Reclaman medidas para ayudar a los más de 200 escolares con TDAH

Raúl Canales / Miranda
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Las familias recuerdan que es el trastorno más común entre los menores y piden que en los colegios se apliquen protocolos de actuación que eviten el fracaso académico de los alumnos que lo padecen

 
Han cargado siempre con el estigma de ser los revoltosos de la clase, los niños nerviosos que molestan a sus compañeros, interrumpen al profesor y se despistan con frecuencia. Y es que han tenido que pasar muchos años hasta que por fin se ha puesto nombre al trastorno mental más común en edad infantil, ya que el Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) afecta a más de un 6% de los menores, lo que en la ciudad se traduce en cerca de 200 casos si se aplica el porcentaje al total de alumnado. 
La prevalencia es alta, aunque muchos ni siquiera saben que padecen la patología ya que el diagnóstico es complicado. Desde que detectan que algo no va bien hasta que dan con el orígen clínico del problema, las familias suelen peregrinar por varios psicólogos, y en el camino reciben contínuas quejas por el comportamiento de sus hijos ya que el desconocimiento generalizado sigue siendo uno de los grandes enemigos de este trastorno. «Mucha gente piensa que son niños malcriados y que esto se arregla con una bofetada a tiempo», señalan desde Amidahi, asociación local que agrupa a afectados por esta patología. Nada más lejos de la realidad ya que los menores que sufren TDAH no pueden contener su impulsividad  «aunque les marcamos muchos más límites que a cualquier niño». 
Por este motivo la primera sensación al conocer el diagnóstico suele ser una mezcla de alivio y reproche. «Por un lado piensas ‘no soy tan mala madre’, y por otro lloras por las veces que le has gritado o has perdido los nervios». 
No es fácil aceptar que el TDAH es para toda la vida y que si no se controla puede desembocar en un adulto con problemas de inadaptación social. Por eso es importante el diagnóstico precoz y el tratamiento multidisciplinar, ya que lo farmacológico juega un papel importante, pero también los protcolos educativos. 
Y es que la consecuencia más directa del trastorno es el fracaso escolar, por lo que habitualmente son los colegios los primeros que dan la voz de alarma sobre el comportamiento del menor. El mal rendimiento académico no tiene nada que ver con la capacidad intelectual, sino con la atención dispersa que caracteriza a quienes lo padecen. A pesar de estar reconocida como una patología con necesidades educativas específicas, queda mucho por avanzar, y Castilla y León viaja además en el furgón de cola en comparación con otras comunidades. Existe una normativa que   fija pautas para mejorar la actuación conjunta entre docentes, familia y personal sanitario, pero la realidad es que «no hay un protocolo serio», apuntan desde la Federación Regional de asociaciones de afectados por TDAH, que ayer celebró su asamblea en Miranda, por lo que «los padres nos enfrentamos año tras año al desgaste de tener que explicar al profesor qué es lo que tiene tu hijo, y estamos a expensas de que si nos toca el profesor que lo entiende y le motiva, mejorará académicamente, pero al curso siguiente puedes encontrar a otro más reticente y vuelves a empezar». 
Aunque reclaman «más empatía y paciencia», desde el colectivo entienden que falta por parte de las administraciones mucha labor formativa para que los docentes sepan como tratar a un alumno con TDAH, además de que muchas veces, pese a su buena disposición, los profesores «tiene las manos atadas por la falta de recursos». En el mejor de los casos, los menores reciben clases de apoyo escolar, lo que mejora sus notas pero no alcanza, y la mayoría tiene que buscar un refuerzo fuera de los centros educativos. Tampoco hay un «protocolo para la adaptación de las técnicas de aprendizaje o programas específicos destinados a mejorar la capacidad de atención y la modificación de conductas, y la Seguridad Social  solo cubre cuatro consultas anuales».