La llegada del petróleo, las nuevas técnicas de producción y la facilidad de encontrar otros empleos mejor remunerados fueron relegando al olvido el trabajo de resinero, una profesión muy común en los pueblos de montaña durante todo el siglo pasado. En aquella época la resina que se extraía de las grandes masas formadas por pino negral era vendida a un buen precio en el mercado, ya que su utilización en la industria era muy variada, lo que permitía a muchas familias de estas localidades ganarse la vida explotando este recurso que ofrecían sus montes.
Aunque en ciertos puntos de Segovia nunca se ha dejado de resinar, lo cierto es que con la caída del sector de la construcción, que generaba muchos puestos de trabajo, y la llegada de la crisis, la recogida de la resina se ha vuelto a tener en cuenta como generadora de empleo en muchas localidades en las que desde hace más de tres décadas nadie había vuelto a subir al monte para recoger el tan valorado ‘sudor’ de sus pinos.
Pinilla de los Barruecos y Hontoria del Pinar, ambas en la comarca burgalesa de Pinares, son dos de los exponentes más claros de la provincia. Sus alcaldes, Eliseo Cámara y Javier Mateo, vieron en este viejo oficio una salida para paliar el paro existente en sus municipios. «Cuando vimos que la situación de Puertas Norma empeoraba y el desempleo amenazaba nuestro pueblo, pensamos en la posibilidad de volver a resinar. Comprobamos la viabilidad y hablamos con los interesados», explica Javier Mateo, alcalde de Hontoria. Por su parte, Eliseo Cámara, alcalde de Pinilla, señala que su Ayuntamiento ha apostado por la explotación de la resina para buscar el asentamiento de familias en su pueblo, ya que para poder optar a resinar tienen que estar empadronados y residir en él.
En ambos casos el procedimiento ha sido el mismo. Los resineros se han dado de alta como autónomos y han llegado a acuerdos con la sociedad Resinas Naturales de Cuéllar para que recojan el producto que ellos obtienen de los pinos y también con el Ayuntamiento, al que pagan un canon por poder explotar esos árboles. Son 25 céntimos por pino en los dos pueblos, en Pinilla se les ha liberado de esas tasas este primer año y se les ha dado una subvención de 1.000 euros a cambio de trabajos en el pueblo, y en Hontoria, se permite que los resineros paguen esa cuota por pino también con trabajos para el Ayuntamiento. En lo que tampoco coinciden unos y otros es en su pasado resinero, mientras los tres hombres de Hontoria ya sabían lo que era derroñar o hacer la pica a un pino, los cuatro hombres de Pinilla han tenido que aprender, con la ilusión de un niño cuando hace algo por primera vez, los secretos de este oficio.
Raúl Gómez, nacido en Cuéllar, está casado en Hontoria, donde reside desde hace más de veinte años. «Sé lo es que es resinar porque lo llevo en los genes, mi madre y mis abuelos también resinaban y mis tíos y primos lo siguen haciendo en Cuéllar», señala Raúl, que regenta junto a su mujer una panadería. Con él, prácticamente codo con codo, está Francisco Manso, también de Hontoria. Entre los dos trabajan dos matas, casi 8.000 pinos repartidos por distintos puntos del monte de Navas, barrio de Hontoria. «He sido resinero con anterioridad seis años, tres trabajé con azuela y otros tres con ácido», explica Francisco, que comenzó a trabajar en Puertas Norma en el año 1988, el último que se resinó en su pueblo. «Hasta el 95 estuve entrando y saliendo, después ya me hicieron indefinido y ahora que ya no hay trabajo allí, algo hay que hacer», explica. Alejandro Ovejero, también con experiencia, completa el trío de hombres que después de 25 años ha vuelto a hacer sudar a los pinos de Hontoria.
Manolo Cámara, Toribio Tabares, Alfonso Blanco y Aitor Reoyo son los resineros de Pinilla y cada uno trabaja una mata de 5.000 pinos. Dos de ellos ya vivían en la localidad y otros dos, vinculados directamente al pueblo donde han pasado temporadas o vacaciones, han decidido buscar una salida laboral en este sector y apostar por residir en él. Los cuatro fueron a Cuéllar para recibir un curso de formación donde aprendieron cómo trabajar el pino para obtener de su interior la resina. «El primer día fue a bases de errores, aprendimos de ellos y de lo que la gente mayor del pueblo nos enseñó. Es difícil meterte de lleno en algo que no has hecho nunca antes. Da gusto ver cómo se van llenando los vasos de resina, pero para llegar a eso se requiere mucho trabajo previo. Es un oficio duro que según he escuchado lo abandona el 60-70% de la gente que lo empieza», explica Manolo Cámara.
En el pinar
Tanto en el caso de Hontoria como en el de Pinilla, es la primera temporada que se resina desde hace décadas. Quiénes trabajan ahora sus pinos se quejan de lo sucio que está el monte y de lo que les cuesta acceder a algunos de los árboles, rodeados de maleza, y de la inexistencia de caminos, que les complicará tener que desplazar los bidones cargados de resina. Otro de los inconvenientes que resaltan es que este año han comenzado la temporada muy tarde. En marzo tenían que haber preparado los pinos, pero no fue hasta semanas después cuando lo hicieron, lo que probablemente haga disminuir el número de kilos que recojan.
Lo primero que tuvieron que hacer fue derroñar el árbol, es decir, quitarle la corteza para luego con una medialuna clavar la chapa que recoge la resina que sale del pino y que dirige al interior del vaso. Para hacer que el pino sude esa resina hay que hacerle picas o heridas encima de esa chapa, es decir, una pequeña raja en la que se introduce ácido a la pasta para que expulse la resina. Según como sea el pino y dónde esté situado, si le da el sol sudará más, el vaso se llenará y se meterá su contenido en la lata cada dos, tres o cuatro picas.
Cada resinero está previsto que recoja unos 10.000 kilos este año, hasta noviembre, cuando acabe la temporada, ya que el frío no permite sudar al árbol. Resinas Naturales les paga en torno a un euro por kilo, lo que serían unos 10.000 euros, cifra a la que hay descontar otros números. «Nos pagamos la seguridad social y hemos tenido que hacer una inversión en herramientas y material como los vasos y que aún debemos a la empresa. Este año la inversión va a ser lo comido por lo servido», señala Manolo Cámara.
Tanto Toribio como Alfonso se están planteando si seguirán o no con este oficio. «El trabajo nos gusta, eso no nos asusta, disfrutamos en el monte, pero el margen que deja es muy poco para el trabajo que supone, además, hasta que no acaba la campaña en noviembre no se ve un duro y mientras hay que comer de algo», coinciden los dos, que afirman que ser resinero saldría rentable si se contara con alguna subvención o se compaginara con otro trabajo a media jornada en la misma comarca. «Otra solución sería que pagaran más por el kilo de resina, pero existe un monopolio en el sector», añade Manolo.