¿Producimos o importamos?

Vidal Maté / Burgos
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La Unión Europea obliga a realizar recortes en algunas superficies de cultivo a pesar de ser deficitarias. Los acuerdos comerciales son, con frecuencia, una puerta abierta para la entrada de productos baratos

España deberá importar ajos chinos para abastecer la demanda. - Foto: Igor González

Alubias verdes, calabacines, tomates o pimientos de Padrón marroquíes, garbanzos mexicanos frente a los cordobeses; lentejas turcas o canadienses en lugar de las de la meseta; carnes argentinas; zumos de concentrado (polvos) de California o Brasil frente a los nacionales exprimidos; ajos chinos; pimientos o espárragos peruanos, reducción a la mitad de las superficies de cultivo en producciones como el algodón, tabaco o remolacha. La industria española deberá exportar más de 100.000 toneladas de azúcar por superar su cuota de producción, mientras será necesaria la importación de 700.000 toneladas para cubrir las necesidades de la demanda interna.

Estas serían algunas de la consecuencias más visibles, y las que se podrían agravar en el futuro, ante los cambios introducidos en la Política Agrícola Común, las reformas de las Organizaciones Comunes de Mercado, los acuerdos comerciales con terceros en el marco de la política de globalización y las importaciones baratas, especialmente en un momento de crisis donde se imponen los precios más bajos al margen de otras cuestiones como la calidad y la seguridad alimentaria; son los efectos negativos sobre muchas actividades en el sector agrario. Desde las organizaciones agrarias se ha hecho una llamada al problema de la deslocalización de las producciones ante el riesgo que ello supone para el desmantelamiento de una actividad que, no solo produce, sino que también es fundamental para el mantenimiento de todo un territorio. Pero, todo parece indicar que estamos ante una dinámica imparable.

Se cumple este año medio siglo desde el nacimiento de la Política Agrícola Común, donde el principal objetivo era lograr un mayor autoabastecimiento en materia de producciones agrarias para tener una cierta seguridad alimentaria, con una política de protección vía mecanismos en frontera y, sobre todo, con el desarrollo de unos sistemas de apoyo con precios mínimos y el funcionamiento de los mercados. La PAC comenzó a morir de su propio éxito al provocar excedentes de producción en los años 80 y 90, para entrar en una nueva fase donde lo que se lleva son los ajustes en las cuotas, supresión de precios de intervención, mecanismos para la regulación de los mercados y el desarrollo de esa política de globalización en la economía con las fronteras abiertas a productos baratos.

En la nueva y actual política, a efectos de producción han jugado, en primer lugar, un papel importante las reformas de algunas Organizaciones Comunes de Mercado, donde uno de los objetivos más importantes era eliminar excedentes y ajustar la oferta a la demanda. En esa línea también se hallan las reformas de OCMs como las del tabaco, el algodón o la remolacha, donde España ha reducido a la mitad las superficies de cultivo. En otros casos, como  la leche, dispone de una cuota de 6,4 millones de toneladas, debiendo importar el resto hasta una demanda de más de nueve millones de otros países comunitarios. Mientras en otros Estados abundan los excedentes, España tendría una penalización si supera ese techo.

Deslocalización

Los recortes en las posibilidades de producción vienen igualmente determinados por lo que supone de deslocalización de las producciones, consecuencia de los acuerdos comerciales con terceros. El último ha sido el de Marruecos, pero a la vista se hallan otros como Mercosur y la progresiva apertura de las puertas a países aún no integrados en la UE y a Asia. Bruselas ha enarbolado igualmente la bandera de la liberalización de los intercambios en el marco de la Organización Mundial de Comercio.

Ante la existencia de unas condiciones sociolaborales muy diferentes a las exigidas en la Unión Europea, para los productores comunitarios es muy difícil, por no decir imposible, tener una posición competitiva, por ejemplo, frente a los tomates o las alubias de Marruecos, los pollos brasileños, los ajos chinos o la carne argentina. Además, sobre el papel, esas mayores facilidades están pensadas para favorecer a los agricultores de esos territorios, cuando, en realidad, están perjudicando a los trabajadores comunitarios y beneficiando a los grandes grupos de operadores que siguen explotando a los productores de los Estados más pobres.

Finalmente, también han acabado de jugar un papel fundamental las propias industrias ante la necesidad de competir a los precios más bajos en unos mercados globalizados donde los productos no tienen fronteras. En el caso de España, los ejemplos en este sentido los tenemos en algunas producciones de hortalizas como los pimientos o los espárragos elaborados. Las principales empresas nacionales se han instalado y, en algunos casos con plantaciones propias, en terceros países donde los costes de producción son una tercera parte que los pagados en nuestro país. El resultado es la existencia casi permanente de botes de pimientos o espárragos en oferta procedentes de un tercero, mientras se reducen las superficies de cultivo y la demanda para el producto español más caro.

En una situación de crisis como la actual, se ha incrementado el valor de ofrecer unos productos baratos, en la mayor parte importados. Sin embargo, no se puede ocultar que, a medio plazo, se está dañando la capacidad productiva interior; que, a lo mejor mañana es indispensable importar esos mismos productos a unos costes más elevados y se habría vuelto a una dependencia exterior que un día se quiso evitar. La alimentación, como la energía, es algo estratégico y merecería un tratamiento más diferenciado, más proteccionista (lo hacen otros países fuera de la Unión Europea desde Japón a Estados Unidos), frente a la actual dinámica de que es mejor importar porque es más barato; ¿y más seguro?