Ser la tercera generación al frente de El Patillas supone una gran responsabilidad. Amando Quintano lo sabe porque aunque desde hace años se siente agotado, no existía la opción de jubilarse ya que su baja supondría el cierre de una taberna con un siglo de historia -las exigencias de cualquier traspaso acabarían con la magia y el aire pintoresco del local, asfixiado por la normativa-. «Estoy cansado y es hora de que me retire. Estoy para caer y quiero pasar los últimos años descansando y sin problemas», apunta el tabernero más famoso de la ciudad.
Pero El Patillas es Amando y eso pesa demasiado. Una vez descartado el tema de la declaración de Bien de Interés Cultural como planteó el Ayuntamiento en 2011 -se echó después para atrás porque es la Junta quien declara y el proceso no es sencillo-, el nieto de Elías e hijo de Baldomero ha encontrado una solución que le permite darse un respiro sin deshonrar la memoria de los Quintano ni cerrar el negocio: alquilar la gestión del local, manteniéndose como dueño de la taberna.
Tras superar ciertos problemas de salud y con 74 años cumplidos, Amando aspira a disfrutar del sol y de la playa junto a Chari, su compañera, del cine las tardes de los domingos y de sus largos en la piscina sin tener que preocuparse por los distribuidores de bebida, el horario de la taberna o los clientes resacosos. «Cedo los trastos -recalca en plan taurino- hasta que mis nietos puedan hacerse cargo» -tiene dos, de 13 y 16 años-.
Amando ya sabe de iniciativas fracasadas, como la oferta que le hizo el anterior dueño de El Baúl de la Piquer y que, de haberse llevado a cabo, habría terminado con cien años de historia en apenas 24 meses, porque el dueño del local aledaño de la calle Calera cerró el chiringuito con impagos. Receloso, por tanto, de que le puedan engañar, Amando Quintano ha cerrado un acuerdo por el que deja de trabajar detrás de la barra, pero sigue siendo el único dueño. «Este bar tiene que durar muchos años... Es su historia lo que importa, que se hace con la de los clientes, responsables de que estemos en todas las guías y nos conozcan en medio mundo», sostiene repasando la retahíla de artistas e ilustres internacionales que han visitado y visitan el bar de las cervezas a 1 euro, el baño unisex, las paredes encaladas de recuerdos, los bancos corridos, el tabernero que impone el cierre con un mensaje encerrado en un bocadillo de tebeo y, por supuesto, la música espontánea.
Conservar esa esencia es la tarea que afrontan a partir del día 15 Jesús Gadea y Ana Valle: «Estoy mentalizado de que este bar tiene que mantenerse tal cual está, conservar su espíritu, el carácter y la identidad de la familia Quintano. Y también soy consciente de que es una obligación mantenerlo vivo porque es una institución y como tal no se puede cerrar. Lo primordial es ser fiel a la taberna, tal y como nos exige Amando. Él ha depositado en nosotros su confianza y no podemos defraudarle», sostiene Jesús Gadea, que espera pasar desapercibido.
con orgullo y temor. La pareja responsable de La Casa de las Musas se ajustará al planteamiento del bar, incluyendo los horarios y los diez mandamientos que Amando les pasó en un folio escrito a mano. La cesión del legado, que a petición del tabernero presenció como testigo la que esto escribe, fue un traspaso de poderes en toda regla con la carga emocional que eso requiere.
Amando cede parte de su vida orgulloso de los amigos que velarán a partir de ahora de sus intereses y con temor por lo que pueda ocurrir. «Confío en ellos. Les conozco desde hace años, cuando Jesús jugaba al rugby, y sé que son unos chicos responsables. De otra manera no me iría tranquilo porque El Patillas lo es todo para mí. Aunque también sé que hay muchas envidias», afirma no sin nostalgia ahora que apura los días que le quedan para repartir chupa-chups a las chicas, ceder al cliente cualquier instrumento excepto el laúd de su padre, tocar él mismo si es en El Grupo de los Martes y dejar que se cuele el duende entre las fotos amarillas y los carteles de toros.
Mientras prepara las maletas para viajar al sur, el dueño del local que abrió sus puertas en 1913 no deja de dar consejos al nuevo tabernero. Ylo de dejarse patillas es una sugerencia que no se olvida de mencionar: «Es elemental, querido Watson. Hay que llevar patillas de bandolero como mi abuelo -añade mientras ríe-. O como con mi padre, que los chavales no sabían decir Baldomero y le llamaban directamente bandolero», sonríe algo más melancólico.
Amando Quintano Arconada, Buen Vecino de Burgos, deja la barra de El Patillas para descansar, aunque seguirá pendiente de que se respeten los principios y modales que ha impuesto desde que se hizo cargo del bar de su padre en 1982. «Yo os quiero a todas», dice tratando de conciliar y limar las posibles asperezas que haya habido en su trayectoria profesional.