No me cabe ninguna duda de que su convocatoria de hoy en Madrid llenará la Puerta del Sol de enfervorizados podemitas, las tengo cada vez más serias de que sus votos rebosen en las urnas en la medida que predicen las encuestas. Cada vez más dudas. Que empezarán a despejarse en las elecciones andaluzas, se clarearán en las municipales y autonómicas, se comprometerán en las catalanas y ya en las generales veremos definitivamente cuál es la brasa que hay detrás de la humareda.
Podemos estaba metido, tras los comicios europeos, en un alucinante torbellino en el que los vientos parecían concitarse para hinchar las velas del buque y llevarlo en un vuelo al paraíso, al cielo de la Moncloa cuyo asalto anhelan. Y eso es lo peor que les ha pasado, que se han hinchado.
Si algo está sucediendo a su cúpula, maestra hasta ayer en comunicación de masas, pero desde el púlpito, con alfombra y sin contraste, y en particular a sus triunviros, Iglesias, Monedero y Errejón, es que, sobre todo los dos primeros, han caído en el peor pecado en que puede caer quien aspira a ser el gran tribuno de la plebe, y que fue la perdición de tantos en el foro romano: la soberbia. Estos nuevos Césares parecieran sentirse ya Augusto sin haber pasado por Julio y ni siquiera haber ganado una sola batalla. Porque hasta el momento y en las urnas, ninguna han ganado, ni siquiera a los que ahora engullen, sus primos de IU que, aunque no lo parezca, quedaron por encima suyo en las europeas.
El envanecimiento de Podemos se ha corporeizado de manera clamorosa en su cónsul máximo, el señor Iglesias. Y el problema es que el plumero se le ha visto demasiado pronto. Llegar a los platós escoltado por un séquito de sátrapa oriental que lo flanquea e intimida a sus interlocutores no es cosa que trascienda en las imágenes pero que concuerda, y ello sí se retransmite, con el aire de sobrado, incluso de macarra que el líder, ensayadamente humilde y hasta untuoso hasta anteayer, ahora no puede reprimir que le salga y le brote en todo su lenguaje verbal y corporal. Fatuo es la palabra. Y esa fatuidad, esa prepotencia es lo que, tanto como sus lamparones de oscuros dineros y de becas negras, más daño les están haciendo. Fatuidad y prepotencia desplegada a raudales. Y sin haber ganado una batalla ni a cimbrios ni a teutones, y mucho menos a Pompeyo.
Desde luego eso no le afecta a su parroquia ni a los enfervorizados catecúmenos. Ante ellos vale la explicación de Monedero y la de los febriles tuiteros: campaña del enemigo, acoso de las fuerzas oscuras, perversos fachas que tienen miedo, ladran luego cabalgamos. Pero otra cosa son las gentes del común, los que pudieron percibirlos como otra cosa y a nada están demostrando ser la misma y sin pisar siquiera la moqueta. Porque los tronches dinerarios que se descubren son muy feos, porque éticamente no tiene pase acusar a todos de ser miserable casta y comportarse en su territorio, sea la universidad o Venezuela, exactamente igual que a los que critican.
Y lo peor: pretender que, sin embargo, ellos no pueden ser criticados por nadie. Tienen una bula absoluta.
Y puede que, en un principio, hasta la tuvieran, ya se sabe que la izquierda se la concede universal a sí misma, pero la están perdiendo y ya no hay indulgencia plenaria. Tuvieron también lo que nadie ha tenido a su disposición en España: los púlpitos televisivos con entregados monaguillos en busca de que, en un futuro, los hicieran obispos. Tuvieron y algunos siguen teniendo pero menos y los muy entregados a la Agitación y Propaganda. Otros se están desmarcando y ello ha dejado al Mesías y sus apóstoles primero desconcertados y luego rabiosos. ¡Pero cómo es posible que haya periodistas que quieran ir de periodistas y no asumir su papel de difusores de la causa del pueblo!
En ello radica el error más grave. La declaración de guerra a la prensa y a la información libre. La hicieron en Venezuela, sus asesorados, pero aquí desatarla cuando aún no se tiene el poder en la mano supone un verdadero disparate táctico. Pero es que van sobrados. Y es por ello que lo mismo que les pasa con la prensa les está sucediendo en sus relaciones.
Los que, en un principio, aspiraban a participar y hegemonizar desde dentro a Izquierda Unida, ahora lo único que están dispuestos es a aceptar su rendición incondicional a cambio de algún que otro platillo de lentejas. Pero primero genuflexión ante el Sanedrín de Iglesias. Tal cual. Tienen la sartén por el mango, es hacia ellos hacia donde confluyen los votos, y la connivencia con quienes como sus mejores submarinos se han establecido y hasta son dominantes en la propia organización a la que solo parece quedarle la salida de la entrega de la bandera y los bagajes. En el caso de Madrid y Tania Sánchez no puede ser más evidente.
Que tiene una lógica que sus bases pueden compartir de pleno. «Vamos todos juntos, da igual la sigla y ellos llevan ahora la enseña». Pero la soberbia podemita es la que puede, a pesar de la actitud cada vez más y más genuflexa de Alberto Garzón, el candidato que acabará por no serlo (Iglesias no le va a dejar de ninguna manera ser cabeza de nada), dar al traste con lo que podía ser un acuerdo de pacto y ensamblaje para conseguir el tantas veces el soñado sorpasso al PSOE.
Porque Podemos no quiere acuerdos de ningún tipo, quiere rendición sin condiciones. Y eso ya es demasiado para quienes llevan lustros en ese tajo. Mucho más en Andalucía. Si allí al final lo que concurren son dos listas, la de IU y la de Podemos, se van a disputar a cara de perro un mismo electorado. Y de lo que resulte va a depender que suban o bajen humos o se queden hasta en agua de borrajas. Antes, bien pueden rendirse Garzón y Maíllo, como en Madrid rendida lleva años Tania Sánchez, pero puede que o no lo hagan o que les aparezca una respuesta que no esperan en sus propias bases. El problema, como en el de los lamparones, el de la prensa, en el de todo, es que los podemitas, con su Mesías levitando, van sobrados.