¿Cómo viviste el principio del fin?

R. Pérez Barredo - A. González
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La muerte de Franco supuso el primer paso para que España abandonara una dictadura que se había prolongado durante cuatro décadas. Diez personas procedentes de distintos ámbitos recuerdan aquel acontecimiento histórico

Cómo no recordar ese día de noviembre, aquel jueves en el que todo empezó a cambiar. Imposible. Aunque Franco creyó dejarlo «atado y bien atado» existía una realidad más que latente de que el régimen que se había prolongado durante cuarenta años no podía sobrevivir al dictador. Así fue. España iba a comenzar una nueva andadura.En el horizonte, la libertad, la democracia, la modernidad. Fueron horas históricas, que se vivieron entre la euforia y el abatimiento, entre la esperanza y la inquietud, entre la ilusión y el miedo. ¿Dónde estaban ustedes? ¿Qué hicieron? ¿Cómo lo vivieron? ¿Cómo lo recuerdan? 
 
Inés Praga (catedrática de la UBU)
«Había esperanza, tristeza, miedo. Sentí vértigo»
 
Era una joven profesora que estrenaba cargo en el antiguo CUA de Burgos, «que era un hervidero de reuniones en despachos y pasillos y de rumores sin confirmar», recuerda Inés Praga, hoy catedrática de Filología Inglesa. «Se palpaba esperanza, miedo o tristeza, según a quien pertenecieran los susurros o en qué despachos se estuviera compartiendo el inconfesable placer de la clandestinidad». Para ella, fue «un ir y venir desenfrenado contactando con los  míos, ya fueran de sangre o de ideología, como si la noticia tuviera que ser refrendada con cada abrazo o con cada llamada de un día muy largo. Nunca he olvidado que al llegar la noche de aquel 20-N, con la televisión atronando recuerdos de una España triunfal, pensé que el país entero tenía por delante una asignatura nueva y difícil de nombre democracia. Y sentí cierto vértigo».

 
Pedro Sarráis (militar)
«Sabíamos que las cosas tenían que ser diferentes»
 
Era capitán profesor en la Academia de Ingenieros cuando Franco expiró. De memoria prodigiosa, aleja cualquier tipo de leyenda en torno al estamento castrense. «Seguro que hubo quienes lo sintieron y a quienes les pareció más grave o doloroso.Pero en Ingenieros se vivió con absoluta normalidad, no sucedió nada extraordinario», señala Pedro Sarráis. «Si hubiese sucedido de imprevisto, de repente, tal vez hubiera sido distinto. Pero ya había nombrado sucesor al príncipe, que había estado con nosotros en la Academia». 
 
Vicente Ruiz de Mencía (periodista y cronista oficial de la ciudad)                  
«Había inquietud por lo incierto del mañana»            
                    
Recuerda el periodista Vicente Ruiz de Mencía que la larga agonía quitó horas de sueño a los trabajadores de La Voz de Castilla. «Sólo se podía  resistir con café. Habíamos preparado un suplemento especial de la muerte sobre la presencia de Franco a lo largo de la historia en Burgos: en el Palacio de la Isla, en las visitas de verano, la inauguración del monumento al Cid, el Polo, Garoña, el Directo...». Asegura que fue Europa Press la que adelantó la noticia. «Preparamos la edición y cuando ya estaba en la calle, con un ejemplar bajo el brazo, volví a casa extenuado. La ciudad amanecía con la noticia y la grave inquietud por lo incierto del mañana, pero quizás en esos instantes históricos, ya se tarareaba el deseo aquel de ‘Libertad sin ira’, que nos llevaría a la democracia y a la Transición».
 
Mercedes Rodríguez (empresaria)
«Fue una alegría; no se podía estar así más tiempo» 
 
Conserva Mercedes Rodríguez, quinta generación de la Librería Hijos de Santiago Rodríguez, el recuerdo indeleble de la alegría que vivió entre sus compañeros.Estaba esta empresaria burgalesa estudiando en Madrid cuando se produjo el deceso del dictador, y recuerda perfectamente cómo lo celebró: «Estábamos en el Colegio Mayor dando saltos de alegría. Y hasta abrimos botellas de champán para celebrarlo».
Fue, asegura, «una gran juerga.Además, ese día ni hubo clase», añade. El hecho de vivir el acontecimiento histórico en la capital de España, a la sazón la ciudad en la que se produjo la muerte de Franco, lo hizo más especial. «Lo que está claro es que no se podía estar así por más tiempo», apostilla.
 
