Edo Baldessari, el último niño de la aldea

Gadea G. Ubierna / La Aldea
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Solo dos personas viven en esta localidad burebana, que han convertido en un centro cultural permanente • La falta de luz del invierno, lo más duro del año

Dorien Jongsma se enamoró de La Aldea y se instaló antes de que naciera su hijo Edo para montar un centro cultural permanente. Ahora les acompaña en la aventura Emilio Zaldívar. - Foto: Patricia González

Edo Baldessari nació el 19 de marzo de 2004 y se convirtió en el primer bebé de La Aldea del Portillo de Busto en 35 años. Acaba de celebrar su décimo cumpleaños y las circunstancias no han cambiado: sigue siendo el último niño nacido en esta localidad burebana, muy próxima a Oña y a Busto, tan pequeña como peculiar: suple la falta de habitantes con arte, ha habido épocas en las que había más vecinos censados con pasaporte holandés que español y, de hecho, es probable que haya días de invierno en los que no se hable otro idioma que no sea el de los Países Bajos. ¿Por qué? Porque las únicas dos personas censadas y residentes en en el pueblo todo el año son Edo Baldessari y su madre, Dorien Jongsma, nacida y criada en Holanda. 
Sin embargo, La Aldea no ofrece la imagen de pueblo al borde de la desaparición. Prácticamente todas sus casas están en pie y en buenas condiciones, las calles están limpias y, aunque es cierto que se respira un silencio algo agobiante, uno no cree encontrarse en un pueblo casi abandonado, como sí ocurre en otras de las muchísimas localidades de la provincia en las que los residentes se cuentan con los dedos de una mano. Esto se explica porque los vecinos burgaleses por nacimiento u orígenes que se marcharon a las ciudades en busca de trabajo y de una vida más cómoda se han preocupado de mantener en pie las viviendas familiares para poder volver los fines de semana y en verano. De hecho, es algo difícil de imaginar en una tarde de marzo, pero Jongsma y Baldessari aseguran que en cuanto empieza a apretar el calor La Aldea se convierte en un sitio ruidoso e incluso cosmopolita, con personas de países de todo el mundo que van y vienen por las calles.
Este es otro de los factores que hacen de la localidad un sitio un tanto particular y para entender el porqué, hay que escuchar el relato de cómo la geógrafa holandesa Dorien Jongsma recaló en un pueblo perdido de Burgos y decidió quedarse. «Yo y mi compañero entonces -el artista argentino Jorge Baldessari, fallecido hace dos años- vinimos de viaje en 1996. Estábamos en Miranda y un día, por casualidad, pasamos por aquí. Nos fijamos en una casa, que nos encantó y cuando nos enteramos de que esta otra [en la que vive] costaba 500.000 pesetas (3.000 euros), decimos comprarla, así, por la tontería. Viniendo de Amsterdam, nos pareció un precio ridículo. Comprar vivienda nunca había estado en nuestros planes, pero llegamos a La Aldea, nos encontramos con esto y...», explica Jongsma encogiéndose de hombros y sin perder la sonrisa. Al principio Baldessari y ella, ambos todavía residentes en Holanda, venían de vez en cuando e iban arreglando poco a poco la vivienda, pero en el año 2000 se instalaron en Burgos y fundaron la asociación cultural Imágenes y Palabras, con sede en La Aldea, pero con socios repartidos «por todo el mundo». Socios y amigos que cada verano acudían a la localidad burebana para involucrarse con el proyecto cultural de Baldessari y Jongsma, ayudaban a rehabilitar la casa e iban poniendo su granito de arena para hacer de La Aldea un pequeño museo de arte contemporáneo al aire libre.
Acomienzos del año 2000, cuando Jongsma y Baldessari se instalaron, en el pueblo vivía un matrimonio de ancianos y una mujer con su hijo, por lo que La Aldea consiguió ganar población. Al cabo de unos años, la pareja se mudó a una residencia, pero fueron reemplazados por otra: una mujer holandesa y su compañero. «Es muy gracioso porque yo no la conocía, me costó mucho hacer creer que yo no la conocía y que ella también había llegado a La Aldea por casualidad», afirma Jongsma. ¿Qué tiene este pueblo para atraer tanto a los holandeses? Misterio sin resolver, pero lo cierto es que en aquella época en el pueblo había cuatro pasaportes de Países Bajos (familia Baldessari-Jongsma y recién llegada) y tres españoles. Al cabo de un tiempo, un socio de Imágenes y Palabras entusiasmado con el proyecto y con el estilo de vida que podía llevar allí, compró casa y se quedó. «Llegamos a ser ocho, pero enseguida nos quedamos en dos», cuenta Jongsma explicando que el hombre que vivía con su madre murió y pasados unos años también murió ella. La otra mujer holandesa y su marido se separaron y se fueron, algo que también hizo el socio de Imágenes y Palabras. Y el último en marcharse fue Jorge Baldessari, que falleció en 2010. 
Así que Dorien y Edo se encontraron, de repente, solos en un pueblo de Burgos. «Si lo pienso detenidamente me parece una situación sumamente ridícula. Tanta gente sin vivienda y con problemas y un montón de casas vacías aquí... Es ridículo», dice Jongsma. La muerte de Baldessari fue también un punto de inflexión en el que Jongsma se planteó si tenía sentido seguir viviendo en un sitio al que, en apariencia, no le ataba nada. «He tenido muchas oportunidades de irme y nunca lo he considerado en serio. El proyecto era de los dos, lo empezamos juntos y abandonarlo así, sin más... No», dice tajante Jongsma. Es más, añade que «tengo el acuerdo de que si una mañana, al salir a la calle no me gusta lo que veo, me iré». Pero de momento, le gusta. Yno es para menos, Edo y Dorien tienen todo el horizonte para ellos y, desde hace un par de años, para su compañero, el también artista Emilio Zaldívar. «Mi padre es de Oña y mi madre de Sedano, yo nací en Burgos, pero me fui a Madrid siendo muy pequeño. He pasado por La Aldea cientos de veces, pero nunca había parado hasta que un día, por pura casualidad, lo hice y aquí estoy», cuenta Zaldívar, explicando que su profesión en Madrid no le permite vivir a tiempo completo en La Aldea, pero que va y viene. «Venir de Madrid aquí es como llegar al paraíso», asegura.
Ysin ser falso, es cierto que el paraíso a veces engaña. Los inviernos son muy duros. Desde que Edo se monta en el taxi que lo lleva al colegio a Oña, Dorien está sola con sus perros. «Lo peor es la falta de luz. Se mete el sol y se acabó todo. Pero también es cierto que yo necesito el invierno para descansar y reponerme del verano, que es un no parar». Y, de hecho, los inconvenientes que imponen las estaciones son también uno de los puntos fuertes que encuentran Jongsma y Zaldívar al vivir en un pueblo de las características de La Aldea. «Las estaciones mandan muchísimo y ves los cambios cada día. Es una de las cosas más bonitas», explican.
Ahora, a su proyecto cultural con museo, El Hacedor, hay que sumar la apertura de un alojamiento rural, en el que podrán hospedarse no solo los voluntarios que acuden cada verano, sino todo aquel que quiera garantizarse unos días de paz en un pueblo al borde del abismo de la despoblación, pero con mucha vida.