La unión secreta y el adiós

C.C. (Ical) Valladolid
-

Valladolid fue el escenario de la boda de la reina con su primo segundo, Fernando de Aragón, y en Medina del Campo, de la que era señora, pasó su último año de vida, dictó testamento y falleció

Eva María Quevedo, directora del Palacio Real Testamentario de Isabel la Católica en Medina del Campo, explica los personajes que aparecen en el cuadro de Eduardo Rosales. - Foto: EDUARDO MARGARETO (ICAL)

 

Las crónicas de la infancia de Isabel I de Castilla subrayan el deleite de la joven durante sus años en la villa abulense de Arévalo, cuando se aproximaban las ferias de la cercana Medina del Campo, provincia de Valladolid. «Medina celebraba ferias en mayo y en octubre, 50 días en cada caso», rememora el cronista oficial de la villa y director del Museo de las Ferias, Antonio Sánchez del Barrio.
Como refleja la catedrática de Historia Medieval Isabel del Val en el libro ‘Isabel la Católica, reina de Castilla’, «el ambiente cosmopolita, el ruido, el gentío, el colorido y la animación de las que eran las más importantes ferias de la Corona de Castilla atraían la atención y el interés de la niña». Fue entonces cuando la pequeña comenzó a establecer un lazo afectivo con ese enclave castellano, que se reforzaría a partir de 1468, cuando el rey Enrique IV la nombró señora de Medina del Campo. 
El Museo de las Ferias de la localidad acoge un documento original sellado por los Reyes Católicos en 1502, por el cual le concedían a la villa un privilegio para poder celebrar una tercera feria en Cuaresma, «una petición largamente añorada por los medinenses para que los mercaderes no se fueran del lugar y siguieran generando dinero», apunta Sánchez.
También allí tuvo lugar otro acontecimiento que marcó el devenir del reinado de su hermano, Enrique IV. El 16 de enero de 1465 se suscribía la Sentencia de Medina del Campo, una batería de medidas que restaban poder al rey y que éste se apresuró a rechazar, ante lo cual sus detractores proclamaron monarca al hermano pequeño de Isabel, que entonces contaba con once años, en lo que se conoce como la Farsa de Ávila. El fracaso de la Sentencia de Medina benefició a Isabel, que comenzó a contar con rentas propias y fue trasladada a Segovia a comienzos de 1466, ante el temor de Enrique IV de que los nobles también la utilizasen en su contra.
Los vínculos del municipio con Isabel se expanden a través de algunos vecinos de la villa, como el obispo Barrientos, a quien el padre de la reina, Juan II, había encomendado la educación de su hija en sus primeros años. De orígenes humildes, Lope de Barrientos fue obispo sucesivamente en Ávila, Segovia y Cuenca, y ejerció como inquisidor y canciller mayor de Castilla.
 
Una boda complicada. Desde su infancia, Isabel fue considerada una consorte muy apetecible por numerosas dinastías europeas. Su futuro marido fue una cuestión que preocupó especialmente a Enrique IV, que temía que ese matrimonio fuera la piedra de toque final para la raquítica estabilidad de su reinado. Es por ello que en la Concordia de Guisando, suscrita en El Tiemblo (Ávila) en 1468, se reservó el derecho de veto en la decisión sobre el cónyuge de su hermana pequeña.
Tras aquel acuerdo, la diplomacia real comenzó a buscar un esposo a Isabel, y cuatro eran los pretendientes que contaban con más posibilidades. Fernando, el heredero de Aragón; Alfonso V de Portugal; el duque de Berry y hermano del rey de Francia, Carlos de Valois; y el duque de Gloucester y hermano del rey de Inglaterra, futuro Ricardo III. 
Contradiciendo los deseos de su hermano, y asesorada por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, Isabel se decanta por Fernando de Aragón. Con el pretexto de asistir al sepelio por su hermano pequeño Alfonso, en el verano de 1468 escapa de la vigilancia a que la tenía sometida Juan Pacheco en Ocaña, y comienza a establecer los pactos que derivaron en su enlace matrimonial, cuando ella contaba con 18 años y él con 17.
Desde su Madrigal natal partió la futura reina un año después, sorteando las tropas del rey, que al enterarse de sus intenciones intentó frenar la celebración. Isabel se refugió en Valladolid el 30 de agosto de 1469 y la ceremonia nupcial tuvo lugar los días 18 y 19 de octubre en la Sala Rica del Palacio de los Vivero, un edificio renacentista que mandó construir a mediados del siglo XV el contador mayor de Juan II, Alonso Pérez de Vivero. El edificio era entonces un palacio fortificado, con torres, muralla, foso y torreón, y fue sede de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid antes de acoger el Archivo Histórico Provincial de Valladolid. Actualmente la Sala Rica sólo conserva parte del artesonado bajo el cual se ofició el enlace, y esa estancia se ha reconvertido en una sala de investigadores.
Las dificultades religiosas que rodearon el enlace fueron notables. A la oposición del rey se añadía la consanguinidad en cuarto grado de ambos contrayentes (los abuelos de Isabel y Fernando eran hermanos), por lo cual precisaban de una bula que el papa Paulo II se negó a concederles por temor al rey. Atendiendo a la divisa de Fernando de Aragón (’Tanto monta’), la pareja optó por la solución más práctica y contrajo matrimonio amparada en una bula falsa, que según algunas fuentes fue expedida por el arzobispo de Toledo y, según otras, por el nuncio apostólico Antonio Véneris. 
 
