Cuando el párroco de San Cosme y San Damián acudió ayer a las 8 de la mañana a la iglesia de la calle Concepción y se disponía a abrir la puerta reparó en que en la acera había varios cristales rotos. Miró hacia arriba y observó que el vidrio que protege uno de los vanos situados sobre el pórtico ya no estaba en su sitio. La escena no presagiaba nada bueno. En efecto, al entrar comprobó que unos ladrones habían hecho de las suyas. Forzaron dos cepillos que contenían en torno a 200 euros, y lo intentaron en un tercero, empotrado en un muro, pero no lo consiguieron. No se detuvieron ahí. No se conformaron con el dinero de las colectas. Destrozaron la cerradura de la sacristía y la pusieron patas arriba para sustraer un cáliz, un portaviáticos (bandeja en la que se coloca la comunión de los enfermos) y una crismera (que contiene los aceites para la unción). Carecían de valor monetario, pues eran de cobre, ni artístico, pero eran los elementos que usaban en la parroquia para oficiar la misa y otros ritos.
El robo tuvo que producirse en la noche del miércoles, pues Juan, el párroco, abandonó la iglesia la tarde de ese día y el cristal estaba intacto. El hecho de que los fragmentos de vidrio de más dimensiones aparecieran en la calle lleva al sacerdote y a la Policía Nacional a pensar que los cacos se colaron en el templo cuando estaba abierto, se ocultaron en algún rincón y esperaron a que cerrara sus puertas para actuar.
En el lampalario de la Cofradía del Cristo, emplazado en una de las naves laterales de la iglesia, había dos cepillos cerrados que los rateros abrieron ayudándose de una barra de uña. Dentro había 200 euros. Trataron de violentar otro, el de Cáritas, pero este se encuentra en una caja fuerte empotrada en la pared y no pudieron romperlo. Se aprecian las marcas de un utensilio de hierro o acero que usaron para introducirlo por la ranura por la que los fieles ofrecen sus limosnas.
Las obras de arte no les interesaban, ya que las pinturas y las esculturas estaban intactas. Pero estaban interesados en sustraer aquello de valor que hubiera en la sacristía. Arrancaron de cuajo la cerradura -de hecho el párroco se la encontró en el suelo- y una vez dentro empezaron a sacar cajones y a abrir armarios en busca de algo de valor. «A las ocho de la mañana el desorden que había aquí era inimaginable», comenta Juan. Suerte que ayer jueves era día limpieza, cuando un grupo de feligresas acude a San Cosme y San Damián para ayudar a adecentar la iglesia. A las 12 de la mañana, cuatro horas después de empezar, terminaban con la tarea.
De la vicaría sustrajeron un cáliz, un portaviáticos (bandeja en la que se coloca la comunión de los enfermos) y una crismera (que contiene los aceites para la unción) que usan en los oficios, «sin ningún valor».
¿Quién puede haber sido? El delegado de Patrimonio de la Diócesis, Juan Álvarez Quevedo -que ayer acudió al templo-, cree que son ladrones comunes, «porque por suerte no mostraron ningún interés por las obras de arte». Y quien fuera «tenía que ser muy menudo» -indica el párroco de la iglesia- ya que el vano por el que huyó o huyeron «es muy estrecho, apenas tendrá 30 centímetros de ancho». Álvarez Quevedo estaba algo sorprendido, porque, según recordó, hace «año y medio» que los ladrones no actúan en iglesias de la capital. San Cosme y San Damián no cuenta con alarma de seguridad, tan solo una que advierte si se produce un incendio.