Desmontando el mito del Alcázar

R.P.B. / Burgos
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La historiadora burgalesa Esther López Sobrado reedita 'Los rehenes del Alcázar de Toledo', libro en el que el artista Luis Quintanilla, que estuvo allí, ofrece una versión muy distinta de la heroica que siempre dio el franquismo

Soy uno más entre la ya inmensa mayoría de los españoles que desea se cicatricen del todo las heridas que aún queden de la guerra fratricida. (…) Pero considero una obligación, un deber moral que aclaremos nuestra historia para que prevalezca la verdad, y no que admitamos que se pretenda encubrir una infamia con el manto del heroísmo. Pensando en los inocentes rehenes del Alcázar de Toledo, víctimas de los militares rebeldes, he escrito estas páginas. Este texto está firmado en París en 1964. Su autor, Luis Quintanilla, poliédrico artista cántabro, estaba a punto de dar a la imprenta un libro que irritaría mucho al régimen franquista. Editado por Ruedo Ibérico, esta obra venía a contradecir uno de los episodios de la Guerra Civil que el franquismo convirtió en mito y símbolo. Casi cincuenta años después, la investigadora burgalesa Esther López Sobrado ha conseguido la reedición, con un estudio y documentación inédita, de Los rehenes del Alcázar de Toledo (Editorial Renacimiento), obra que se presenta este miércoles, a las ocho de la tarde, en la Sala Polisón del Teatro Principal.

«A pesar de que hoy en día poca gente conoce la existencia de este relato en primera persona, este libro levantó ampollas en la España franquista de los convulsos años sesenta. Luis Quintanilla osaba desmentir uno de los acontecimientos más conocidos de la Guerra Civil. Se permitía dar otra visión de la heroica resistencia del general Moscardó en el Alcázar de Toledo», explica la investigadora y biógrafa de LuisQuintanilla. Yo no me presento como historiador, sino como narrador de lo que viví y oí, hablando en primera persona del singular, escribe el artista.

Como señala López Sobrado, gracias a un carta dirigida a su amigo y abogado Luis Jiménez de Asúa se han sabido los tres principales argumentos que le llevaron a escribir esta obra: Que no hubo tal heroísmo de los sitiados y solo la espera que les sacase de su autoencierro, el absurdo de la amenaza telefónica sin relación con la muerte del hijo del ‘héroe’ y los rehenes, motivos estos de haber divulgado al mundo la leyenda del Alcázar. «Tres son las premisas que desarrolla en su texto: que existieron más de quinientos rehenes (mujeres e hijos republicanos) encerrados contra su voluntad en el Alcázar, que el padre Vázquez Camarasa fue testigo de la dramática situación de estos rehenes, y que no existió la conversación telefónica en la que se instaba al general Moscardó a rendir el Alcázar si no quería que fusilasen a su hijo. Para justificar sus tesis, Quintanilla cuenta sus vivencias en primera persona y critica la historiografía existente sobre el asedio al mítico recinto», explica la historiadora burgalesa.

Se repite en tono axiomático ‘la defensa del Alcázar de Toledo’, igual que si fuese la trascendental defensa de una posición clave que contiene el avance de un ejército; por ejemplo, el alemán delante de Verdún en 1916. Y el Alcázar no contuvo nada, ni controló la provincia toledana ni tan siquiera la ciudad; sólo distrajo las mal equipadas y peor entrenadas fuerzas de unos dos mil milicianos y el empleo de varios cañones que pudieron servir en otro frente de mayor importancia. Lo justo y preciso es decir ‘los defendidos por el Alcázar’, cuyos sólidos muros de piedra y su emplazamiento protegieron a los autoencerrados en él. Para un ejército bien equipado, ya en 1936, su destrucción total, su arrasamiento, hubiera sido cuestión de poco tiempo, y ningún militar capacitado, si pretendía colaborar con eficacia a la sublevación armada contra el pueblo, hubiera embutido allí todas sus fuerzas, teniendo la magnífica línea defensiva del promontorio de la ciudad y sus viejas murallas al norte, protegido el resto por el río Tajo. Pero ya veremos cómo, desde el fracaso de los sublevados en Madrid, la única intención de los rebeldes de Toledo fue la de esperar que sus compañeros les librasen del encierro, escribe.

Se aporta, como novedad en esta edición, fotografías de documentación oficial que Quintanilla se llevó consigo al exilio y que conserva su hijo Paul. Gracias a estos documentos se ha sabido que fue jefe del Cuartel de la Montaña o que Largo Caballero le autorizó para circular libremente por el territorio que se encontraba bajo el gobierno republicano.

Biografiado y biógrafa

La vida de Luis Quintanilla (Santander, 1893-Madrid, 1978) parece la de un personaje de ficción. Fue marinero, boxeador, pintor, dibujante, fresquista, repujador, grabador, ceramista, escritor, espía, memorialista, retratista, escenógrafo, cineasta, autor teatral, ensayista e ilustrador. Le sorprendió la guerra dando las últimas pinceladas a los frescos del monumento a Pablo Iglesias. Participó en el asalto al Cuartel de la Montaña, vivió la situación del Alcázar de Toledo y dirigió una red de espionaje que tenía a Luis Buñuel como intermediario con la Embajada de España en París. En 1938 expuso sus Dibujos de la Guerra, y parte hacia Nueva York para pintar los frescos de la Guerra Civil. Inicia así un largo exilio. Durante su etapa americana alternó su trabajo como pintor con el de ilustrador de libros y escritor e hizo decorados en Hollywood. En 1958 se trasladó a París donde redactó sus memorias y publicó Los rehenes del Alcázar de Toledo. En 1976 regresa a España, donde muere en 1978.

Esther López Sobrado lleva más de 25 años intentando recuperar la figura de este artista. Ha comisariado las exposiciones Luis Quintanilla. El legado de Paul Quintanilla y Luis Quintanilla, testigo de guerra. Se ha ocupado de la edición de las memorias del artista Pasatiempo, la vida de un pintor y de otros textos. Su trabajo ha sido esencial en el rescate de los frescos Ama la paz, odia la guerra, recuperados por la Universidad de Cantabria.