«Al menos llegó el agua, lo que más falta nos hacía...»

G. Arce / Burgos
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Seis décadas después de la anexión de Gamonal a la capital, los vecinos más veteranos rememoran la vida del viejo pueblo, que desapareció entre el desarrollismo y los olvidos de los sucesivos alcaldes

Foto de familia de vecinos que compartieron parte de sus vidas en Gamonal de Río Pico, antes de que los alcaldes capitalinos lograran su objetivo. - Foto: Jesús J. Matías

Agua corriente en casa. La historia con minúsculas, la sentida de verdad, se escribe con esos pequeños detalles que dejan un recuerdo imborrable en la memoria de quienes los vivieron. Con la unión del pueblo de Gamonal de Río Pico y la ciudad de Burgos, de la que estos días celebramos el 60 aniversario, desaparecieron los mozos acarreando cubos en cuadradillos desde la fuente del pueblo viejo, helada como una piedra todos los inviernos; se puso fin a los pozos ciegos y las visitas a las cuadras; se terminaron aquellos paseos felices por lo que hoy es Eladio Perlado camino al Arlanzón para lavar la ropa en sus orillas...

El 1 de enero de 1955, mientras tañían las campanas de la Real y Antigua, el alcalde capitalino Florentino Díaz Reig y sus concejales saludaban exultantes a los 2.400 vecinos del nuevo barrio y se preparaba la paellada popular, todo empezó a cambiar para este pueblo que, en el fondo, nunca añoró la anexión con la gran capital y al que, se lamentan hoy los que saben lo que cuesta un vaso de agua, nunca se le ha tratado como se prometió...

El Gamonal de 1955 era, como se le denominó prepotentemente desde la Plaza Mayor, un «islote» perdido en la incipiente modernidad que empezaba a vivir España. Ese aislamiento, defendido mayoritariamente por sus habitantes y fortificado en los privilegios a perpetuidad sobre el suelo otorgados por el Monasterio de San Juan de Ortega en el siglo XVII a los 14 vecinos más antiguos (el Censo de los Catorce), fue utilizado durante años por los políticos de la capital y el régimen franquista (en la persona de los gobernadores Alejandro Rodríguez de Valcárcel y Posada Cacho, entre otros) para intentar atraer con desigual suerte al que hoy es el barrio más populoso de la ciudad (más de 70.000 habitantes)y donde, además, se ubicaba el aeródromo militar y una incipiente industria seducida por unos tributos más laxos.

Uno de aquellos vecinos, José Antonio Saiz Perea, recuerda con indignación cómo la tubería de abastecimiento pasaba a escasos metros de sus casas en dirección al cuartel de Intendencia (frente a los terrenos donde se instalaría Firestone), pero el Ayuntamiento se negó en corto a abrir un ramal mientras no se firmase la anexión. Otro, también avanzado en años, aún lamenta cómo los todopoderosos gobernadores civiles franquistas («y el cura que me bautizó», añade Irineo)hicieron y deshicieron para quitar de en medio al alcalde más reacio a la unión.

En carro a Burgos. En verdad, pese a lo que dijesen alcaldes, gobernadores y curas, no les que quedaba otra alternativa que ser Burgos, lo firmase Franco o no. El desarrollo mandaba...

El Gamonal de entonces, en el que el río Pico fluía por donde hoy se ubica la modernista Casa de la Cultura, ocupaba una superficie de apenas 2,3 kilómetros cuadrados, aunque las propiedades de sus vecinos se extendían mucho más allá del espacio delimitado por los dos fielatos (uno ubicado en el cuartel de Intendencia y otro en la actual gasolinera de la glorieta de Logroño), donde se cobraban los arbitrios por el paso de mercancías.

Honorato Rupelo, el hijo del panadero, apunta que en la Casa Consistorial había taberna y carnicería y que el pueblo disponía de martillo pilón para fundir piezas, pellejería, varias lecherías y cochinerías, talleres de chapa y numerosos bares, como el de la familia de Gloria Burgos.

Pilar Blasco, la hija del barbero, recuerda como si fuesen hoy las tardes con sus amigas mientras trillaban en las eras, donde poco tiempo después se levantaría el dominó de la barriada de la Inmaculada. María Antonia Alonso trae a la conversación los días en el entorno de Casa la Vega, «donde comíamos las algarrobas», un rincón transformado hoy en el nuevo Gamonal. Varios años antes, en el 36, Benita de la Fuente acudía a este mismo lugar con su familia a esconderse en los refugios excavados bajo la tierra para protegerse de los ataques aéreos...    

El patio trasero. En la escuela se formaba a los chavales con el objetivo de que a los 14 años empezasen a trabajar en Campofrío o la Loste y contribuyesen al sustento de la familia. A los más sobresalientes se les enviaba a la universidad laboral o a los conventos.

El padre de María Antonia Alonso trabajaba en la harinera de la capital, a donde se desplazaba a diario en un coche tirado por caballos que hacía el recorrido de la N-1 hasta la Academia de Ingenieros. Sí, la calle de Vitoria, vacía entonces, pero que en apenas una década después se convertiría en la arteria principal de la ciudad del Polo de Desarrollo Industrial, que atrajo a miles y miles de familias obreras al nuevo barrio, que poco a poco fue perdiendo su pueblo original... Este olvido es visible hoy alrededor de la vieja fuente y también muy doloroso para sus vecinos, que se sienten «engañados» por los munícipes de las últimas seis décadas.

Aquella urbanización desaforada y desordenada de viviendas, recuerda Luis Ortega (el joven que se limpiaba sus botas saltando en los charcos junto al río Pico) destrozó el pueblo, pisoteó sus huertas y levantó frente a las casas gigantescos muros de bloques de viviendas de diez alturas. «Quién no se iba a marchar de allí...».

Gamonal, sienten sus más mayores, siguió esperando las promesas capitalinas y fue tratado como una especie de patio trasero de la ciudad industrial, un escalón más abajo en el que tropiezan muchos prejuicios entre los vecinos del barrio y del centro, aunque el verdadero centro de la ciudad es ya el barrio. «Hace 60 años -nos resume Luis Ortega y confirma Carmen- vivíamos aquí como en una familia;los inviernos eran muy duros y  si hacía falta nos ayudábamos, y siempre con buena predisposición... Era muy bonito».

La señora Bene cumplió el domingo 85 años muy bien llevados. Tenía 25 cuando el alcalde Díaz Reig y el gobernador Posada Cacho le daban a la paella para celebrar la anexión. La suya fue la última boda en aquel Gamonal independiente, en el altar de la Real y Antigua, donde también se casaron sus 4 hijos... La vida sigue.