Frutos rescata la curiosa historia del sanatorio de Fuentes Blancas

Angélica González / Burgos
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El médico e historiador dedica su último libro a explicar los avatares de un espacio que acogió colonias infantiles y fue refugio de los militares de la Legión Cóndor, academia de alféreces provisionales y hospital antituberculoso

Martín de Frutos, ayer, en el lugar exacto donde se ubicó el sanatorio. - Foto: DB/Patricia González

Quizás los más mayores del lugar recuerden que antes de que los enfermos de tuberculosis fueran atendidos en el Hospital Fuente Bermeja existió un sanatorio en Fuentes Blancas que acogió a las personas que padecían esta grave enfermedad, por otro lado muy denostada socialmente debido a su fuerte capacidad de contagio. Al médico e historiador Martín de Frutos, que en su día publicó una obra sobre los hospitales burgaleses durante la Guerra Civil, le interesó saber cuál había sido la continuación del centro ‘provisional’ que para esta patología se construyó en Gayangos. Y la encontró en un paraje de Fuentes Blancas con una historia muy movida.

Estos avatares han sido recogidos en un libro, que será prologado por el también médico e historiador José Manuel López Gómez, y que se titula El sanatorio antituberculoso de Fuentes Blancas. Un edificio de usos múltiples. Y tan múltiples. La primera propietaria, en 1912, fue la Compañía de Jesús que compró el terreno a un particular. Allí construyó una ‘casa de salud’ para que sus miembros pudieran desestresarse del trabajo que realizaban en el juniorado, donde formaban a los futuros jesuitas. Pero en el curso 1918-1919 esa labor se trasladó a Carrión de los Condes (Palencia) y los religiosos se dedicaron a la docencia ordinaria que, por lo visto, no les agotaba tanto y dejaron sin uso el edificio hasta 1928 en que lo alquiló el Ayuntamiento de Getxo para dedicarlo a colonias infantiles.

Como los niños de aquella localidad más desfavorecidos y de salud más frágil la recuperaban gracias al clima de Burgos y se divertían mucho, la institución municipal se decidió a comprarle la casa, que se conocía como Villa San Ignacio o Aguas Claras, a los religiosos en diciembre de 1931, con tal mala suerte que, un mes después, tras declarar la disolución de la Compañía de Jesús, el Gobierno de la República la incautó, aunque mientras el Consistorio getxotarra demostraba que era el auténtico propietario se le permitió seguir utilizándolo para colonias. En 1935 se confirmó su titularidad y se la devolvieron.

 Al siguiente verano se produce el golpe de Estado al que sigue la Guerra Civil y sorprende a 40 niñas de vacaciones en Fuentes Blancas. De Frutos ha podido encontrar a dos octogenarias que pasaron aquel largo verano del 36 en Burgos ya que hasta octubre no pudieron volver a casa a través de Cruz Roja y nada menos que a bordo de un destructor inglés, y cuenta con detalle la peripecia.

De nuevo llega otra incautación, esta vez de parte del ejército golpista. A primeros de marzo del 37 se decide ubicar allí un sanatorio antituberculoso pero como la germana Legión Cóndor no tenía dónde ubicarse para descansar tras bombardear las zonas ‘rojas’ del Norte, se decidió dejar para más adelante al bacilo de Koch y usarlo como refugio de los rubios soldados.

Un año después se instala allí una academia de formación de alféreces provisionales. En 1943 la Diputación adquiere el terreno y el edificio por 147.000 pesetas, se lo cede al Patronato Nacional Antituberculoso y dos años después, tras reformarlo, se usa, por fin, como hospital hasta diciembre del 56 cuando se abrió Fuente Bermeja. Entonces, sin ningún destino, se usó para cosas varias como acoger a una reunión de más de 700  girls scouts de toda Europa y alojar a los falangistas que vinieron a celebrar los 25 años de la exaltación del Caudillo.

Mientras tanto, rodearon al edificio originales propuestas que no cuajaron: manicomio, zona de cultivo de champiñones, monasterio de monjas cartujas o sede de Aspanias. En 1974 se cedió al Ministerio de Agricultura que construyó en la zona el Instituto de Investigaciones Agrarias y más tarde lo heredó la Junta para actividades similares. En los 80 se convirtió en refugio de gamberros y parejas y era tan su mala situación que ante el riesgo de que el techo pudiera caer encima de alguien, se decidió tirarlo. Ahora ya no queda ni un guijarro de lo que fue.