al mismo tiempo, que se reparte entre mañanas y tardes. Cuando llega a casa, deja la bata y coge el bolso de calle. Recoge a sus nietos de la casa de la vecina y se los lleva a dar un paseo por la Plaza Mayor. Los padres trabajan y no pueden ocuparse de ellos en verano.
«Antes les dejaban en el colegio- cuenta Ana.- Los apuntaban a fútbol, a dibujo, y así estaban entretenidos. Pero ahora que están de vacaciones, me encargo yo».
Los nietos le tiran de la manga y le ruegan un yogur helado. «Todas las tardes quieren tomar uno. Ya les digo que de tanto yogur helado se les va a poner la cara blanca», y se echa a reír. No parece que a sus nietos les haga gracia. «Lo que hago para poder comprarles yogur a los dos- explica Ana- es ir a tiendas en las que, cuando compras una tarrina, te regalan un ticket de descuento para la siguiente. Así los voy acumulando y cada poco tiempo me sale un yogur gratis- la mujer revuelve el pelo de uno de los pequeños.- Porque pagárselos siempre yo… Pues no me da, ¿sabes? No me da el bolsillo».
La abuela en la piscina
El caso de Vicenta es muy llamativo. Ella es viuda desde hace más de una década y no tiene el apoyo de su marido para cuidar a los pequeños. Sus 5 nietos son muy revoltosos y confiesa que le revuelven la casa a la menor ocasión. «Tienes que sacarlos fuera, a la calle. Si estuviera aquí mi esposo, les llevaría a Fuentes Blancas en coche, que allí pueden jugar. Pero yo ando sola y me las tengo que apañar como puedo».
No crean que Vicenta ha pedido ayuda. En absoluto. La abuela Vicenta, a sus 74 años, ha preparado los bocadillos de salchichón y enfilado la marcha hacia las piscinas de San Amaro. «Son las que más cerca nos pillan de casa. Así yo no andaba mucho, porque ya sabía que una vez dentro, me iban a hacer falta las fuerzas», relata.
El día transcurrió mejor de lo esperado. «Los tenía a todos a la vista, jugando en una esquina de la piscina, y yo podía quedarme a la sombra vigilándolos». La abuela Vicenta incluso se atrevió a probar el agua. Los nietos le cogieron de la mano y corearon su nombre hasta que metió un pie en la piscina. «Si es que yo no puedo irme a lo profundo, porque me ahogo- sostiene Vicenta- Pero yo les veía tan contentos y animados que, bueno, me remojé un poco junto a la escalerilla».
Cuando los niños llegaron a casa, fueron directos a la cama. Sus padres trabajan todo el día y solo ven a los pequeños por la noche. «Si yo no estuviera, les mandarían a un campamento o algo así. Pero claro, eso te dura quince días como mucho. El resto del verano, ¿qué haces?».
La pregunta de Vicenta se la plantean muchas familias. Si los abuelos faltan, los niños terminan frente a la pantalla del televisor o pasando por las manos de diversas cuidadoras. Vicenta se queda pensativa un momento y después exclama: «¡Que quien tiene una abuela, tiene un tesoro!».