La sala ‘Acciones de Guerra’ del Museo Histórico Militar, ubicado desde hace un año en el Palacio de Capitanía, cuenta con tres nuevos elementos con los que se aspira a hacer justicia a quienes desempeñaron en batalla un papel protagónico. Se trata de los retratos de tres héroes burgaleses: el general Fidel Ángel de Santocildes, cuyo papel en la Guerra de Cuba fue sobresaliente, y los soldados Marcelo Adrián Obregón y Ciriaco Fuentes Olmo, que realizaron acciones más que destacadas durante la Guerra de Filipinas. Sus fotografías se han ubicado en un espacio más que noble: junto al retrato que Goya hizo de Juan Martín, El Empecinado, y la casaca de húsar del Cura Merino.
Santocildes, nacido en Cubo de Bureba, pasó a la historia por su heroico papel en el conocido como combate de Peralejo, en el que este general burgalés terminó perdiendo la vida. Fue en el año 1895. Al frente de 1.500 hombres, Santocildes cayó en una emboscada del rebelde Antonio Maceo. Conocido por su ardor guerrero y por su valentía en el campo de batalla, virtudes que le habían granjeado fama, ascensos y respeto entre los suyos, no se arredró en ante la celada que perpetrada por los cubanos. Pese a ser menos en número, y sabedores de que en aquel enfrentamiento tenían todas las de perder, el burgalés encabezó la ofensiva, siendo de los primeros en recibir el plomo enemigo: le impactaron dos balazos que lo dejaron muy grave.
Sus hombres trataron de llevárselo de la primera línea de ataque, pero él no se dejó, argumentando que se trataba de dos inofensivos arañazos cuando en realidad se trataba de heridas más que severas que lo inhabilitaban para el combate. El general siguió luchando hasta que recibió un tercer disparo, que le hirió en la cabeza y le provocó la muerte.
Los últimos de Filipinas. Mención especial merece Marcelo Adrián Obregón, héroe de Baler e integrante de aquel irreductible y por todos admirado grupo de hombres que han pasado a la historia (a través de la voz popular) como Los últimos de Filipinas. Nacido en Villalmanzo, cerca de Lerma, Marcelo Adrián Obregón, fue en 1896 enviado a Filipinas, donde los tagalos se habían rebelado y pretendían la independencia machete en mano. Con su compañía, el Batallón Expedicionario de Cazadores nº 2, combatió en Silán, en los montes de Paray, en Managondón y en Bulacán hasta que en el año 1898 recaló en el pueblo costero de Baler.
El burgalés destacó por ser un excelente tirador, lo que le valió el respeto y la admiración de sus compañeros. Por eso, durante el famoso asedio de meses, ocupó siempre el puesto de vigilancia en la torre de la iglesia, adonde, durante los largos ataques, le subían la comida en polea. Afortunadamente, fue uno de los 33 supervivientes de aquella insólita gesta, toda vez que resistieron muchos meses después de hubiera terminado la guerra, casi olvidados por todos, españoles incluidos. Su ejemplo fue admirado por todo el mundo, llegando su resistencia a ser estudiada en la academia militar de West Point.
A su regreso a España fue homenajeado y condecorado. El 3 de septiembre de 1899 volvió a pisar su pueblo natal, donde fue recibido como un héroe. Murió en febrero de 1939 y sus restos descansan en el Mausoleo a los Héroes de Cuba y Filipinas del cementerio de La Almudena de Madrid.
Ciriaco Fuentes Olmo, natural de Buezo, era sargento de Infantería en plena rebelión tagala.El capitán general de Filipinas, Camilo García de Polavieja, encargó al jefe de su división la defensa de tres provincias estratégicas, vitales para proteger Manila, la capital. En febrero de 1897, siguiendo el general Jaramillo hasta Iba, localidad en la que se hallaba atrincherado un numeroso grupo de rebeldes, Ciriaco Fuentes tuvo que fajarse cuerpo a cuerpo para que su brigada conquistara casa a casa el pueblo. Continuaron su exitoso avance hasta Silang, punto fundamental, y aún más adelante, padeciendo los encarnizados ataques tagalos.
Estaban los españoles a punto de ser rechazados por los rebeldes cuando en un arranque casi suicida el sargento burgalés, al mando de su pelotón, formado por ocho hombres, consiguió llegar hasta uno de los parapetos desde los que estaban haciendo blanco los insurrectos y tomarlo causando numerosas bajas al sorprendido enemigo. Su acción permitió abrir un hueco por el que entraron como una manada el resto de los hombres de la brigada, que permitió finalmente, tras un combate fiero y terrible, conquistar totalmente la ciudad, lo que cerró toda posibilidad de avance hacia Manila de los tagalos. Tras la capitulación española, el héroe burgalés regresó a la metrópoli.En el año 1901 el Consejo Superior de Guerra y Marina le concedió la Cruz de primera clase de la Real y Militar Orden de San Fernando.