El precursor del euro. La villa de Medina del Campo, sede de una de las ferias más importantes de Europa en el siglo XV, fue el escenario elegido por los Reyes Católicos para promulgar el 13 de junio de 1497 la Real Pragmática de Medina del Campo, una radical reforma del sistema monetario del reino que pretendía solucionar la caótica situación que existía, heredada de tiempo altomedieval. 
Antes de esa norma, la moneda de oro utilizada en Castilla era la dobla o castellano, mientras que en Aragón era el florín. Tras la pragmática comenzó a acuñarse el excelente de Granada, que poco después pasó a conocerse como el ducado de oro, con una equivalencia de 11 reales castellanos y 1 maravedí o bien 375 maravedíes.
Como reflejan Elena García Guerra y Donatella Strangio en el ensayo ‘Reformas monetarias y monedas supranacionales durante las edades moderna y contemporánea españolas: el euro entre identidad nacional y globalización’, “a partir de 1497 los ducados en Castilla se acuñarían con un peso de 3,52 gramos, una talla de 65 1/3, una ley de 23 ¾ quilates o de 989,6 milésimas y un valor de 375 maravedíes”.
«En síntesis, los Reyes Católicos promovieron algo similar al euro, unificando las monedas de los reinos que entonces había en la península para comerciar con toda Europa y todo el mundo. Lo que lograron en aquella época fue algo increíble, en cuanto a unión de reinos, mentalidades y territorios, en un proceso que culminó con el descubrimiento de América», detalla Sánchez del Barrio mientras muestra uno de los escasos excelentes que aún se conservan, exhibido al público en el Museo de las Ferias que él dirige. La moneda presenta los rostros de los dos monarcas enfrentados, y su figura aparece rodeada por la inscripción en latín ‘Isabel y Fernando, reyes por la gracia de Dios’. 
«La moneda tenía más valor como pieza de oro que su valor de cambio, y lo que hacía la gente era guardársela. Cuando llegaron los flamencos con Carlos I se hizo acopio de la moneda para comenzar a a cuñar otra, también de oro pero más pequeña, cuyo peso en oro estaba más ajustado a su valor real». Así, el ducado de oro permaneció en vigor hasta 1537, cuando Carlos I acuñó el escudo o corona, cuyo peso se redujo a 3,38 gramos, su ley se rebajó a los 22 quilates, y su valor se fijó en 350 maravedíes.
 
