En el número 8 de la castiza calle del Barquillo, cerquita de la Gran Vía madrileña, tenía su teatro de operaciones Raimundo Ruiz, coleccionista, marchante, anticuario y hombre sin escrúpulos cuando existía la oportunidad de hacer un pingüe negocio con las antigüedades, mercancía que en la segunda década del siglo XX se convirtió en una fenomenal fórmula para prosperar económicamente aunque los medios para justificar tales fines fueran asaz oscuros. La aristocracia, que siempre sintió predilección por la estética historicista, y la rampante demanda del arte medieval que había fuera de las fronteras nacionales, especialmente en Estados Unidos, y más en concreto las galerías de arte de Nueva York, fueron el caldo de cultivo en el que florecieron personajes como Ruiz, que hicieron verdadera fortuna mercadeando.
En sus memorias, el catalán Frederic Marès, uno de los grandes coleccionistas de la época, hablaba así de Ruiz: «Fue uno de los primeros anticuarios que supo tener contacto con el exterior, cuando la exportación no se controlaba o se contralaba mal, exportó mucho y bueno». Y tanto. Resulta casi imposible hacer un inventario de las joyas del arte español que este anticuario -junto con su hermano Luis- ayudó a salir del país rumbo a Estados Unidos. Se cuentan por miles. Su fama cruzó el Atlántico con ellas, hasta el punto de que sus ventas se anunciaban en Manhattan como sello de calidad asegurada. Tablas y esculturas hispanoflamencas; pintura mural de los siglos XII yXIII; conjuntos escultóricos del mejor arte románico, especialmente castellano... Los Ruiz no exportaban cualquier cosa, como se ve.
El patrimonio de la provincia de Burgos padeció su devastadora acción. Él fue quien vendió la portada románica de la iglesia de San Vicente de Frías, que se exhibe en el Museo de los Claustros de Nuevo York. Y también fue quien, en 1929, recaló en Cerezo de Riotirón para llevarse cuanto quedaba de la iglesia románica de la Llana, una joya románica del siglo XII.Se aprovechó Ruiz de la ‘campaña’ de ventas de obras de arte que por aquella época inició la diócesis burgalesa; maniobra que fue denunciada por la prensa y las academias de arte e historia. Lo cierto es que Ruiz llegó a un acuerdo por la Llana, que fue desmontada y llevada a Vitoria. Las piedras, guardadas en cajas de máquinas Singer, esperaban ser trasladadas a Valencia, donde embarcarían rumbo a Nueva York. Ruiz no se salió con la suya. No en su totalidad: alertadas las autoridades, le fueron confiscadas las piezas del pórtico, que regresaron a Burgos. Sin embargo, consiguió vender el tímpano de la iglesia, esto es, el conjunto de relieves conocido como ‘Adoración de los Reyes Magos’, que también se halla en Los Claustros. Y posiblemente más.Por ejemplo, algunos arcos y capiteles de la derruida galería porticada y del viejo claustro de la Llana.
Y es en este punto que el historiador Marino Pérez Avellaneda asegura que estas piezas pueden formar parte del polémico claustro aparecido en una finca privada de Palamós en el verano de 2012. «Existen fotografías de la incautación de las piedras en Vitoria que muestran piezas y figuras que no aparecen en ningún sitio. Hablamos de capiteles, por ejemplo, que nunca fueron llevados a Burgos. Mi opinión es que el anticuario, que arrasó con todo, salvó algunas de estas piezas, igual que hizo con la ‘Adoración de los Reyes Magos’. Esa galería porticada y varios tramos de claustro, que tengo documentado, no se devolvieron. Y qué casualidad que justo cuanto son incautadas las piedras de Cerezo en Vitoria aparece en Madrid el claustro de Palamós. Hubo, entonces, un tercer lote. Estoy seguro de que algunos de los capiteles de ese claustro están mezclados con otros originales de otros sitios (¿Silos? ¿Rebolledo? ¿Salamanca?) en el de Palamós, que es una amalgama de piezas originales y nuevas. Ni todo es antiguo, ni todo es nuevo. Seguro», apostilla.