«Un momento muy importante fue cuando me hicieron hijo predilecto de Melgar»

Á. Pérez / Melgar
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José María ArroyoExpresidente de la ONCE

José María Arroyo junto a su mujer en Melgar donde disfrutan los meses de verano junto a sus conocidos. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Un medicamento que le administraron a su madre durante el embarazo dejó a José María Arroyo Zarzosa ciego de nacimiento. Ahora, con 62 años, un repaso a su trayectoria es un buen ejemplo de cómo ha cambiado la vida de un invidente en España en las últimas décadas.

Con diez años sus padres le afiliaron a la ONCE, organización para la que trabajó durante 40 años y que presidió catorce, desde 1989 hasta 2003. Desde hace dos años se dedica a disfrutar junto a su mujer de la jubilación y de su pueblo natal, Melgar de Fernamental, en los meses de julio y agosto cuando «viene mucha gente conocida a la que hace tiempo que no ves y te da mucha alegría reencontrarte con ellos».

Que una persona ciega vaya a la Universidad no es noticia desde hace tiempo pero en los años cincuenta en España la vida de un niño invidente era muy distinta a lo que puede ser ahora. Arroyo ha sido testigo y protagonista de muchos de estos avances y de la superación de muchas barreras. Se puede decir que hasta los once años apenas estudió. Sus padres lo llevaron al colegio de Melgar pero allí nadie conocía el sistema braille y le resultaba muy difícil aprender, «cogía las explicaciones de memoria pero aquello no resultó, estaba en casa sin saber a dónde acudir». Por lo demás, predominan los recuerdos agradables, jugaba sin problema, «los críos me aceptaban muy bien aunque siempre había algún contratiempo pero nada resaltable». Además, siempre contó con sus padres que admite que se «volcaron» con él.

Sabían que necesitaba otro tipo de ayuda. El mayor nexo que tenían con la ONCE era el vendedor de cupones pero no se les había ocurrido preguntar con la suficiente profundidad. La oportunidad se la ofreció Doña Paquita, licenciada en Pedagogía y mujer del médico del pueblo. En el curso 60/61, con once años, comenzó a estudiar en Pontevedra en un colegio de la organización. «Allí tuve que ‘apretar’ mucho por el retraso con respecto a mis compañeros pero a esa edad tenía más responsabilidad y trabajé duro». Y es que cuando llegó allí solo se sabía «las cuatro reglas de cabeza». Quizás la ventaja de esto es la memoria de la que goza, durante la conversación es capaz de recordar perfectamente y sin titubeos fechas exactas de hace más de cincuenta años.

Puede sorprender que un chaval de once años e invidente viajase esas largas distancias pero siempre se hacían en grupo junto a responsables de la asociación. Sin embargo, para Arroyo no han existido impedimentos que le hayan dificultado viajar pues no ha dejado de hacerlo a lo largo de su vida; Pontevedra, Madrid, Bilbao, Lebrija, Baleares han sido sus destinos. Y si existían obstáculos hallaba la fórmula para sortearlos. Estudió Derecho en la Universidad de Deusto, «ahora cualquiera se lleva un portátil con sintetizador de voz y coge los apuntes a la misma velocidad que sus compañeros» pero en su época los métodos eran ligeramente distintos. Tenía que llevar una pauta y un punzón y hacía ruido, «no terrible pero se hacía».

La ONCE, una vida

Pese a haber estudiado Derecho nunca se ha dedicado a ello. Desde que en 1971 comenzara en la delegación local de Lebrija su vida ha ido unida a la ONCE. Por entonces tenía 21 años y pese a su juventud obtuvo un gran reconocimiento, además, era un puesto distinguido que abría muchas puertas. Después se trasladó a Bilbao, tras esta etapa se mudó a Baleares donde permaneció hasta que se fue como delegado general a Madrid. Allí, tras ocupar varios cargos de relevancia, le eligieron presidente en 1989 y en este cargo se mantuvo hasta el 2003, cuando se incorporó a la Corporación Empresarial ONCE (CEOSA), donde trabajó como presidente ejecutivo hasta el 2011, momento en que le dijo al nuevo presidente «me parece que hemos terminado» para dedicarse a descansar y a disfrutar de su tiempo y de su pueblo natal junto a su mujer.

Al hacer balance de su larga trayectoria dentro de la organización, dice que «los distintos cometidos y responsabilidades los he tratado de cumplir y asumir con el mayor rigor y responsabilidad». En su opinión, los años 86, 87 y 88 fueron los mejores para la ONCE, considera que por aquella época tuvieron suerte por «las reformas sucesivas en el cupón, los sorteos de los viernes o el cuponazo». Pero poco a poco la situación fue cambiando, se despenalizó el juego y se fueron autorizando otros y aquello suponía más rivalidad para la corporación.

Mercado del juego

Respecto a la situación actual reconoce que «ahora el mercado del juego es más competitivo y la ONCE sufre por ello. Además, ha surgido el juego on-line y a esto hay que añadirle que, como tal, el juego no es un producto de primera necesidad. Se puede vivir sin comprar un décimo de lotería o un cupón». Es evidente que son momentos difíciles, no por falta de facultades, sino porque la competitividad es mucho mayor. Igualmente, la crisis ha afectado a la ONCE aunque Arroyo reconoce que «el español es un pueblo jugador». Aún así, afirma que el área social de la organización se ha ampliado pese a «disponer de menos dinero para más personas» y es que la entidad se ha beneficiado de los fondos europeos y todas las ganancias se destinan a esta labor.

Como miembro activo de la entidad guarda buenos momentos en su espléndida memoria, uno de ellos se remonta al año 89 cuando sus compañeros quisieron que fuera presidente. Reconoce que «en la ONCE lo he pasado bien, han existido tensiones porque las responsabilidades eran grandes pero he sido inmensamente feliz». Pero como en toda carrera profesional, Arroyo también se enfrentó a situaciones de dificultad como «los momentos de discusión que se produjeron con el Gobierno». Pero en su opinión, estas relaciones tensas se resolvieron con soluciones razonables y exitosas.

Con todo este largo camino recorrido resulta difícil imaginar qué obstáculos le pueden frenar. Pese a haber contribuido en muchos avances que han mejorado la vida a los invidentes españoles, afirma que aún hay barreras importantes por vencer. Las más difíciles son las reservas mentales que tiene la sociedad, «incluso en la propia organización existen», reconoce. Recuerda que cuando estaba en Baleares iba a ofrecer el trabajo de invidentes a empresarios y mostraban reticencias a contratarlos por si tenían que despedirlos, «dentro de los ciegos hay personas aptas para unas cosas y para otras no, no es necesario este tipo de trato especial».

Añade que la experiencia le ha enseñado que la voluntad, la predisposición y la ambición de cada uno influyen enormemente, «siempre he dicho que a un ciego hacer lo mismo que hace otra persona que no lo es le cuesta mucho más y los primeros que tenemos que ser conscientes de ello somos nosotros porque tenemos que defender nuestras posibilidades de trabajo», palabras de un experto en la materia que ha predicado, y sigue haciéndolo, con el ejemplo.