Si usted no estuvo ayer a las once de la mañana en la Plaza Mayor de Burgos no podrá contar a sus hijos, nietos y vecinos aquello de que asistió al primer lanzamiento de la bota desde los balcones consistoriales. Porque, que lo sepan, lo de ayer fue el primero de lo que tiene todo el perfil de convertirse en un clásico. Y como todo clásico que se precie, tiene su historia.
Las peñas, conscientes de que no hay un clavel para invertir en la saludable afición por la fiesta, elevaron una serie de propuestas a la autoridad para demostrar que no hace falta dinero para montarla gorda. «Al alcalde no le gustó. Es un rancio», chismorreaban después en la Hermandad de Peñas. Pero encontraron la complicidad del concejal de fiestas, José Antonio Antón, que ayer le tiró un capote impagable a su jefe y permitió que se celebrara, por vez primera, el lanzamiento del pellejo.
Y vale. Vale que no arraiga en tropecientosmil años antes del Cid. Vale que no sale el señor alcalde bajo palio debidamente acompañado de la autoridad religiosa y militar. Vale. Pero, lo crean o no, lo de ayer sí fue una fiesta. Un fiestón, nos atrevemos a decir. Y, si los ataques de cuernos no abortan su continuidad, perdurará.
se mascaba. Treinta minutos antes de las once de la mañana, la hora impuesta para no ‘intoxicar’ el reiterativo canto del Himno a Burgos, la Plaza Mayor ya era un mosaico de colores perpetrado por peñistas que esperaban su momento. La confluencia de más activos se anunciaba tan pronto como los ecos de las charangas se hacían notar. Por el Espolón llegaban las agrupaciones de la zona Sur. Por Cardenal Segura las del Casco. Por Santo Domingo de Guzmán y Moneda las del centro... Y bien puntuales se citaron casi 2.000 personas a las puertas del Ayuntamiento.
Antón, que ha demostrado que su tozudez también le resulta muy práctica al Ejecutivo local (a punto de pisar un charco fandangoso con esta celebración), salió al balcón pasadas las once para explicar la que la tradición de que las peñas pidan permiso para celebrar las fiestas se ha importado de la provincia, y qué mejor elemento que una bota XL para simbolizar la materialización de la fiesta.
El titular de Festejos agradeció el medular e impagable protagonismo de los peñistas en los Sampedros y, sin dar la innecesaria chapa que parece ser de obligado cumplimiento en al programa oficial, lanzó el pellejo al aire, que fue recogido por Los Verbenas. Y, ay, en ese momento comenzó el primer ‘bota surfing’ de la historia de Burgos.
La piel voló de mano en mano, de peña en peña, de calle en calle hasta alcanzar la plaza del rey San Fernando. Y allí, a los pies de la Catedral y desde los balcones de la Hermandad, se ratificó el compromiso con el espíritu que procede. Así, para empezar, bofetón a los que mandan.
fiesta mayúscula. Miguel Santamaría, en nombre de todas y cada una de las agrupaciones de la ciudad, leyó un escueto pregón paralelo con el que decidió no «enrrollarme más que para eso ya está el pregonero oficial». Zas. Allí dio la bienvenida a todos los burgaleses y forasteros «llegados de todos los barrios de La Burgati convocados para empezar con jolgorio y buen rollo» las fiestas mayores de la ciudad.
Aludió a la ya famosa bota «recogida en al balcón de nuestro Ay (pausa) untamiento» como «icono castellano hondamente arraigado en el trabajo y en el júbilo», agradeciendo explícitamente «a nuestro buen amigo Antón Pirulero (en referencia a José Antonio Antón) que nos diera el permiso consistorial» para estrenar una nueva y bulliciosa actividad sampedrera. Otra cornada se llevó el alcalde (ausente en esta concentración de miles de sus vecinos) y más fiesta.
Cada peña recibió su propia bota epigrafiada y lanzada desde la Hermandad al son de los chupinazos que congregaban cada vez más gente en la abarrotada plaza del Rey San Fernando. Y sí, hubo invitado ilustre: el matador de toros Miguel Abellán. El diestro ya había participado del lanzamiento de la bota madre y después se dirigió a las peñas para evocar sus «raíces burgalesas por parte materna», que esas, es sabido, son las que pesan.
Como experto en materia de festejos, y sacudido de la responsabilidad de jugarse la vida, Abellán levantó fuertes vivas a Burgos, a San Pedro y San Pablo y a las burgalesas. No ha lugar describir la pasión con la que fue recibida su última arenga entre la población femenina del lugar. Bajo gritos de ¡torero, torero! bajó al ruedo (de piedra) y accedió a pegarle cuatro pases a una vaquilla de coña y cartón que le echaron los peñistas. Lo más.
Así que, resumiendo, Abellán a hombros (resta ver la suerte que tenga mañana el torero en el albero del Plantío) con dos orejas cortadas. Antón a hombros con tres orejas (las que le faltaron a algún que otro líder de fatigas políticas para ver la trascendencia de lo de ayer). Y, por último, las peñas a hombros con cuatro orejas, dos rabos y una bota que va camino de hacer historia. Al tiempo. Porque sí, Murillo casi acierta. Es así rector: «Allí donde hay un peñista, hay una fiesta».