Asueroterapia: Las increíbles curaciones que revolucionaron Burgos

H. Jiménez / Burgos
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Entre 1929 y 1930, varios médicos locales y otros venidos de fuera aplicaron los polémicos métodos del donostiarra Fernando Asuero. Su éxito se apagó con la misma rapidez que se extendió por todo el país

Asuero (i) con su ayudante Soler, que se alojó en el Norte y Londres. - Foto: DB/Luis López Araico

Se convirtió en una estrella mediática y la resonancia de sus curaciones cuasi milagrosas traspasó fronteras. Aunque sus colegas de profesión nunca reconocieron sus méritos, fue un fenómeno de masas que convulsionó la España de finales de los años 20 y principios de los años 30. La fama de la ‘asueroterapia’, por supuesto, también llegó (y triunfó, según las crónicas) a Burgos.

Fernando Asuero y Sáenz de Cenzano (San Sebastián, 1887), descendiente de una familia de cirujanos y formado hasta en la prestigiosa Cambridge, revolucionó la medicina de la época con una terapia bautizada como su apellido, capaz de curar según sus defensores enfermedades del aparato circulatorio, de nervios, y sobre todo de reúmas en sus múltiples variantes. Era como un mago moderno, arropado por sus nunca cuestionados conocimientos científicos y utilizando como varita un estilete de su propia invención que introducía al paciente por la nariz.

Tal cual. Su método consistía en llegar con un estilete a través de las fosas nasales hasta tocar el nervio trigémino, que desde el centro del cráneo tiene terminaciones nerviosas hacia los ojos, la mandíbula superior y la inferior. Si lograba manipularlo convenientemente, era capaz de sanar a pacientes inválidos que salían caminando de su consulta después de meses postrados en una silla de ruedas o utilizando muletas.

A principios de mayo de 1929, Asuero saltó a la fama por la publicación en varios periódicos nacionales de sus hazañas. Y muy pronto su procedimiento se extendió por ciudades cercanas. A Burgos solo tardó unos días en llegar, y el 21 se conoció el primer caso de cura exitosa en la ciudad.

El médico militar don Ovidio Fernández consiguió «un rotundo triunfo con uno de sus enfermos», decía el Diario de Burgos en su crónica, ampliada unos pocos días después. El soldado palentino Enrique Antolín, «joven moreno, de mirada franca y carácter alegre», había sido sanado tras 8 meses postrado en cama a causa de un fortísimo ataque de reúma. De padecer terribles dolores a empezar a comer con normalidad y hasta liarse cigarrillos de papel en presencia del periodista de turno para demostrar su recobrada salud.

«Podrá decir Ramón y Cajal que no cree en procedimientos que no tengan base científica», admitía el periódico: «Marañón se puede situar como escéptico, pero es el caso que las curas se repiten y que los médicos que siguen al Doctor Asuero aciertan», sentenciaba el artículo.

En efecto, nada menos que un premio Nobel y otro que pudo haberlo merecido mostraron desde un principio su resistencia a la asueroterapia. Algunos medios no dudaron en calificar aquella novedad de «escándalo» o directamente de «engaño». Y aun así, el médico donostiarra siguió arrasando entre las masas de enfermos que hacían cola ante su consulta.

Mientras tanto, en Burgos se sucedían los episodios de curaciones a cargo de discípulos que aplicaban la operación. El propio Asuero, que se ganó el apodo de ‘Doctor Milagros’, pasó por la ciudad en julio de 1929 y se hospedó en el Hotel La Vascongada, acompañado de su lema personal-profesional «En combatir el dolor cifraré todo mi honor» . Ya en enero del año siguiente, el resumen del año reflejaba que en la provincia se habían ensayado con éxito sus procedimientos, con «triunfos resonantes como resultado», entre ellos varios más del propio doctor Ovidio Fernández, el de un tal doctor Rojas que curó a un obrero de reúma, el del doctor López Gómez, que atendía en el Asilo de las Mercedes, y el del doctor Roncal, que se pasó tres días del mes de noviembre hospedado en el Norte yLondres recibiendo pacientes sin parar.

En septiembre de 1930, el doctor Soler, ayudante primero de Asuero, permanecía varios días en el mismo establecimiento, entonces referente de la hostelería capitalina, para montar una consulta móvil y atender «todas las horas del día», presumiendo sin tapujos de ser uno de los pocos que maneja el estilete con «las habilidades especiales que la técnica necesita».

En el olvido

El ‘boom’ de popularidad de Asuero, que alcanzó a varios países de Europa y América (principalmente allá donde había emigrantes españoles) y creció como una gran bola de nieve durante varios meses, fue tan rápido como su repentino olvido.

Lastradas por la falta de fundamentos científicos, a partir del año 1930 las curaciones dejaron de ser noticia y fue entonces cuando el propio médico se decidió a publicar un libro en el que pretendía explicarse. Tras haber rechazado todo tipo de entrevistas, editó una obra titulada ‘Ahora hablo yo’ en la que hablaba de la sorpresa inicial ante sus propias curaciones y añadía un cierto toque paranormal a su método al hablar de un «don» gracias al cual que era capaz de presentir lo que iba a ocurrir con el tratamiento antes de iniciarlo.

Fue incapaz de explicar con fundamentos científicos por qué la manipulación del trigémino curaba enfermedades tan diversas, y sus colegas no le echaron una mano para conseguirlo. Cual serpiente de verano, aunque duró un par de años, la asueroterapia se esfumó y su misterio permanece sin resolver por completo hoy en día. Asuero murió en 1942 de problemas cardiorespiratorios y un día antes, presintiendo el final, reunió a su familia para que brindara por él con champán. Genio y figura.