Había recibido 23 puñaladas; posiblemente una sola de ellas había sido mortal. Mientras los aterrorizados senadores huían, Julio César, envuelto en su toga, caía al pie de la estatua de Pompeyo. La sanguinaria escena, augurada por los adivinos y que desataría una nueva guerra fratricida, acredita, siguiendo la descripción de Suetonio, la postrera elegancia del héroe: «Entonces, al darse cuenta de que era el blanco de innumerables puñales que contra él se blandían de todas partes, se cubrió la cabeza con la toga, y con la mano izquierda hizo descender sus pliegues hasta la extremidad de las piernas para caer con más dignidad». El hombre que había ganado un mundo y había contribuido a modificar irreversiblemente el destino de Occidente y de buena parte de Oriente era ya nada más que un despojo sangrante.
Ahora, 2.056 años después de este crimen, unos investigadores de la Escuela Española de Historia y Arqueología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) colaboran en Roma para descubrir el lugar exacto en el que fue asesinado Julio César. El hallazgo tuvo lugar en la Curia de Pompeyo, integrada en el área arqueológica de Torre Argentina, donde se encontró una estructura rectangular de hormigón construida años después de la muerte del césar de Roma por orden de su hijo adoptivo y sucesor, Augusto, para condenar el asesinato.
El experto, Antonio Monterroso, explicó que «siempre se supo que Julio César fue acuchillado en la Curia de Pompeyo el 15 de marzo del 44 a.C. gracias a los textos clásicos. Sin embargo, éste es el primer testimonio material.
El monumento consiste en una estructura rectangular compuesta de cuatro muros que contienen un relleno de hormigón situado justo en el centro del fondo de las ruinas de la Curia de Pompeyo. Este punto del recinto sería el lugar exacto desde donde el dictador estaba presidiendo la sesión del Senado, sentado en una silla, en el momento en que recibió 23 puñaladas.
Monterroso subrayó el atractivo del descubrimiento en un sentido «cívico y ciudadano» dado que miles de personas toman hoy el autobús y el tranvía o acuden a representaciones en el teatro principal de la ciudad «justo al lado».
Los investigadores no han determinado todavía si la estructura hallada podría haber servido además para cerrar el acceso al recinto años después. Las fuentes clásicas aluden a la clausura del pórtico, para pasar a convertirse en una capilla memorial del general.
Por esta razón, los profesionales han comenzado además el estudio, en el mismo espacio, de los restos del Pórtico de las Cien Columnas para tratar de entender el «sentido de lugar funesto y de clausura» que describen los textos clásicos, detalló Monterroso. Los dos edificios forman parte del complejo construido por Pompeyo Magno para conmemorar sus victorias en Oriente en el año 55 a.C.
El proyecto, que durará tres años, cuenta con el beneplácito y la colaboración de la Sovraintendenza ai Beni Culturali del Comune di Roma y con el apoyo financiero del Plan Nacional 2008-2011 del Ministerio de Economía y Competitividad, además de la colaboración de la Escuela Española de Historia y Arqueología del CSIC en Roma.
«La república no es nada». César fue, pues, dueño absoluto de la República Romana y del mundo mediterráneo. Se había cumplido el sueño de su juventud: la totalidad del poder. Era imperator y dictador. Como tal, volvió a ejercer su típica clemencia con sus enemigos; no olvidó su política agraria y de asentamiento de colonos; aumentó el número de fiestas populares, aunque cuidándose de no incurrir en gastos ruinosos para el Estado; dispuso normativas económicas y financieras que protegían a los menos fuertes, trató de moderar el lujo de los poderosos y limitó los gastos en banquetes; diseñó profundas transformaciones políticas, dictó leyes que ampliaban la ciudadanía a capas más vastas de la población, y comenzó a pensar en un mundo distinto al hasta entonces conocido dentro de los límites de la ciudad romana.
Estaba convencido de que, para mantener el dominio en Oriente y llevar a cabo con éxito la expedición final contra los partos (la única amenaza para el imperio), necesitaba ser rey absoluto fuera de los confines territoriales de su ciudad. Y éste fue el detonante. Unos 70 miembros de familias importantes, casi todos senadores, se conjuraron para eliminar a César y su república, y que él mismo no se autoproclamara rey.
De hecho, algunos comentaristas ponen en su boca estas jactanciosas y desafiantes palabras: «La República no es nada, es solo un nombre sin cuerpo ni figura».
Pero para muchos de ellos fue sin duda un pretexto que disimulaba sórdidos resentimientos y apetitos. Dirigían la conjura Casio, Bruto y Casca. Bruto era hijo de Servilia, la más famosa de las amantes de César, y él mismo lo había acogido y colmado de honores. Casio luchó siempre a su lado. Casca era un tradicional enemigo.
César concurrió al Senado el día 15 de marzo, a pesar de los ruegos de Calpurnia, que ya había tenido sueños premonitorios. Alguien retuvo a Marco Antonio en la antesala del Senado. Cuando se hubo sentado, lo rodearon y lo atacaron con sus dagas. Según la tradición, ante la puñalada de Bruto, César exclamó: «¡Tu quoque, fili mi!» (¡Tú también, hijo mío!) Emitió un primer quejido y luego se mantuvo en silencio.