Llegar a Ochate no resulta sencillo. No existe ningún cartel indicador, ninguna señalización que remita a este rincón perdido del Condado de Treviño. Sólo desde Imiruri, y no desde cualquier punto, se otea en la lejanía la vieja torre de la iglesia, acunada por las exiguas ruinas del caserío. A su alrededor pastan caballos. Hay dos caminos para acceder hasta allí, ambos abruptos, en algunos tramos impracticables, como si nunca hubiesen sido transitados excepto por el ganado. Lo más recomendable es dejar el coche cerca de Imiruri y hacer el camino a pie para llegar a este pueblo abandonado, poseedor de una leyenda negra que cumple ahora tres décadas de existencia. Puede que aquel joven reportero llamado Pruden Muguruza no fuera consciente aquella primavera de 1982 de lo que acabaría acarreando la publicación de su artículo en la revista Mundo Misterioso sobre el pueblo burgalés de Ochate. Un reportaje que abundaba en extraños misterios, plagas bíblicas, fenómenos paranormales recientes y pretéritos que habrían marcado a esta aldea treviñesa con el estigma de una maldición.
Aquel relato puso a Ochate en el mapa y en el punto de mira de los amantes del misterio. Tanto que, treinta años después, sigue ejerciendo un influjo magnético cuya vigencia se demuestra con que muy frecuentemente es visitado de forma masiva; allí, entre sus ruinas, buscando desentrañar presuntas fuerzas ocultas, se han hecho programas de radio y televisión, acampadas, grabaciones, psicofonías... Ochate, además, ha sido tema central de investigaciones de todo tipo e incluso se han publicado varios libros sobre este despoblado enclave burgalés. «Por aquí vienen muchas personas, sobre todo jóvenes, que han oído hablar cosas raras sobre ovnis y del más allá», dice con media sonrisa una vecina del entorno. «Eso son bobadas», zanja con un gesto, como si apartara un mal pensamiento, otro de los habitantes de la comarca. «Se han dicho muchas cosas, pero la mayoría son mentiras. Ochate es un pueblo abandonado, nada más», subraya un tercero, afanado en la tarea de cortar el césped del jardín.
Los vecinos de Imiruri, Aguillo o Ajarte, pequeños pueblos del entorno de Ochate, llevan tres décadas asistiendo con naturalidad e indiferencia al aluvión de forasteros que, atraídos por la leyenda, se acercan hasta las ruinas del despoblado. Y es que en Ochate confluyen un cúmulo de hitos misteriosos que arrancan desde su propio nombre, que al parecer en euskera viene a significar algo así como ‘puerta de arriba’ o ‘puerta secreta’. Arrastra el baldón casi desde su orígenes. La primera noticia de la existencia de esta villa se remonta al siglo XI; el hecho de que no existan referencias documentales hasta unos siglos más tarde ha tenido para quienes han alimentado la leyenda una excusa perfecta para decir que desapareció en ese tiempo, como si hubiese sido borrada del mapa.
‘Reaparece’ Ochate en el siglo XVI y con más fuentes documentales en el XVIII y sobre todo en el XIX, época en la que se sustenta otra de las leyendas más arraigadas.Así, se cuenta que tres violentas epidemias -tifus, cólera y viruela- diezmaron la población de Ochate en tan sólo una década, quedando extrañamente fuera de su alcance las poblaciones más cercanas, algo realmente inaudito. No fue así, como ha demostrado Antonio Arroyo en la investigación más completa que se ha llevado a cabo sobre el asunto. Hubo en el Condado de Treviño varias epidemias, afectando a prácticamente todos sus núcleos, pero sin alcanzar a desaparecer ninguno completamente, como se ha afirmado que sucedió con Ochate.
Para más inri, la existencia de unos cercanos enterramientos que datan del Bajo Medioevo e interpretados en clave de verdadero arcano -llegándose a escribir que son absolutamente extraños e insólitos por sus pequeñas dimensiones-, fomentaron la leyenda de enclave especial. Nada más lejos de la realidad: al igual que en muchos otros yacimientos del entorno, tanto en Álava como en Burgos, esta necrópolis guarda los mismos rasgos.Se trata de tumbas excavadas en la roca, propias de los siglos VIII, IX y X. Varias extrañas desapariciones, tampoco contrastadas, como la de un sacerdote y un labrador de la zona, y el testimonio ya en el siglo XX de un par de vecinos de la comarca que aseguraron haber sido testigos de la visión de unas extrañas luces sobre Ochate acabaron desembocando en el Santo Grial de la leyenda negra del pueblo burgalés, que se produjo en 1981, cuando el periodista Pruden Muguruza hizo pública una fotografía tomada allí sobre lo que parecía un fenómeno Ovni.
Imagen que despertó tanta fascinación como rechazo, pero que llegó a ser analizada por la Universidad del País Vasco, no pudiendo demostrarse que fuera falsa, y que reclamó la atención de todos los ufólogos del país. Aquella fotografía ilustró el reportaje antes citado, que se tituló Luces en la puerta secreta, y que también aparece en éste gracias a la gentileza de Antonio Arroyo, coautor junto a Julio Corral del libro Ochate. Realidad y Leyenda del pueblo maldito.
Para Arroyo, que ha tratado de desmontar los mitos a partir de investigar en la historia, Ochate es fruto de un época en la que lo misterioso se abordaba con tanta pasión como frecuencia, y reclama respeto al pueblo y a los vecinos, a los que tanta leyenda «ha hecho daño».
Treinta años después de haberse hecho público aquel presunto avistamiento, Ochate sigue ostentando la categoría de pueblo maldito para los amantes del misterio. Un ‘lugar de poder’ que continúa ocultando una historia negra. Un emplazamiento que recibe numerosas visitas de curiosos y apasionados de la ufología y los enigmas. Sin embargo, allí, entre alcores, rodeado de caballos que pastan mansos y silenciosos en sus verdes praderas, Ochate es un pueblo abandonado. Nada más.