El Ayuntamiento había hecho la vista gorda, porque se trataba de unas chabolas que pasaban inadvertidas para la mayoría de los burgaleses. Pero la puesta en servicio del nuevo vial del bulevar que une Gamonal y Capiscol con Fuente Prior las ha puesto al descubierto y ahora no es que corran peligro, es que la Policía Local ya ha advertido a sus dueños que su desmantelamiento va a ser inminente. El Consejo de Barrio de Capiscol había solicitado hace una semanas al Consistorio que interviniera para hacer desaparecer estas casetas y huertas ilegales, pues sus ‘propietarios’ reconocen que se han ido adueñando del terreno con el tiempo.
Nadie vive allí de forma permanente. Se trata de parcelas con pequeños cobertizos en las que sus ‘titulares’ plantan todo tipo de hortalizas, dejan a sus perros y montan barbacoas y meriendas en los días de buen tiempo. Están situadas en el triángulo que delimitan el Arlanzón (frente a Fuente Prior), el nuevo vial del Bulevar (a la altura de la calle Villafranca) y la parte de atrás del polideportivo Carlos Serna. Hay familias gitanas, pero algunas son ocupadas por payos y por musulmanes.
Constantino Jiménez recibió el pasado miércoles la visita de la Policía Local, cuyos agentes le advirtieron de que en breve las casetas y las huertas iban a desaparecer. Quizás no todas. El espacio que ocupan una docena de estas construcciones ilegales está dividido por un muro alto de piedra. La mitad situada más cerca del bulevar es la pasará a mejor vida en poco tiempo. El resto está «en el aire», según indica Angelillo, que tiene una en la parte donde el Ayuntamiento capitalino no planea intervenir de inmediato.
A Constantino, que vive en un piso con su familia al final de la calle Villafranca -casi en La Ventilla-, le emplazaron a desmontar todo lo que considerara de valor para trasladarlo a otra parte. Y a eso se ha dedicado el jueves y ayer. Se va con pesar. Recuerda el momento en que dio con ese lugar, hace ahora 11 años. «Era un vertedero», señala. Su primera intención no era la de montar allí «un chiringuito». Levantó una casa para el perro -el pit-bull-, pero la Policía le prohibió que tuviera allí al animal.
Poco a poco fue acondicionando el terreno para cultivar una huerta, donde ahora planta lechugas, tomates, berzas, cebollas. «Todo para consumo propio», indica.
Más de una década después asume que tendrán que marcharse a otra parte. Él, su familia y sus amigos han pasado «muy buenos ratos» allí, porque en estas parcelas han organizado numerosas cenas y meriendas. «Pones la lumbre, traes unas chuletas y a gozar, no necesitas más», explica ilustrativamente.
Es consciente de que al haber quedado al descubierto para el resto de la ciudad a causa del estreno del nuevo tramo del bulevar tenían los días contados. Admite que los terrenos no son suyos, a pesar de que los han delimitado con vallas formadas por puertas, somieres, palos y otras estructuras metálicas. Pero también recuerda que cuando ellos y otras familias llegaron, «aquello era una auténtica escombrera, donde mucha gente acudía a pincharse y nada más».
A pesar de encajar con deportividad el desalojo, Constantino no deja de lamentar el poco rendimiento que ha sacado a alguna inversión reciente, como el motor que compró para sacar agua del arroyo que pasa junto a su finca, o el arado que adquirió para adherir a una mulilla que contribuye a a las labores de labranza más duras.
Para María García, del Consejo de Barrio de Capiscol, «estas chabolas no podían mantenerse por más tiempo». De hecho, indica que el Ayuntamiento de Burgos tenía que haber intervenido mucho antes, porque al dejar pasar el tiempo algunos de los ‘dueños’ de esas fincas se creen ya «con derecho adquiridos». Ella no critica su presencia solo por razones de imágenes, sino por algunas molestias y ruido que causan algunos de los ‘inquilinos’ de estas chabolas.