Repiqueteaban las campanas de la Real yAntigua con metálico salero, y entre el revuelo de capas castellanas y el gentío alborozado ya relamiéndose, se elevaba hacia los cielos de Gamonal el aroma intenso de los titos que borboteaban en los inmensos calderos en los que, como druidas del siglo XXI, hacían girar sus desmesuradas cucharas los cocineros. Había ambiente de fiesta, sí, pero también apetito. Y mucho. La gratuidad de las raciones y también, dado los tiempos que corren, la necesidad que de atizarse un plato caliente tienen aquellos a los que últimamente les rugen demasiado las tripas, provocaron colas como las del paro, fenomenales atascos, simpares empujones, achuchones colectivos y alguna que otra palabra en mayúsculas, si bien no llegó la sangre al río y al final reinó la cordura y el orden, que para eso, de un tiempo a esta parte, hay vallas metálicas que separan al pueblo de los perolos. Y porque San Antón no sólo es el protector de los animales, sino también de los enterradores, a los que quiso dejar la fiesta en paz.
San Antón tiene en Gamonal tirón. Facilones pareados al margen, y sabedora del éxito de esta cita anual, la cofradía consagrada a aquel egipcio eremita se aprestó a preparar rancho a tutiplén. Con los más de 2.000 kilos de titos de Villasidro sirvió alrededor de 20.000 raciones a la muchedumbre, que esperó con disciplina comunista a que accedieran al recinto las autoridades, siempre las primeras en estas lides, que no se vayan a pensar ustedes que aquello se acabó cuando los tiempos de La escopeta nacional. Daba gloria ver a los fieles de esta cita invernal portando sus cazuelas, ollas, táper y hasta cubos de fregar y botes de pintura, que todo soporte es bueno para el condumio, máxime si se logra que éste colme el recipiente, tenga la forma que tenga o no fuese en su día diseñado para acoger guiso alguno.
Antes de que se diera el pistoletazo de salida al reparto de los titos, y tras la santa misa, el entorno de la Real Antigua se había convertido en un zoo improvisado. Decenas de personas llevaron a sus mascotas a las puertas del templo -con masiva presencia de perros y gatos- para que el párroco las bendijera, como manda la tradición. Durante la espera, los bichos protagonizaron todo tipo de escenas. Que si un caniche le ladró a un pastor alemán cuyos cuartos traseros estaban siendo a su vez olisqueados por un dóberman, que si un gato burgués le tiró un zarpazo a otro de aspecto arrabalero, y así... Hubo incluso quienes llevaron sendas yeguas, blancas y lozanas aunque pelín inquietas por la presencia de tanto animal de inferior tamaño por allí. Y un par de cerdos como dos soles, que para eso estamos en tiempo de matanza.
Las primeras cucharas de Burgos, catando el guiso. - Foto: DB/Luis López Araico La tensa espera, y quizás los nervios, hicieron que alguna de las fierecillas hiciera sus necesidades allí mismo, lo que motivó alguna jocosa conversación y una petición que fue unánimemente secundada: que el Ayuntamiento dispusiera cuanto antes de un parque en el que los animales pudiesen aliviar libremente sus vientres sin que sus dueños tengan que recoger sus heces so pena de un multa. Tome nota, señor alcalde.
Con jotas castellanas de fondo y animada charanga en directo, las autoridades, luego de presenciar en directo el bautismo animal, se encaminaron hacia los fogones con el alcalde Javier Lacalle a la cabeza, escoltado por el vicealcalde Ángel Ibáñez -no hemos hallado adjetivo para definir su colorinero pañuelo, en disonante combate con su corbata roja- y el concejal Bienvenido Nieto, que con su capa, y mirado de lejos, parecía una simbiosis entre Drácula y Batman (conste que iba elegantón...). Los primeros envites a los titos arrancaron algunas expresiones ditirámbicas. Vamos, que aquello era ambrosía el decir del pueblo...
Junto a los inmensos pucheros era bien visible una pancarta alusiva a la condición de Burgos como capital española de la gastronomía en este 2013, y a esta realidad se aferró el alcalde en su breve discurso a los medios. «Realmente, este es el primer acto relacionado con la capitalidad. Además, es un acto peculiar. Estos titos son el primer plato cocinado dentro de nuestro programa gastronómico del año».Agradeció Lacalle el esfuerzo de los animados miembros de la Cofradía de San Antón y voluntarios varios, que todos los años hacen posible que se repita esta tradición. El tradicional sorteo del cerdo recayó en el número 5.673.
Reinaron los titos en esta primera cita relacionada con el (buen) yantar, y entre cazo y cazo fue yéndose la mañana, y con ella los animales y sus dueños, y San Antón los vio marchar a todos y se volvió al desierto. Hasta el año que viene.