La cocina isabelina. El Museo de las Ferias alberga un retrato de Isabel la Católica realizado hacia 1862 por Eduardo Rosales y el estudio previo en tinta sepia sobre papel de dicho óleo (ambas piezas inspiradas en el original atribuido a Juan de Flandes, conservado en el Palacio Real de Madrid), y publicó hace siete años junto con la Diputación de Valladolid el libro ‘Del gobierno de la cocina de la reina Isabel’, escrito por José Delfín Val con motivo del quinto centenario de su muerte.
En ese volumen, Val aborda las características del oficio de cocinero de aquella época, los maestres que sirvieron a Isabel la Católica y los diferentes tipos de alimentos y manjares utilizados, y traza un recorrido por los viejos Tratados de Cocina de los siglos XV y XVI. «El libro cita a varios cocineros de la reina, las cuantías que cobraban en función de sus responsabilidades, siempre a año vencido, y los derechos que tenían de llevarse parte de la comida a casa para alimentar a los suyos», explica el investigador. En su opinión, el objetivo prioritario de aquellos profesionales «no era precisamente revolucionar, sino tener abastecida la despensa, atender los gustos de la reina, el rey y las infantas, y nada más». 
En absoluto podían imaginar la revolución gastronómica que se les venía encima ante la irrupción de alimentos procedentes del nuevo continente. A partir de entonces la cocina evolucionó significativamente, como reflejó el escritor Xavier Domingo en su libro ‘De la olla al molde’. La publicación de Val incluye varias recetas de guisos de la época.
En la actualidad, tres restaurantes medinenses han incluido en su oferta los denominados menús isabelinos, en homenaje a quien fuera señora de la villa y falleciese en aquellas tierras. Se trata del Continental, del San Roque y Villa de Ferias. Los tres ofrecen bajo encargo platos elaborados tomando como base recetas similares a las que en el siglo XV los cocineros reales ofrecían a sus señores o disfrutaba el pueblo llano. La oferta difiere en los tres, pero incluye suculentos platos como la olla morisca, el potaje de calamares y jibias, un guisado de berenjenas llamado alboronía, lechazo asado y postres como la almojábana (bollo de pan y queso fresco) o arroz en azúcar.
Carlos Díaz, del Restaurante Continental, explica que el menú isabelino ha sido una inclusión reciente en su carta: «Por el momento lo habrá probado medio centenar de personas y en general está gustando, pero queremos potenciarlo tras las fiestas navideñas». Para la confección del menú contó con el asesoramiento de Julio Valles (autor del libro ‘Comer con Isabel de Castilla’), que en las celebraciones del centenario en 2004 impartió un curso de cocina a varios restaurantes locales especificando las materias primas que se usaban en aquellos tiempos. 
Es por ello que su intención es «unir a la hostelería de Medina», para que nuevos restaurantes se sumen a la propuesta, y si fuera posible unificar las cartas. Además, le gustaría aprovecha ‘La ruta de Isabel en Castilla y León’, presentada por la Junta en Intur, para involucrar a otros profesionales del sector como los bares de tapas.
 
Un pueblo volcado. Son muchas las manifestaciones de cariño que los medinenses dispensan a la figura de la reina, como las apariciones ataviadas con trajes de la época que protagonizan cuando la ocasión así lo merece las integrantes de la Asociación Amas de Casa ‘Santa Ana’. El Ayuntamiento de Medina organiza actualmente la ruta ‘Caminos de una reina’, que recorre durante tres horas los edificios más importantes vinculados con los Reyes Católicos que pueden encontrarse en la localidad. En ella se incluye el Castillo de la Mota, que mandó construir el primer rey de la casa de los Trastámara, Enrique II de Castilla, en el siglo XIV, cuyas obras concluyeron bajo el mandato de los Reyes Católicos en torno a 1482. Ellos fueron quienes encargaron rematar la construcción con una barrera exterior escarpada con torretas cilíndricas, en la que intervinieron los alarifes Abdallah y Alí de Lerma.
Precisamente en el Castillo de la Mota tuvo lugar un fuerte enfrentamiento entre la reina Isabel y su hija, Juana I de Castilla, en 1503. El estado mental de la sucesora en el trono comenzaba a flaquear, y se agravó cuando su marido Felipe el Hermoso se trasladó a Flandes. Como relata Isabel del Val, «Juana quería volver a Flandes con su marido, mientras su madre pretendía retenerla en Castilla, para familiarizarla con el que sería su reino y con las tareas de gobernante que debería desarrollar». Tras la sonora discusión, «la princesa embarcó rumbo al norte mientras la reina quedaba en la villa de las ferias, de la que ya no saldría».
Otro de los escenarios que se visita en la ruta es la Iglesia Colegiata de San Antolín, cuyos orígenes se remontan a 1177. El templo actual, una maravilla con rasgos propios del Gótico tardío y del Renacimiento, se construyó gracias a los Reyes Católicos, que consiguieron del Papa Sixto IV la bula por la que se elevaba a rango de colegiata la iglesia parroquial.
Y el recorrido se completa con una parada en el denominado Palacio Real Testamentario, emplazado en el lugar donde la reina pasó sus últimos meses de vida. Hoy apenas se conserva nada del edificio original, de estilo mudéjar, y desde que abrió sus puertas el 26 de noviembre de 2003 como centro de interpretación, ofrece a los visitantes una recreación didáctica del lugar donde testó y murió Isabel la Católica. Según explica la directora del centro, Eva María Quevedo, la afluencia de visitantes desde el estreno de la serie se ha dejado notar. «Antes la gente llegaba aquí quizá un poco de rebote. Venían a conocer el Castillo de la Mota y completaban su visita con nosotros, pero ahora llegan expresamente a ver el Palacio y es gente muy interesada en la figura de Isabel la Católica», recalca. Según apunta, el vínculo de la reina con Medina se estrechó cuando decidió instalarse definitivamente en la villa: «Durante toda su vida contó con un gran apoyo de los medinenses, que le aportaron rentas, gente y muchísimo dinero para campañas como las que propiciaron la reconquista de Granada o el descubrimiento de América».