Aún siendo una auténtica ruina, resulta imponente. No en vano fue el primer convento fundado en la Península Ibérica por San Francisco de Asís.Pero hace décadas que nadie parece tenerlo en cuenta salvo cuando, como ayer, sus piedras salen de la atonía y sacuden la rutina del barrio.
Unos cascotes caídos en la acera de la calle SanFrancisco obligaban a media tarde a levantar la cabeza a los peatones que a diario ignoran estos vestigios, aunque solo fuera para contemplar la intervención de los bomberos.Ayudados por la Policía Local, cortaron la calle para despejar el peligro de la zona alta de uno de los muro que aún siguen en pie.
Las ruinas del convento y la iglesia de San Francisco se encuentran en la lista roja de Hispania Nostra desde que en febrero de 2014 un vecino,José Ramón Carmona, denunciase en Diario de Burgos los últimos ataques de los grafiteros. La asociación alerta del riesgo de «inminente desaparición» y teme el «derrumbamiento y la pérdida total de los vestigios arquitectónicos» por la «presión urbanística y el abandono social». De hecho, tras aquel toque de atención solo UPyD, a través de su entonces portavoz municipal RobertoAlonso, reclamó que se dignificase lo que queda del cenobio.
Los restos pertenecen alAyuntamiento desde que Defensa se los donase en 1972. «Solo quedan unos mellados y ruinosos muros, con un arco moldurado, dos arco-solios, un rosetón con tracería hebraizante en estrella de seis puntas, dos óculos circulares sencillamente moldurados, un escudo y una lauda sepulcral con grafía romana», describe el arquitecto Álvaro Díaz Moreno en el Boletín 4 de la Institución Fernán González, en 1996. Desde entonces y salvo los artículos de este periódico, Eliana Alvoz no ha encontrado más que referencias «de forma tangencial» al monumento que ha centrado su trabajo fin de grado en Historia del Arte de la Universidad Complutense. «Esto corrobora la falta de interés que se tiene respecto al patrimonio, que viene dado sobre todo por su desconocimiento», concluye la estudiante burgalesa, quien resalta que tan dañina fue la invasión napoleónica como la intervención urbanística de los años 90 del siglo XX.
En su trabajo recoge una carta delServicio Territorial de Cultura en la que se pide al Ayuntamiento paralizar las obras de apertura de la calle Azorín y su conexión con San Francisco, en 1992, tras descubrir que habían sido desmanteladas muchas sepulturas y quedaban «colgados» los muros del templo. «Quizás gracias a esta intervención nos ha llegado parte de la historia» del convento, afirma Eliana. ¿Podrá sostener esa afirmación la próxima década?