De todas las obras he aprendido algo nuevo y espero seguir aprendiendo de un trabajo que me ha otorgado una vida maravillosa...». Los aparejadores, tal y como recordó emocionado anoche José Manuel Méndez Pozo, distinguido por sus compañeros de Burgos por su trayectoria y notoriedad profesional, están llamados como él a aprender en el día a día y a reinventarse en el complejísimo momento por el que atraviesan, donde a la crisis de la construcción se suman las «zancadillas y palos en las ruedas», como las definió su presidente colegial, Jesús Manuel González, que suponen el «ataque» del Gobierno a los colegios, una Ley de Servicios Profesionales que intenta liberalizar la profesión de una forma «absurda y caótica» y un proceso de Bolonia que puede acabar en un «fraude para los universitarios», pues aún no está claro ni cómo se va a denominar su carrera.
Por el momento, y a la espera de que el Tribunal Constitucional resuelva el recurso planteado, se llamará ‘Grado en Arquitectura Técnica’, puntualizó el rector de la UBU, Alfonso Murillo, y así constará en el título de los que como José Manuel Méndez Pozo, acabarán, tras más de 45 años entre planos y ladrillos, hablando con igual entusiasmo y emoción contenida de su mujer Chelo y sus tres hijos, de su abuelo Pío, de su padre Gregorio y de su hermano Antonio, los tres aparejadores hasta la médula..., que de las características técnicas de la Central de Instalaciones y Servicios del Complejo de la Evolución Humana, el cuarto edificio («el que llaman de las pastillas de Juanola») o de la cubierta del mismo, totalmente diáfana y sin chimeneas, explicó...
Sin pretenderlo, el discurso del aparejador homenajeado, en sus comienzos profesor de dibujo y matemáticas, fue una breve lección de historia del Burgos contemporáneo para los 29 nuevos colegiados que recibieron anoche la insignia de plata y también para los cuatro profesionales que celebraron sus 25 años (José Ramón Cabezón Blanco, José Luis García Caballero, Sara María Martínez Azcona y José Miguel Saiz).
El teniente de alcalde Ángel Ibáñez acertaba al definir a este profesional, vinculado a la inmobiliaria familiar Río Vena desde 1975, como un «catalizador» que, en el caso del Complejo del MEH, el proyecto que le ha ocupado los últimos 8 años y del que es considerado «uno de sus padres», no solo ejerció de «traductor» de las ideas del arquitecto Navarro Baldeweg, sino que ha permitido «una victoria de la ciudad de la que ahora todos disfrutamos», puntualizó Ibáñez.
En esa historia urbana y humana que es Burgos también ha tenido un papel relevante y siempre discreto y callado el que fue distinguido como Colegiado de Honor, Antonio Corbí, jefe de la Oficina Territorial de Trabajo de la Junta que, en sus 17 años en la dirección, además de firmar los ERE de constructoras «que tantos momentos de sueño me han quitado», ha sido un convencido impulsor de la formación en la prevención de los riesgos laborales, un ámbito muy importante para el colectivo de los aparejadores, que ayer le agradeció con cariño su atención y apoyo permanente.