Han transcurrido 21 años desde su muerte, pero escuchando a Ángela González Palacín hablar siempre en presente de ella, da la impresión de que Marlene Dietrich, una de las grandes s del cine de las décadas 30 y 40, a la que esta vecina de Los Balbases sirvió como asistente personal desde 1973 hasta su muerte el 6 de marzo de 1992 en París, sigue viva.
Dos décadas que convierten a Ángela en el mejor testimonio vivo de los años menos conocidos de esta artista y en la fuente más veraz para confirmar o desmentir muchos de los mitos que se crearon en torno a ella, algunos de los cuales fueron alimentados por la propia Marlene.
Quien fuera su mano derecha confirma era una mujer fría y de carácter fuerte que efectivamente no supo asimilar el paso de los años, hasta el punto de que no recibía visitas y de que nunca consintió fotografiarse con quien durante tanto tiempo fue su más estrecha colaboradora.
Ángela, junto a su esposo Ildefonso, que en 20 años solo vio una vez a la actriz. - Foto: Ángel Ayala Pero, al mismo tiempo, junto a esa personalidad y apariencia de seductora pero inaccesible, sensual y erótica tantas veces comentada y a la que acabó encadenada, Ángela dibuja otra imagen. La de una mujer generosa, con un gran corazón, que quería y se desvivía por su hija, María Riva, y con una importante actividad política desde su retiro dorado -aunque fuese de manera epistolar- con algunos de los principales líderes mundiales de su época. Desde el presidente estadounidense Ronald Reagan al ruso Mijail Gorbachov, pasando por el presidente de la República Francesa, Valéry Giscard D’estaing, a quien la propia Ángela llevó una carta al Palacio del Elíseo.
Una de las facetas, la política, más desconocidas de la estrella y de la que la mirada de Ángela deja claro que sabe más de lo que está dispuesta a admitir ante una grabadora. Solo asegura que la le confesó que Adolf Hitler le propuso matrimonio y ella, anti nazi convencida hasta el punto de nacionalizarse estadounidense a finales de los años 30, le rechazó. Sin embargo, afirma que desconoce si formó parte de un complot para asesinarlo.
De lo que asegura que no puede hablar es de otro de los rasgos que continuamente recogen todas las biografías, su ambigua sexualidad y los múltiples amantes de ambos sexos que muchos le atribuyen. Dice, sin dejar de sonreir, que cuando ella entró al servicio de la Dietrich «los amantes ya se habían escapado», aunque siempre hubo admiradores impenitentes que buscaban, y en algún caso consiguieron, colarse prácticamente en su domicilio. De todas formas, y aquí a más de uno se le puede caer el mito, en su opinión «era más fotogénica que guapa en persona».
Difícil convivencia
El día a día con la protagonista de El Ángel azul, Marruecos o El diablo era mujer era de todo menos fácil en muchos momentos. Lo tenía que tener todo vigilado y dominado, «todo el día me estaba comunicando cosas, casi más por escrito que por palabra». En la maleta de recuerdos que Ángela conserva de esta etapa se pueden encontrar folios llenos de órdenes y mandatos; un menú semanal perfectamente distribuido, frases que insisten en la necesidad de lavarse las manos e incluso que le recordaban a Ángela que ella estaba ahí para servir a la señora: «Je suis ici pour servir madame» recuadrado en rojo.
Con la perspectiva del tiempo se borran los malos recuerdos -una temporada dejó el empleo cansada del carácter de su jefa- y se magnifican los buenos. Pese a su frialdad, Ángela destaca que cuando se encontraba bien era un placer estar con ella, pero por la tarde «adiós muy buenas, se caldeaba el ambiente y discutíamos». «Marlene ha tenido el mundo a sus pies y quería hacer lo mismo conmigo, algunas veces sí lo consiguió pero otras explotaba», se ríe. Serán las consecuencias de haber sido la actriz mejor pagada de comienzos de los años treinta, de que el mismo De Gaulle le condecorara con la Legión de Honor o, simplemente, de que ella era la mujer más importante para sí misma».
Eso sí, los enfados no duraban. «Una vez que se le pasaban sacaba el talonario de cheques y te daba una gratificación». Era su forma de pedir perdón, recuerda esta vecina de Los Balbases que entró al servicio de Dietrich por casualidad gracias a una amiga, después de que, en uno de sus frecuentes ataques de ira, despidiese a su asistente francesa.
Curiosamente, Ángela apunta que entre las aficiones de la artista no estaba el cine, ni siquiera el suyo. «No tenía ninguna película preferida. Me decía que viese una u otra cuando las ponían si estaban bien, pero nada más». No le interesaban las películas, aunque sí criticaba el cine de otros.
De hecho, criticar era, junto a la escritura, la cocina y el tenis -solo el masculino- una de sus aficiones. «Cuando estaba con alguien le gustaba criticar a otras personas y lo disfrutaba a lo grande», en lo que parece ser uno de los escasos momentos de diversión de un personaje rodeado de un halo de tristeza y misterio.
Marlene hasta en la sopa
Quien ‘sufrió’ a la estrella del celuloide de manera indirecta fue Ildefonso González, el marido de Ángela. Pese a que subía todos los días a su casa, no tenía permitido pasar de la cocina, «y nunca me recibió», rememora. Tan solo una vez, cuando tras su última actuación en el teatro Pierre Cardin les invitó a una copa de champán en su camerino «ahí es donde la conocí».
Pero esto no quita que tuviese «a la Marlene hasta el la sopa», se ríe. «Todo el día estábamos hablando de ella», recuerda. Quizás por eso, harto de los desaires hacia su esposa, en una ocasión le escribió una carta. «Le dije que si mi mujer fuese tan inteligente como ella también sería artista y le dejé cortada y me escribió una carta de perdón muy bonita», revive Ildefonso.