Patricia Lázaro explica cuál es la utilidad de su trabajo de fin de máster en Ingeniería Informática con un ejemplo muy gráfico: «Un anciano vive en una residencia y sale para pasar las vacaciones con su familia, que no está muy al tanto de su medicación. Con UBU Farma podrían ver cuántas pastillas tiene que tomar, con qué frecuencia, cuándo tiene que pedir nuevas recetas en la farmacia, de qué productos, qué próximas citas tiene en el médico, si tiene alergias a algo y para qué sirve cada uno de los fármacos que tiene prescritos de una forma gráfica y sencilla».
En eso consiste UBU Farma, una aplicación informática válida tanto para ordenadores como para teléfonos móviles y cuyo objetivo es ayudar a las personas mayores válidas a tomar correctamente los medicamentos que tienen prescritos. Una idea que surgió a partir de un trabajo de fin de grado de Educación Social, en el que se evidenció que un porcentaje altísimo de ancianos (más del 80%) no saben para qué toman pastillas, las confunden y tienden a consumirlas cuando se acuerdan y no cuando deben. El grupo de investigación en Diseño Inclusivo Personalizado de la Politécnica tomó nota y empezó a trabajar en la propuesta de soluciones. Así, los profesores Pedro Sánchez y José María Cámara dirigieron el proyecto de fin de máster de Lázaro, que defendió y explicó ayer ante el tribunal.
La aplicación está enfocada a personas válidas porque tienen que tener capacidad de manejar la página web, que se diferencia de otras propuestas semejantes en que no solo actúa de ‘alarma’, sino que genera comunicación con el usuario al facilitarle mucha y muy variada información relacionada con su salud; datos que son susceptibles de modificación en todo momento.
Eso se explica mediante otra de las características de la aplicación, que es la coordinación de residencias de ancianos con oficinas de farmacia, médicos y los pacientes. Lázaro explicó que en un principio pensó en plantear un programa en el que se le encomendara al médico la responsabilidad de introducir las prescripciones de los pacientes, «pero enseguida nos dimos cuenta de que no era viable, porque el facultativo no gana nada y, en cambio, se le carga de trabajo». Así que se pensó en que ese papel debían asumirlo los potenciales clientes de la aplicación: las farmacias, a quiénes les interesa fidelizar clientes facilitándoles las cosas y las residencias de ancianos, que pueden buscar valores añadidos de este tipo para diferenciarse de la competencia y, al mismo tiempo, facilitar el trabajo de su personal. Así que se supone que serían ellos quiénes comprarían la aplicación, con un precio estimado de cien euros, y permitirían que los médicos y los pacientes pudieran consultarla sin coste. A cambio de la inversión, residencias y boticas obtienen publicidad.
Lázaro indicó que la aplicación tiene muchas posibilidades porque puede personalizarse y también hay margen de mejora, sobre todo en lo relativo a los documentos informativos que acompañan a cada uno de los medicamentos prescritos y que con solo una imagen indican para qué sirven.