En Japón, el ser humano se siente parte de la naturaleza; existe una especie de simbiosis o integración del individuo con ésta, al contrario de lo que sucede en Occidente, donde pensamos que la naturaleza está a nuestro servicio, es decir, mantenemos relaciones muy diferentes con la naturaleza y eso se puede apreciar en el haiku, que es la poesía de la naturaleza, reflexiona la burgalesa Elena Gallego, profesora en Japón desde hace casi veinte años y una de las traductoras más importantes de la literatura del país nipón, que esta tarde (20,00 horas) presenta en la Sala Polisón su último libro: Kigo, la palabra de estación en el haiku japonés (Hiperión), que contará con la participación de Jesús Munárriz, editor; Fernando Rodríguez Izquierdo, especialista en literatura japonesa; y el escritor Óscar Esquivias.
Aunque el haiku se ha hecho muy popular en los últimos tiempos (quizás por su brevedad: consta de tres versos) es extremo complejo, y el libro que ha traducido Gallego lo pone de manifiesto, toda vez que hace hincapié en un aspecto fundamental, el kigo. «El kigo es la palabra de estación en la que se ha escrito el haiku. Incluirlo es una de las reglas básicas del haiku tradicional. Los kigo suelen ser fenómenos naturales como el viento, la lluvia, la luna, el calor, la nieve, las flores, las frutas u otros alimentos y también pájaros o insectos característicos de cada estación. Por ejemplo, la violeta es un kigo de primavera, el cierzo es un kigo del invierno». En Japón hay una quinta estación, la de Año Nuevo, aunque más breve no menos importante en su cultura.
La función del kigo no es solamente servir como señal identificativa de la época del año se escrito el haiku, sino también transmitirnos una imagen o símbolo de la estética tradicional japonesa: «Es un recurso para que el mundo del haiku, de tan sólo 17 sílabas, despliegue toda su amplitud y profundidad, tenga vida propia y esté lleno de imágenes poéticas sugerentes», dice Gallego.
En el haiku, subraya la traductora, la labor del poeta no es expresar sus emociones, sino despegarse de ellas y así penetrar en la naturaleza y fundirse con ella. «Un pino tiene su propia vida. Quien hace un poema sobre él debe despojarse de sus propias emociones para penetrar en el alma del pino y percibir su delicada vida. El poeta se fundirá con el pino como única manera de aprender sobre su esencia y la vida interna de este árbol y de forma espontánea nacerá el poema en su mente, sin un esfuerzo consciente. Este ‘nacer de forma espontánea’ es algo que todo poeta disciplinado en la práctica del haiku sentirá profundamente».