El largo viaje de Goyo 'El catalán'

Angélica González / Burgos
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Gregorio Gutiérrez lleva 75 años montando en bicicleta y a los 90, que cumple el día 21, sigue en plena forma. Sus amigos calculan que lleva recorridos 800.000 kilómetros

Ese lustroso par de huevos fritos y su correspondiente jamón más un buchito de vino y un café fueron el almuerzo, ayer, de Goyo, de casi 90 años. - Foto: Ángel Ayala

Aguantó los bombardeos fascistas sobre Bilbao durante la Guerra Civil; la separación de sus padres para ponerse a buen recaudo en Liverpool (Gran Bretaña) en el año 1938 adonde llegó en el barco Habana -«yo era el niño número 5.577, así que imagínate cuántos éramos», recuerda-, el expolio y el hambre de la posguerra, y muchos años de duro trabajo como ebanista en Guinea, Barcelona y Burgos donde, además, dio clases en la Escuela de Maestría Industrial. El próximo día 21, la víspera del sorteo de Navidad, Gregorio Gutiérrez, natural de Ubierna, cumplirá 90 añazos, de los que 75 se los ha pasado, como quien dice, subido a una bicicleta. Y está como una rosa.

Es tal su vitalidad, que los miembros de la cuadrilla, con los que se ve todos los fines de semana y días festivos, todavía se asombran, a pesar de que le conocen hace más de treinta años. «Dile que te cuente cuando hizo unas llantas de madera y cuando nos construyó unos retrovisores para las gorras», apunta uno de los amigos; «y cuando le operaron y al día siguiente cogió la bicicleta», añade otro; «no tienes sitio en el periódico para escribir todas las anécdotas que tiene Goyo», concluye un tercero, mientras se van apretando un almuerzo contundente en la cantina de San Millán de Juarros: las exquisitas carrilleras de Begoña y carajillo con magdalenas. Nuestro hombre, más prudente, se conforma con dos huevos fritos con jamón, de los que da cuenta con placidez mientras va desgranando su vida. Son las 11 de la mañana y la niebla aún no ha levantado, lo que no le ha impedido llegar al pueblo desde Burgos a lomos de su impecable bicicleta, algo que no han hecho, por cierto, muchos de los otros comensales, que se quitaron el maillot al ver la enorme bruma que impedía la visión.

Entre unos y otros echan cuentas de las distancias que lleva en sus piernas y hasta han calculado que habrá recorrido 800.000 kilómetros a lomos de las dos ruedas. No hay club de fans más agradecido que el de Gregorio, quien tiene, por cierto, una memoria impecable. Ebanista de profesión, rememora que se fue a Guinea «porque ganaba mucho más que aquí» y que en Barcelona -donde pasó 20 años, de ahí su apodo de ‘Goyo, el catalán’- se encargó de forrar en madera los interiores de las mejores casas de la Bonanova, uno de los barrios altos de la ciudad condal. En este punto, sus amigos vuelven a la carga: que menudos muebles ha fabricado, que cómo  los diseña y luego te explica todos los secretos, que mira qué manos tiene para haberse dedicado toda la vida a la ebanistería. Es cierto. Las manos de Goyo son grandes y poderosas pero, lejos de resultar ásperas y bastas, tienen la suavidad de las de un pianista: «Nunca me hice una herida y eso que trabajé con herramientas muy peligrosas que a muchos le han cortado los dedos», presume.

Las hazañas sobre las dos ruedas no terminan: «Yo pescaba cangrejos aquí al amanecer y a mediodía los estábamos comiendo en Beasain». «Cuando aquellas nevadas de antaño yo iba por la carretera y cuando resbalaba no me caía porque la bici se quedaba encajada en la nieve». «Un día me rompí el radio bajando por Albillos porque había unos que estaban parados en medio de la carretera y me tuve que ir a la derecha, había arena, la bicicleta se clavó y salí por delante». «Bajando el Valle del Sol también me caí pero no me hice nada y no recuerdo más caídas». También ha  recorrido en varias ocasiones el Camino del Cid, incluso haciendo de mecánico para los participantes en las marchas que organizaba la Diputación hasta Valencia. Aunque ahora no forma parte de ningún club, ha pertenecido a la Unión Cicloturista El Cid y a la Unión Cicloturista Burgalesa: «Una vez me preguntaron que por qué era de las dos y contesté que tenía amigos en las dos».

La consulta del médico solo la pisa para controlar la tensión, que le suele bajar cuando anda en bici: «Me baja la tensión y las pulsaciones, que eso es muy bueno». Puede que sea ésta la clave de su vitalidad. O que nunca ha fumado ni ha bebido («tener vicios», lo llama él) y apenas ha comido carne. O que se levanta con el amanecer.  Termina sus recuerdos, apura el café y posa para el fotógrafo. Luego se abriga y enfila el camino para volver a Burgos con su bicicleta estrenada hace cuatro años. «Ojalá me dure otros 40», les dijo a sus sorprendidos colegas cuando la estrenó. Ojo, que en ese momento ya tenía 86. Su secreto, sin duda, es el optimismo.