Todos los vampiros del arte

R. Pérez Barredo / Burgos
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Por primera vez un libro recopila los nombres de todos aquellos que, en la primera mitad del siglo XX, participaron en la destrucción del patrimonio artístico español

Ciudadano Kane - Foto: diariodeburgos.es

Durante varias décadas del siglo XX España fue un territorio abonado para los vampiros del coleccionismo de piezas de arte. A menudo con la connivencia de instituciones y mandamases, algunas de las veces aprovechando ora la ignorancia, ora la necesidad, y siempre con la complicidad de anticuarios y hábiles intermediarios, salieron del país miles y miles de joyas artísticas, hoy reclamos estelares de algunos de los más importantes museos del mundo. Detrás de todas aquellas maniobras siempre había hombres poderosos, multimillonarios que no ahorraban esfuerzo, tiempo y dinero en saciar sus caprichos. Por encima de todos, un magnate norteamericano: William Randolph Hearst.

En el libro La destrucción del patrimonio artístico español (Editorial Cátedra), José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz realizan una portentosa y detallada investigación sobre la devastación del arte patrio en la primera mitad del siglo XX. Castilla, rica en patrimonio, fue una de las zonas más expoliadas. Y Burgos siempre estuvo en el objetivo de quienes ambicionaban arte a manos llenas. Aunque centrado en la figura totémica de Hearst, definido en el libro como ‘el gran acaparador’, la obra de estos investigadores pone de relieve la gran cantidad de redes y cauces por los que salían del país continuamente todo tipo de obras artísticas, en ocasiones edificios enteros.

El magnate de la comunicación que fue tan espléndidamente retratado en el cine por Orson Welles en su inolvidable Ciudadano Kane tuvo siempre a sueldo a intermediarios que le hacían el trabajo sucio. Uno de ellos fue Arthur Byne, quien durante tres lustros gestionó la salida de España de obras de arte que sería imposible recoger en un catálogo, tal fue la cantidad.

De sus métodos resulta elocuente este informe, en el que hace mención a un codiciado inmueble de la provincia de Burgos: Tenía en mente media docena de palacios antes de empezar a ver precio apropiado, pero algunos han tenido que ser desechados a causa de las previsibles dificultades para asegurarme el permiso de exportación. Cuando un edificio ha sido declarado Monumento nacional, no hay esperanzas en absoluto; si ha sido declarado Monumento provincial, hay esperanzas, pero las dificultades pueden ser incalculables. Entonces estamos limitados a los edificios poco conocidos o abandonados, alejados de las principales rutas (...) Paso a describirle brevemente los palacios que considero más interesantes (...)El siguiente en la lista es el extraordinario palacio de Peñaranda de Duero.Es posiblemente uno de los más finos y característicos palacios españoles del siglo XVI (...) He reconocido el palacio recientemente y la operación es perfectamente factible.Ahora estoy esperando contactar con un miembro de la familia para establecer condiciones definitivas.Este palacio lo denominaremos ‘Peñaranda’.

Byne hizo bien su trabajo. Negoció con los dueños y le escribió a Hearst: El palacio de Peñaranda (aparte de los gastos de demolición, embalaje y transporte) puede costarle a usted alrededor de 65.000 dólares.A ello hay que sumar 5.000 dólares necesarios para que todo el mundo esté tranquilo y de buen humor; me refiero a los oficiales locales y provinciales. Elocuente, ¿no? Sin embargo, en este caso Byne sabía que el palacio estaba más que protegido por el Estado, y en misivas siguientes fue restándole valor hasta que Hearst pierde interés por él.

Sin embargo, el binomio Byne-Hearst funcionó a las mil maravillas en otros muchos casos. Aquellos negocios arquitectónico-mercantiles fructificaron las más de las veces. Byne, al que los autores de la obra denominan ‘el negociante de imposibles’, fue el gran agente de Hearst en España, pero no el único.En otro intento en tierras burgalesas, fue otro proveedor quien movió los hilos para saciar el hambre del magnate yanqui: Lucien L’hotel. El objeto de deseo era el patio renacentista de la Casa de Miranda (hoy Museo de Burgos). Historia conocida, Hearst no consiguió su objetivo. Curiosamente, por culpa de algo que él dominaba como nadie: la presión de los medios de comunicación.Así, Diario de Burgos inició una campaña en defensa de la Casa de Miranda y de la importancia de que ésta permaneciera en Burgos. El amigo Hearst se la tuvo que envainar, mal que le pesara.

Sin embargo, el megalómano empresario sí que se salió con la suya en un sinfín de operaciones, como se detalla con precisión en el libro. También por sus páginas desfila un personaje más que singular: Raimundo Ruiz, coleccionista, marchante y anticuario.A este pájaro de cuenta hay que atribuir, entre otros latrocinios, el exilio neoyorquino (hoy en The Cloisters) del conjunto escultórico ‘Adoración de los Magos’ perteneciente a la iglesia de La Llana de Cerezo de Río Tirón, cuya portada, que también había sido vendida, pudo quedarse finalmente en España aunque fue desmontada y metida en cajas. Hoy es uno de los más hermosos reclamos del Paseo de la Isla. También es ‘culpa’ de Ruiz que el mismo museo norteamericano exhiba la portada románica de la iglesia de San Vicente de Frías. En estos y en otros casos, los intermediarios y coleccionistas contaron con la inestimable colaboración de la Iglesia, como denunció en 1930 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: «El hecho de ser recorridos los pueblos de la provincia de Burgos por un anticuario acompañado por un secretario de la oficina de la Diócesis con objeto de adquirir objetos artísticos, cambiando algunos antiguos y valiosos por otros modernos y de escaso valor».

Hubo casos en los que los caminos de Ruiz y Byne se cruzaron, teniendo, de fondo, el mismo destinatario: nuestro amigo Hearst. Fue en el caso de dos paños flamencos que hoy se pueden admirar en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York y que fueron vendidos por el Cabildo a una firma neoyorquina.

otros magnates. Naturalmente, en el libro se analiza el papel de Frederic Marès, en cuyo museo de Barcelona se exhiben muchas piezas procedentes de Burgos, con especial relevancia de Tubilla del Agua; y el del iluminado conde de las Almenas, un ‘Ciudadano Kane’ a la española, que se construyó en Torrelodones, en el Canto del Pico, un palacio extravagante al más puro estilo ‘Xanadú’.

Pero hubo otros magnates norteamericanos además de Hearst que terminaron por poseer piezas de origen burgalés. Es el caso de Rockefeller, quien a través de los marchantes catalanes Gudiol y Colominas se hizo con unas pinturas murales de San Pedro de Arlanza, hoy también en The Cloisters.