La batalla de las marcas blancas tensiona a la industria local

G. ARCE / Burgos
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Las disputas crecientes y públicas entre la distribución y los fabricantes se han traducido en los últimos ERE, castigan a la baja los salarios y están lastrando la negociación colectiva

El consumidor es soberano a la hora de elegir, decisión condicionada también por la enorme subida de los precios. - Foto: Eugenio Martínez

Los grandes distribuidores (cadenas de hipermercados y supermercados) y la industria de la alimentación siempre han lavado sus trapos sucios en casa, sin que el consumidor final conozca todo lo que se esconde detrás de una etiqueta. En enero, tras la decisión pública y publicada de Carrefour de dejar de comercializar los productos de PepsiCo en sus supermercados de cuatro países, cambiaron las sutiles reglas del juego de los precios. Semanas después, Mercadona y Calidad Pascual rompían su acuerdo comercial también en público. Grupo Dia y Bimbo iban por el mismo camino y nadie descarta hoy más anuncios de esta índole en las próximas semanas.

En esencia, todas estas abruptas rupturas tienen el mismo origen: las enormes y continuadas tensiones en los precios que soporta el sector de la alimentación desde que se desató la pandemia, tensiones que se han trasladado -además de a los hogares- a la gran industria alimentaria, a sus direcciones y a sus plantillas, a su red comercial y de proveedores y, por extensión, a la economía local.

La elaboración de alimentos es uno de los puntales estratégicos de la industria burgalesa. Más del 20%  de los empleos de este sector -unos 6.000 en el conjunto de la provincia- se dedican a fabricar productos de marca propia y, como ocurre en la mayoría de los casos, de marca blanca para terceros.

Sí, en los polígonos locales se elaboran cada día toneladas y toneladas de alimentos cárnicos, lácteos, repostería, postres, snacks, congelados, bebidas, etc., que se comercializarán con la enseña de conveniencia de algunas de las grandes empresas de hipermercados y supermercados, bajo unas condiciones de calidad, cantidad y precio pactadas entre fábricas y distribuidores.

Es un negocio discreto, muy boyante y también muy exigente. La marca blanca gana en aceptación en la medida en la alcanza una calidad similar a los productos propios y, sobre todo, cuando su precio permite ajustar una cesta de la compra que ha subido un 47% en los últimos cuatro años y que es insoportable para la economía de muchas familias.

La fabricación de marcas de conveniencia ha pagado y está pagando muchas ampliaciones de factorías y mantiene muchos salarios en Burgos, por lo que los últimos anuncios de divorcios comerciales han generado alta preocupación.

Guerra esperada. Una de las compañías inmersas en la polémica, la arandina Calidad Pascual, no ha querido profundizar más en la misma preguntada por este periódico. Nada más y nada menos que su presidente, Tomás Pascual, fue el que puso el punto final a este desencuentro. La salida de la leche burgalesa de los lineales de Mercadona (no de los supermercados de Burgos y Segovia) se veían venir, sostiene Pascual, por la apuesta de la cadena de Juan Roig por su propia marca de leche. «Me preocupa no estar en todos los lineales, pero si alguien no quiere que esté, no puedo hacer nada. Intentaré estar en el resto», sentenció el empresario arandino, cuyas palabras visualizan a la perfección las batallas y los esfuerzos empresariales por llegar a la cesta del consumidor todos los días.

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