Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Ser madre

06/05/2024

En los cuentos que yo leía de niña siempre había huérfanos. No entendía entonces que muchas de sus madres habían muerto de parto porque, durante un largo tiempo de la historia, fue difícil que la mujer sobreviviera y pudiera criar a su prole. El pobre huerfanito fue una figura clave de novelas y folletines y no corrían mejor suerte las clases altas, donde los niños siempre aparecían al cuidado de la institutriz o la madrastra.

Bendita suerte, por tanto, la de quienes disfrutamos de una madre, faro y refugio en las distintas tempestades de la vida, cuando falla todo lo demás. Durante siglos la mujer no tuvo otro destino que la reproducción, impuesto por el discurso patriarcal e idealizado por la Iglesia Católica para criar hijos para el cielo como esposa y madre. Por contra, la soltería y la infertilidad eran estigmas que se arrastraban de por vida. Solo la llegada de la contracepción hizo de la maternidad una opción personal, facilitando el acceso de la mujer al mundo laboral y ampliando sus horizontes vitales. 

Qué distintas son hoy las cosas, con un descenso de la maternidad de un 30%. Ser madre es una decisión en gran parte lastrada por el empleo y la vivienda, así que muchas tienen su primer hijo en torno a los 34 años y casi un 10% a los 40. Hoy se puede ser madre con o sin pareja y contamos con grandes avances de reproducción asistida, pero algo falla gravemente cuando nacen menos niños que nunca y la gran mayoría de mujeres jóvenes no pueden plantearse tener un hijo. 

Porque solo la mujer debe decidir el momento y las circunstancias para esta misión sagrada pero nunca exenta de dificultades y renuncias. Últimamente abundan las películas que revisan el mito de la maternidad como Cinco Lobitos o La Maternal, entre otras, y tampoco faltan publicaciones polémicas como Madres Arrepentidas, de Orna Donath, un crudo análisis de las mujeres desbordadas por sus obligaciones. 
Ser mujer no implica ser madre, y quien renuncia a ello en nada merma su plenitud ni su valía como persona. Quienes lo hemos elegido, sabemos mucho de amor y sacrificios, de penas y alegrías, pero sentimos que nada supera la grandeza de tener un hijo, el milagro de verle crecer y la fuerza del vínculo que nos une.