Un trabajo calculado

B.G.R. / Burgos
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Ana González obtiene el Premio Nacional al Mejor Proyecto de Fin de Máster de Ingeniería Civil. Su trabajo; desarrollar un gemelo digital del puente de Espartxo (San Sebastián)

La joven burgalesa ha hecho un parón vacacional para volver a su Burgos natal desde Boston, donde trabaja en una consultora de estructuras. - Foto: Valdivielso

El entusiasmo con el que habla de su profesión deja patente su proyecto de futuro, aunque hasta llegar aquí ha tenido que realizar un duro y a la vez que motivador recorrido marcado por la exigencia académica y personal. Cuando aterrizó en la Universidad de Cantabria hace ya más de siete años no sabía que la ingeniería civil terminaría convirtiéndose en su pasión. Asegura que lo descubrió mientras estaba estudiando, cautivada por el cálculo de estructuras. Ahora todo ese esfuerzo se ha visto recompensado con el Premio Nacional al Mejor Proyecto de Fin de Máster, en la categoría de Innovación, que concede la Fundación Caminos, entidad impulsada por el Colegio de Ingenieros de Caminos.

Ana González Fadrique, de 26 años, ha hecho un parón vacacional para regresar a su Burgos natal procedente de Boston, ciudad estadounidense en la que trabaja desde hace casi un año. Allí llegó gracias a los contactos que acumula de su intensa vida universitaria, además de un brillante expediente que ha culminado con un trabajo calificado previamente con matrícula de honor en el campus cántabro y con una puntuación de 18 sobre 20 en la Ècole des Ponts de París, la escuela de ingeniería civil más antigua del mundo y donde estudió durante dos años. 

¿En qué ha consistido el proyecto para que su excelencia no haya pasado desapercibida? Tras la experiencia estudiantil en Francia, decidió volver a España y comenzó a buscar empresas con las que poder desarrollar el trabajo de fin de posgrado. Dio con Arenas y Asociados, una consultora especializada en puentes y con gran prestigio entre la profesión que le propuso una idea imposible de rechazar: desarrollar el gemelo digital del puente de Espartxo, en San Sebastián. «Es un tema muy novedoso y sobre el que aún existe poca investigación», explica.

En el caso de la infraestructura objeto de estudio, dispone de un sistema de monitorización para medir su comportamiento. Ana se ha ocupado de modelizarlo en un programa informático, replicando todas las características del original, lo que permite anticiparse a la hora de detectar posibles fallos y actuar de forma inmediata en el puente real en lo que viene denominándose un «mantenimiento predictivo y preventivo». De esta forma, «las reparaciones son menos costosas y provocan menor impacto tanto medioambiental como en lo que afecta al ciudadano».

El trabajo de esta ingeniera no ha podido tener un mejor desenlace. Porque más allá de reconocimientos académicos y premios, confiesa haberse deleitado en su desarrollo. «He estado más de siete años con un ritmo muy alto de estudio y ahora tocaba disfrutar de lo que había aprendido», afirma no sin antes reconocer que todos los acontecimientos en su trayectoria universitaria concluyen con sensación de «felicidad y alegría».

Para optar a la distinción de la Fundación Caminos ha tenido que superar un proceso de selección consistente en la presentación de una memoria y un póster del trabajo, y la elaboración de un artículo que ahora verá la luz. Ana no sabrá si podrá viajar a Madrid para asistir a la gala de entrega de premios, que se celebrará en mayo en el Teatro Real. Su vida está en Estados Unidos, a donde ha querido regresar después de cursar un año de carrera en la Cornell University, en Nueva York. Trabaja en una consultora de estructuras de edificación y admite que su deseo pasa por quedarse en Estados Unidos.