Gloria bendita

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Las Salesas cumplen medio siglo -con alguna interrupción puntual- elaborando pastas caseras que forman parte de la memoria gustativa de varias generaciones de burgaleses

María de los Ángeles (abadesa), Juana María, Juana Providencia y María Begoña muestran, sonrientes, los productos que elaboran y venden en su convento. - Foto: Luis López Araico

Con sincera humildad dicen que no hay secreto; que si las pastas que elaboran saben a gloria bendita no se debe a misterio alguno, sino al mimo que le ponen en su confección, a la sencillez y el amor con que las hacen, así como a la naturalidad de los ingredientes. Sin embargo, y a tenor de la beatífica expresión que exhiben al otro lado de las rejas, podría aseverarse que el punto exacto de sus productos de repostería tiene su origen en esas sonrisas: son pura dulzura. Nada hace prever que en la calle Barrantes, por la que el tráfico rodado no da tregua, existe un remanso de paz y espiritualidad en el que, además, huele frecuentemente de rechupete. Al otro lado de los grises muros del convento de las Hermanas de la Visitación de Santa María, popularmente conocidas como las Salesas, reina un silencio que sólo quiebran los pasos tranquilos de la hermana Juana Providencia, que es la primera en atender a los visitantes. Estos suelen ser, la mayor de las veces, clientes en busca de esas delicias que forman parte ya de la memoria gustativa de varias generaciones de burgaleses.

No en vano, fue hace ahora medio siglo cuando en este cenobio dominado por la preciosa torre de su iglesia neogótica, escoltada por dos imponentes árboles -una secuoya y un cedro-, sus moradoras comenzaron a elaborar sus hoy afamadas pastas. No han podido hacerlo de forma ininterrumpida, ya que durante algunas temporadas se vieron impelidas a cerrar el horno para poder dedicarse al cuidado de las hermanas más mayores. En este monasterio de clausura, fundado en la Cabeza de Castilla a finales del siglo XIX, conviven hoy trece hermanas. La congregación se ha visto rejuvenecida en los últimos años con la llegada de monjas jóvenes procedentes de países africanos como Burundi, por ejemplo, como es el caso de Juana de la Providencia, y esta es una de las circunstancias que ha permitido que el horno vuelva a funcionar a pleno rendimiento.

María de los Ángeles es la abadesa del monasterio; menuda y risueña, explica que les ha costado un poquito recuperar el 'mercado'. «No es que la gente se olvidara, pero al haber estado unos años sin hacer pastas, aún hay quienes no saben que hace tiempo que volvimos a elaborarlas». Tampoco es que ellas hayan hecho propaganda especial alguna; ni siquiera se han planteado la posibilidad de abrir una tienda online. Se muestran satisfechas con las ventas que, poco a poco, se van incrementando. Cada jornada de elaboración de estos dulces (no lo hacen a diario) suele concluirse con unos 50 kilos de pastas de sus distintas variedades. Aunque el surtido clásico y los mostachones son los productos más demandados, de un tiempo a esta parte las hermanas han introducido novedades: hay pastas de chocolate, de naranja (con azúcar y canela) y de almendra, que poco a poco están asentándose en el gusto de la clientela.

Cuando toca día de repostería, todas las hermanas se involucran en la elaboración. Aunque es cierto que constituye para ellas dejar de lado su habitual rutina, no renuncian a su misión esencial: la oración. No en vano, las cuatro o cinco horas que pasan en el obrador transcurren entre harina, masa y rezos. «Es intenso, porque no tenemos máquinas modernas. La elaboración es muy artesanal, por eso decimos que son caseras. Realizamos hasta ocho masas diferentes. Creemos que el éxito es que todo lo hacemos muy natural, no hay ningún conservante. Y están hechas con dedicación y mientras rezamos», subraya la abadesa. No es de extrañar, pues, que las pastas queden bendecidas y sepan tan ricas. 

Las pastas sólo se venden en el convento, aunque también pueden encontrarse en las tiendas que tienen otros cenobios de la capital y de la provincia. Esta 'divina' pastelería ha funcionado siempre así, con enorme éxito desde hace cincuenta años. Con todo, las hermanas confían en que, poco a poco, la demanda sea mayor. Y así parece que está sucediendo. «Nos vamos recuperando poco a poco. Estamos satisfechas», explican María de los Ángeles, María Begoña y Juana María, siempre sonrientes al otro lado de la verja. Los beneficios se destinan al mantenimiento del monasterio, que no es asunto baladí, ya que se trata de gran complejo. Aunque no se puede acceder al obrador por estar en la clausura, las hermanas salesas explican que es sencillo y tradicional, tal como era desde el principio. Quizás, en esa elementalidad, se encuentre también una clave del éxito de sus dulces. «No tenemos nada artificial. Lo hacemos todo de forma muy natural; y las pastas no tienen grandes adornos, son más bien simples», apostilla María Begoña.

La tienda está abierta tanto por las mañanas como por las tardes, y es muy bien atendida por estas angelicales hermanas. Dispone de una vitrina en la que se exhiben los distintos dulces que ofrecen y cuyos precios son más que razonables, tratándose, además, de unas pastas elaboradas con tanto amor y tanta dedicación. Pura artesanía monacal, como reza la leyenda impresa en las cajas que envuelven tan dulces productos. «Nuestro fundador, que es San Francisco de Sales, se caracteriza por la dulzura», enfatiza la abadesa sin dejar de sonreír. Las pastas de las Salesas con pura ambrosía. Gloria bendita.