Con una fisonomía inconfundible, que cobra fuerza a medida que el viajero se aproxima a la villa, Melgar es un pueblo lleno de atractivos e historia. En medio de un paisaje de grandes labrantíos y sobre una pequeña loma que mira al sol del poniente -lo que la baña de una luminosidad especial-, tiene la estructura de un pueblo típicamente castellano. Su nombre tiene origen en la palabra celta 'ambélicas', derivada de 'amelga', a la que se añadió el sufijo -ar-, haciendo referencia a un terreno dividido en amelgas o estrechas fincas. La segunda parte, Fernamental, le sobreviene del Conde repoblador, Fernán Armentález, quien seguramente valoró las excelentes condiciones geográficas de estas tierras a la hora de repoblar la villa. No en vano, se trata de un entorno lleno de contrastes: vegas, páramos y campiñas, donde el azul de las generosas aguas de sus ríos -Pisuerga, Cuérnago y Valdavia-, y de acequias y canales conforma un sorprendente mosaico natural.
De la importancia que la localidad tuvo en el pasado queda reflejo en el vasto y rico patrimonio arquitectónico que atesora, entre el que destacan sus palacios, su majestuosa iglesia parroquial (es el 'faro' omnipresente desde cualquier punto cardinal) o su acueducto de Abánades. La villa tuvo una etapa de esplendor en tiempos de los Reyes Católicos y del emperador Carlos V, y una segunda recuperación en la época de Carlos III, con la creación de la Real Fábrica de curtidos a la inglesa.
Adentrados en el núcleo urbano, la visita permite contemplar que las edificaciones religiosas tienen un especial protagonismo. Pero por encima de todas, como se señalaba, la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, de los siglos XV-XVI, y que se eleva sobre el perfil de las casas de forma majestuosa ya que parece más bien una catedral. En su edificación se pueden apreciar dos estilos: uno gótico de la primera etapa y otro con reminiscencias del Renacimiento italiano. La planta es de cruz latina, de las llamadas 'de salón', al entrar las tres naves de fábrica a igual altura. El pie se cierra con ábsides poligonales en cuya parte superior se abren grandes ventanales para iluminar el templo. En su exterior, una gran torre que acaba en una cúpula. En su interior, un notable retablo mayor de final del romanismo, austero y elegante, con una también muy bella bóveda en la sacristía y los sepulcros renacentistas. No hay que abandonar el lugar sin echar un vistazo al órgano de la iglesia y la sillería de nogal oscuro, así como a tallas importantes como el conjunto de los Reyes Magos, Nacimiento o la Piedad de la Capilla del Bautismo. De junio a septiembre se puede visitar por las mañanas y por las tardes.
El santuario de Zorita, a unos 3 kilómetros del pueblo, es de estilo románico. - Foto: Alberto RodrigoMuy cerca de este templo el viajero se topa con la Casa del Cordón, antiguo hospital del siglo XVI, y posteriormente residencia de los marqueses del Trebolar, acondicionada actualmente como salón-teatro. Enfrente, la Casa de los Palazuelos-Emperador, del siglo XVIII, con su escudo de armas, y convertida ahora en telecentro, Oficina de Turismo y Museo etnográfico 'Pilar Ramos de Guerra', donde se recrea la vida cotidiana del pasado, desde las antiguas escuelas a telares o cocinas, pasando por aperos del campo y oficios tradicionales. Los objetos expuestos fueron donados al pueblo por Pilar Ramos y su esposo Luis Guerra.
Centro neurálgico de la villa, la plaza Mayor destaca por la Casa Consistorial, un antiguo palacete renacentista de estilo plateresco de dos pisos y cuya portada está flanqueada por pilastras y flameros. Sobre ella está el balcón presidencial, entre columnas, y encima el escudo de la villa. En la fachada pueden verse otros dos escudos.
La ermita de Santa Ana se encuentra a un costado del Ayuntamiento y ha sido reconvertida en Casa de Cultura. Es una plaza bastante grande y peatonal, con algunos árboles en su perímetro y numerosos bares y restaurantes con terrazas.
La iglesia parroquial, la más grande de la provincia, es del siglo XV-XVI y tiene tres naves. - Foto: Alberto RodrigoDesde aquí es recomendable dar un paseo por las calles de la villa para descubrir austeros y elegantes edificios de arquitectura rural castellana, construidos en piedra y ladrillo, como los soportales de San Antón, o algunas casas próximas al barrio o plaza de Fernán Armentález, núcleo originario del pueblo, en torno al cual nació Melgar en el año 950. En el centro hay una fuente decorativa y está toda rodeada de frondosos plataneros. Los vecinos suelen ir a sentarse en sus bancos, a la sombra de la arboleda. Además, la ribera del Pisuerga se configura en muchos puntos como un auténtico pulmón vegetal formado por álamos, chopos, alisos o sauces, que sirven de hábitat a numerosas especies animales.
Antes de abandonar la villa es imprescindible desviarse tres kilómetros, dirección Herrera de Pisuerga, para conocer el santuario de Zorita, una joya arquitectónica construida en el siglo XII en un tranquilo paraje rodeado de árboles, principalmente álamos y chopos, y donde los vecinos de la villa encuentran un lugar perfecto para congregarse en días de fiesta y romerías. Los agricultores de la comarca profesan una devoción especial a la Virgen de Zorita, a la que siempre piden un año de buena cosecha. En el interior de este templo, de dos naves y un ábside semicircular cubierto con bóveda de cañón, se respira una paz especial. Entre sus piedras se conservan restos de los pueblos visigodos, como atestigua el arco de herradura junto al altar. La ermita cuenta con bellos capiteles románicos historiados y una minuciosa decoración de nido de abeja. Sorprende su pórtico neorrománico, obra del artista Emilio Martín Terradillos, con columnas y capiteles que recuerdan al monasterio de Silos.