Sangre y gloria mexicana entre cárdenos

Leticia Ortiz / Burgos
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El diestro azteca Joselito Adame cuaja la mejor faena de la segunda corrida de la feria ante un bravo y exigente toro de la quinta, pero cae herido de gravedad al entrar a matar

Una bandera mexicana ondeaba con orgullo en lo que antes era el tendido cinco (desconozco a que sector corresponde según el plano del nuevo Coliseum) cuando Joselito Adame se iba a por la espada en el sexto de la tarde. Se alzó al aire la enseña con orgullo, pues el matador azteca había dejado los pasajes más toreros de la tarde ante el astado más completo de la misma. Un cárdeno oscuro, de nombre Naranjito y con el hierro de La Quinta, que planteó con seriedad el desafío: o tú o yo. Quizá no contaba el animal con encontrarse con la solvencia de un diestro que confió en salir victorioso y triunfador de la pelea, gracias a su valor, su técnica y su torería. Fue un duelo emocionante, vibrante, de los que te obligan a mirar sin descanso. Fuera los apuntes, el boli, la botella de agua y el Twitter. Pocas bromas que un tío se está jugando la vida y un toro se la quiere quitar. 

Antes de que la bandera mexicana se exhibiera con orgullo, Adame cuajó un trasteo rotundo, con toreo de verdad por ambas manos y remates de locura. De los que firman algunos y decimos que paran relojes, aunque no sean tan puros como los que vimos sobre el albero burgalés ayer. Hubo una trincherilla, ya casi al final de la faena, de las que hubiera hecho temblar los cimientos de Las Ventas. 
Con la gloria conquistada, el diestro azteca quiso rubricarla de la mejor manera posible con la espada. Pero Naranjito no había dicho su última palabra en aquella batalla dirimida sobre la arena del Coliseum. Fue apenas un latigazo con Adame volcado sobre el morrillo y el estoque hasta la bola. Directo al muslo. Con violencia. El mexicano no soltó la espada durante el trance. Pero el astado tampoco soltó su presa.
La sangre de Adame llegó hasta la zapatilla del torero en lo que sus compañeros lo llevaron a la puerta de la enfermería. Mientras ésta se abría, a apenas unos metros, el cárdeno de La Quinta caía muerto por el estoconazo de Adame. Gloria y tragedia. Las dos caras indivisibles de la Fiesta en el mismo ruedo. Y, con el héroe siendo estabilizado en la UVI móvil, con un cornalón en el muslo, la bandera tricolor volvió a ondear con orgullo cuando la cuadrilla del matador recogió las dos orejas ganadas a ley. 
Otra más fue a parar al esportón de Adame ante el tercero por una faena basada en la mano diestra con momentos para paladear despacio, como esa tanda, con la espada clavada en el albero, y la muleta libre, pero en la mano derecha. Ya lo hacía otro Joselito. De Madrid y apellidado Arroyo. Buen toro, por cierto, ese tercero, con el hocico por la arena de una plaza que no lució tan abarrotada como el día anterior, pero que registró una más que aceptable entrada. 
Como Adame, Manuel Escribano también se presentaba en Burgos. No en el Coliseum, que no tendría mérito, sino en la ciudad, pues tampoco pisó El Plantío. Y, de primeras, demostró que podría entrar perfectamente en la terna de esos que el maestro Pedro Mari Azofra definía como «toreros a los que aplaudió la mayoría». Es decir, que el sevillano dejó sus credenciales para que los tendidos de sol, bueno, los que antes eran tendidos de sol, le acojan y le den un sitio junto a Padilla, El Cordobés y El Fandi. Porque Escribano se entregó en cuerpo y alma, con capote, banderillas y muleta, para salir a hombros por la Puerta Grande. Solo el mal uso de la espada en el quinto se lo impidió, de hecho. Pero, hasta el fallo con los aceros, consiguió la complicidad de un público extrañamente frío, gracias a sendas faenas bulliciosas y populistas que llegaron después de dos tercios de banderillas vibrantes. Especialmente bueno fue el tercer par del quinto toro, con un quiebro casi perfecto pegado a tablas, y el de La Quinta arreando. Precisamente, quizá fueran las frías y el desgaste que supone ese tercio para los animales, pero los dos toros de Escribano fueron de más a menos, apagándose antes de tiempo.
No se apagó, porque nunca estuvo encendido el cuarto, el más deslucido, ante el que Robleño lo intentó mientras la gente se preocupaba más de la merienda. Le hicieron más caso, porque lo merecía, en el que abrió plaza, ante el que el madrileño cuajó un trasteo solvente y profesional, dando muestras de la madurez que atesora ahora su toreo. Paseó una oreja.
 
La Ficha:
 
Domingo 28 de junio de 2015. Segunda corrida de la Feria de San Pedro y San Pablo. Casi tres cuartos de entrada en tarde con calor.
 
Ganadería 
Seis toros de La Quinta, de excelente presentación y juego desigual. Destacó el sexto por bravo y el tercero por transmisión. El primero embistió al ralentí, con ritmo mexicano. El segundo y el quinto fueron de más a menos. El más deslucido fue el cuarto.
 
Fernando Robleño
De tabaco y oro; estocada caída con mucha muerte (oreja); estocada atravesada (silencio).
 
Manuel Escribano
De celeste y oro; estoconazo tras pinchazo (oreja); estocada entera tras tres pinchazos (ovación con saludos tras aviso).
 
Joselito Adame
De grana y oro; estocada entera recibiendo (oreja); estocada entera de la que salió prendido recibiendo una fuerte cornada en el muslo derecho (dos orejas, que recogió la cuadrilla).