Los nuevos medios de comunicación han revivido el panfleto. La agitación y la propaganda como sustitutos de la información. Pero eso, aunque se pretenda hacer pasar por ello, no es prensa.
El consolidado formato de la telebasura y la exhibición obscena de cualquier miseria ya ni siquiera ajena, pues ahora lo que vende es la propia, ha sido el prólogo en el tiempo de este nuevo y aún más demoledor estilo de.
Se suponía que la piedra angular del periodismo era el intento de veracidad. De contar una realidad a lo que luego se añadía la insoslayable subjetividad, la personal manera de interpretarla en función del ojo, el sentimiento, la interpretación y los parámetros de pensamiento e ideología de quien la veía y contaba. Con ello se contaba, como algo esencial y propio de la condición humana, pero, al menos, existía el principio del hecho así como la pretensión de la verdad.
Pero todo ello parece estar siendo arrumbado y hasta desacreditado como fórmula. Se acude a la noticia con la intención ya decidida de conducirla hacia el ascua predeterminada. Y si el hecho no quiere arrimarse a la pretensión, no importa. Se fabrica a imagen y semejanza. Programas y hasta cadenas practican tal metodología como parte de la modernidad más luminosa. La objetividad no existe siquiera ni como propuesta y mucho menos como objetivo.
Hay algo más, sin embargo, y aún más nocivo. Son las llamadas redes sociales y en particular aquellas que tan solo admiten como posibilidad expresiva la consigna aquilatada en un número tan escaso de caracteres que solo quepa lo que en una pancarta cabe. O sea, más o menos, una consigna.
En tal ámbito campan como pletóricos conquistadores los nuevos guardias rojos de la revolución cultural, que ahora llaman tuit a lo que llamaron dazibao, prestos a replicar hasta la náusea una soflama, a reproducir urbi et orbe la consigna, a convertir en verdad la más goebbelsiana de las mentiras. Esa es una. La otra, en línea con aquel pasado, que quizás desconozcan pero cuyo método calcan, es acudir en tropel y con el martillo a romperle los huesos de la mano a cualquier pianista que ose interpretar una melodía contraria o a cualquier intelectual burgués y vendido que pretenda algún atisbo critico. Es más, a cualquiera que no dé la prueba absoluta de sumisión a la totalidad completa de sus postulados. La criminalización y el sambenito de por vida es colgar, por parte de esa Santa Inquisición autoproclamada progre, a todo lo que se mueva y les moleste, el calificativo de facha. Palabra que emplean como si de una excomunión se tratara y que arroja de por vida a los que la reciben a las tinieblas exteriores de lo que es el paraíso de los buenos.
Pues todo eso, es hora ya de decirlo, porque nada tiene que ver con el periodismo. Que habrá que empezar cualquier día de estos a reivindicar y a poner en valor y que, sin embargo, miles de honrados profesionales practican a diario en su trabajo continuo, en sus medios y en sus empresas. Que es una digna profesión que nada tiene que ver con el agripop, y que así hay que decírselo por mucho que a algunos les moleste.
P.D. Dedicado a mis compañeros de Diario de Burgos. Con todo mi afecto y solidaridad.