Carmen Santos de Quevedo (abogada)
«Era el momento de la libertad y la democracia»
 
Siendo estudiante en Madrid había corrido delante de los caballos de la Policía. «Ni te imaginas la de veces que tuve que correr... Así que estábamos esperando la muerte de Franco porque sabíamos que, cuando sucediera, iba a ser el momento de la libertad y la democracia», dice la abogada Carmen Santos de Quevedo. 
Compaginaba las clases en un colegio de FP con su bufete de abogados. Celebró la defunción del dictador con champán. «Para quienes habíamos luchado contra Franco fue una liberación. Un momento de ilusión y de esperanza. Había sido una dictadura muy larga y estábamos preparados para trabajar». Militó en la UCD, fue concejala, vicepresidenta de la Diputación y trabajó con Fernández Ordóñez para alumbrar la Ley del Divorcio.
 
Federico Vélez, 'Fede' (fotógrafo)
«Su tiempo había pasado; lo viví con normalidad»
 
El fotógrafo Federico Vélez, Fede, se pasó aquella mañana haciendo fotos a diestro y siniestro.El director del Diario le pidió que recogiera con su cámara las reacciones que se produjeran en la calle. «Había muchos corrillos, gente que lo comentaba, que leía con mucha atención los periódicos. No recuerdo que sucediera nada especial. Ninguna manifestación en un sentido o en otro», evoca.
Fede tenía 32 años. Recuerda que la ciudad ya había cambiado. Que aunque seguía habiendo muchos militares ya no era aquella urbe gazmoña de décadas pretéritas. Para él, la muerte del dictador se vivió como algo normal que tenía que suceder. «Sentí que nada pasaría, era algo que todos sabíamos que llegaría. Y su tiempo había pasado».
 
Nati Cabello (expresidenta de La Rueda)
«No sentí ni gota de miedo. Éramos muy jóvenes»
 
El 20 de noviembre de 1975, Nati Cabello, expresidenta de La Rueda, tenía  21 años, estaba recién casada... y se llamaba Paola. Era su apodo como militante del Partido de los Trabajadores en la clandestinidad. Así que la muerte del dictador la vivió, según explica, «con saltos de alegría, hasta con champán, sin gota de miedo porque éramos muy jóvenes, y acordándome de mi abuelo, al que fusilaron y enterraron sin decirnos dónde estaba». 
Esa mañana, tras dejar en el trabajo a su marido -Arturo, también un nom de guerre- se bajó de su Dyane 6, «que era azul y precioso» se encontró con un conocido del MC, partido con el que el suyo no trillaba, y -a pesar de las peleas de la izquierda de la época- de forma espontánea y sin palabras se fundieron en un largo abrazo.     
 
Álex Grijelmo (periodista)
«Aquel día se nos haría muy largo...»
 
Luis Muñoz Almagro, que más tarde sería realizador de TVE y que entonces sólo aspiraba a ser poeta, le dio la noticia. «Compartíamos habitación en la residencia Fernando el Católico, de Madrid», evoca el periodista Álex Grijelmo. «Salimos al balcón y empezamos a gritar a las madres y padres que llevaban a sus niños al colegio: ‘¡Vuélvanseeee, que no hay claseeeee!’. Nos dispusimos todos a hacer las maletas, tras conocer la suspensión de la actividad docente durante ocho días». 
Viajó a Burgos con tiempo de celebrar el cumpleaños de Toño Rodríguez Rastrilla con sus amigos: Fernando, Carlos, Jaime, Emilio, Rodri... «Todos habíamos confluido desde la diáspora universitaria. Aquel día se nos haría muy largo…, y en esa noche viví mi primera y última borrachera. Fue en el bar García, en Fernán González. Y de moscatel. No se la habría recomendado ni al mismísimo Franco».
 
Pedro Torres (abogado)
«Lo celebré con ilusión y dudas sobre el futuro»
 
El prestigioso abogado Pedro Torres tiene recuerdos nítidos del 20-N. Se despertó con la noticia y corrió a contársela a su padre, convaleciente de una operación en el hospital. Tenía 27 años y estaba dando clases en María Madre. Después se reunió en el piso de unos amigos «para celebrarlo con champán», evoca. «Se generó una gran ilusión. Sentimos que era la hora en la que en España comenzaría a haber libertades y democracia, aunque todavía era un proceso que estaba por llegar».
Admite que, aunque fue un momento de esperanza, había prevenciones. «La muerte del dictador supuso una ruptura, pero además de ilusión había dudas sobre el futuro. Una cosa es que muriera Franco y otra que se fuera a extinguir el régimen». Torres comenzó a ejercer la abogacía al año siguiente. Entonces España ya era otro país.