En el Puerto de la Brújula, situado en la provincia de Burgos en la carretera N-1, se asentó una comunidad humana alrededor del año 3700 a.C. Entre Monasterio de Rodilla y Fresno de Rodilla, en línea recta, se encuentra el Alto del Reinoso donde se ha estado trabajando, entre 2006 y 2007, en un yacimiento funerario neolítico. Los resultados de este estudio internacional se conocen ahora y se publican en la revista científica PLOS ONE.
Este yacimiento funerario del Alto del Reinoso contiene los restos de una comunidad local con estrechos vínculos de parentesco que permaneció unida tanto en la vida como en la muerte, ya que los estudios e investigaciones realizados con los restos óseos han demostrado que la mayoría de ellos estaban emparentados. Aquí reside parte de la importancia de este estudio, según Manuel Rojo, de la Universidad de Valladolid y director del equipo arqueológico, «es una de las primeras veces que en España se realiza un estudio tan completo de los restos a nivel genético, de isótopos o estroncio sobre una tumba concreta. La importancia son las relaciones familiares que se han extraído de estos análisis», explica Rojo. El estudio ha sido liderado por Kurt W. Alt, de la Universidad Privada del Danubio (Austria), director del equipo de Antropología Física y Genética; Manuel Rojo Guerra, de la Universidad de Valladolid y director del equipo arqueológico; y Rafael Garrido-Pena, de la Universidad Autónoma de Madrid.
Sepulcro comunal
A través de este estudio, los investigadores examinaron la tumba megalítica del Alto del Reinoso y han proporcionado una interpretación general sobre la comunidad que la usó como sepulcro comunal. Para ello han empleado diversas técnicas arqueológicas y genéticas así como análisis de isótopos, entre otros estudios. Los investigadores han identificado al menos 47 individuos, tanto adultos como adolescentes, que fueron enterrados en esta tumba durante un periodo de, al menos, 100 años. A partir de los datos genéticos y de isótopos, los autores sugieren que la sepultura contuvo los restos de una comunidad con estrechos vínculos familiares. Como apunta el docente e investigador Rojo, la tumba consta de dos niveles diferentes, «en el primer nivel encontramos unos 10 individuos casi completos y depositados en conexión anatómica, por el ADN mitocondrial sabemos que estos tenían relaciones de parentesco por vía materna. En la parte inferior estaban más estrechamente relacionados entre sí, hasta el punto de haberse documentado algunos que se entierran juntos», explica el investigador. Incluso algunos de los inhumados aparecen abrazados y muestran fuertes lazos de parentesco entre ellos.
Además, por los análisis de estroncio realizados, concluyeron que esta comunidad debió de vivir cerca de la tumba y bastante aislada de otros asentamientos. «De los 47 individuos que hemos identificado solo dos debieron de desarrollar su vida más alejados de allí, por lo que indican los niveles de estroncio», reflexiona Rojo.
Este docente también explica que los esqueletos de la parte superior mostraban signos de manipulación, como partes del esqueleto que faltaban, «se han encontrado más cráneos en relación con el resto de huesos», lo que sugiere que se extrajeron restos óseos para entrar a más individuos.
Entre los individuos hay una escasa presencia de infantiles. El estudio de isótopos apunta hacia la presencia de una dieta muy homogénea y se ha concluido que presentaban un número moderado de patologías como artrosis, fracturas curadas, traumas craneales y una baja frecuencia de caries. Dado que no se han documentado restos de cimentación o zócalo, los investigadores creen que la estructura que rodeaba o señalaba el enterramiento sería una especie de choza vegetal, similar a las frágiles cabañas que tendrían sus asentamientos.
Los investigadores afirman que este puede ser el primer estudio que proporcione una imagen tan a fondo de esta comunidad en la vida y en la muerte.