La médica Justa Clara Rodríguez fue la primera mujer en hacerse cargo de una consulta en Burgos; concretamente, en Quintanavides, en La Bureba. Entonces, 1952, era del todo inusitado que una mujer, y encima joven, vistiera la bata blanca y pidiera a sus pacientes que se desnudaran para explorarlos y tratarlos. El desconcierto de la población masculina, cuando no el rechazo, fue uno de los obstáculos que Rodríguez tuvo que superar para ejercer su profesión. No sé qué pensaría esta pionera si supiera que 71 años después, nada más y nada menos, un hombre contactó por teléfono conmigo para manifestar su malestar porque en un servicio concreto del HUBU solo atienden médicas especialistas. Ni un solo facultativo varón. He aquí el drama de este usuario de Sacyl.

Este hecho podría quedarse en la categoría de anécdota jocosa, si no fuera porque es una muestra más de que hay un poso de machismo cotidiano que no solo no avergüenza, sino que se exhibe con orgullo. Y, lo que es peor, que tiene consecuencias graves, aunque haya quienes sigan empecinándose en negarlo. Es lamentable que algo tan obvio como que en esta sociedad se cometen actos violentos hacia las mujeres -por el hecho de serlo- no concite consenso político ni adhesión social mayoritaria. Pero quienes creemos en el feminismo y en la igualdad, en la importancia de la educación y del respeto, también deberíamos preguntarnos qué estamos haciendo para que una manifestación contra la violencia de género no reúna en Burgos ni a mil personas. La causa es noble, justa y necesaria, pero igual es momento de cambiar la estrategia. Porque ya no funciona. Y eso también es una evidencia. 

La sociedad cambia y, para pesar de algunos, hace tiempo que el Burgos de Justa Clara Rodríguez es pasado. Para el futuro, creo, necesitamos herramientas nuevas.