El gendarme francés llegó exhausto a Vitoria después de haber dormido dos noches al raso, de ‘vivaquear’ -como se dice en el argot castrense- con la tropa famélica que había puesto pies en polvorosa desde Burgos, en cuya plaza habían pasado los últimos meses. No hizo sino llegar y tomar pluma y papel para escribir a su amada y contarle con detalle sus últimas andanzas en una nueva carta, mucho más inquietante que las que había firmado desde la ciudad castellana las semanas anteriores. Con letra estilizada y elegante, el soldado napoleónico describió la terrible salida de Burgos de las tropas acantonadas en aquella fortaleza, que había resistido tan bien al asedio, como ya había anticipado el emperador tras su visita a Burgos unos años antes. En la misiva, el oficial detalló aquella negra madrugada del 13 de junio de 1808. «Antes de dejar Burgos nos ocupamos de volar el fuerte que habíamos arruinado anteriormente. Esta medida extrema ha costado más de un bravo a la Francia».
Este formidable testimonio, cedido por el investigador Miguel Ángel García, que adquirió recientemente esta y otras cartas firmadas por el mismo soldado en una librería de viejo en Francia, permiten conocer cómo se vivió del lado galo aquella jornada que marcaría la ciudad de Burgos en muchos sentidos. Según la misma misiva, el relato del gendarme da algunas claves de lo ocurrido, como por ejemplo que los franceses se confiaron demasiado al colocar toda la carga explosiva. «Confiando demasiado en los medios empleados por los artilleros e ingenieros, muchos militares estaban agrupados en el momento de la explosión, que provocó una detonación horrorosa».
El testimonio escrito del soldado revela lo que la ciudad de Burgos vivió a aquella hora incierta del alba: «La explosión envió un granizo de pedazos de bomba y de obuses sobre todos los barrios de la ciudad», y ya apunta que muy posiblemente la población burgalesa (no así su caserío) no debió de sufrir víctimas, al contrario de lo que les sucedió a ellos: «Esta desgracia no alcanzó a españoles porque todavía estaban en la cama. La evaluación de las pérdidas: más de 150 muertos o heridos», escribe el recluta.
Incertidumbre
La epístola demuestra también el cansancio y la incertidumbre que los franceses padecían a esas alturas, sabiéndose perdidos. Cuenta el gendarme que al día siguiente (16 de junio) partirá «toda la legión» a Bayona para servir de escolta a Renovales, «general de los insurrectos españoles», y le confía a su amada: «Ignoro mi suerte futura».
Relata también que el Rey es esperado en Vitoria, donde ya está buena parte de su Corte, y que «los ejércitos de la vanguardia preparan la retirada y deben apoderarse del terreno que ocupan. Pienso que podrían destinarme al Ejército del Norte que se acantona en Navarra», y concluye que, aunque bien de salud, se encuentra cansado, muy cansado...