Afirma Arturo Pérez-Reverte que siempre es fascinante adentrarse en un libro de Juan Eslava Galán, porque al rigor de sus análisis de la historia el escritor jienense aporta un tono divulgativo y ameno a partir de un pulso narrativo envidiable. Así sucede con su último libro, La reconquista contada para escépticos (Editorial Planeta), donde realiza un recorrido por la historia medieval de España, época apasionante y relevante donde las haya. «Todo nos lo cuenta Eslava Galán con el estilo marca de la casa, la personalísima combinación de erudición, humor irreverente y licencias narrativas, sabiamente dosificados», destaca la editorial. Sucede a lo largo de todos los capítulos, como los que el autor dedica al nacimiento de Castilla o al burgalés más universal, el Cid Campeador.
«En el siglo IX muchos labradores impulsados por el hambre cruzaron los Picos de Europa en la frontera oriental del reino asturiano para establecerse en las tierras despobladas del llano, especialmente en el Valle de Mena (...) Ese fue el comienzo de Castilla, gentes decididas y valerosas (...) El principal problema era que aquella comarca estaba en la línea de penetración de las aceifas musulmanas que partían del Alto Ebro. Los labradores tenían que andar una mano en la mancera del arado y otra en el lanzón por si venía el moro. Eso, a la larga, imprime carácter», escribe Eslava Galán con estilo desenfadado en el capítulo que dedica al surgimiento de Castilla.
Y así explica el escritor cómo lo que en principio fue un condado asturleonés acabaría convirtiéndose en reino, después de que Ordoño II de León culpara a los castellanos de perder la Batalla de Valdejunquera (año 920), que cayó del lado navarro. «Los indignados castellanos decidieron que en adelante no obedecerían al rey leonés, su señor natural, sino que se gobernarían por sí mismos eligiendo a dos jueces, civil y militar, que emitirían sentencias (fazañas) según los usos de Castilla (...) Fernán González, el más famoso conde de Castilla, amplió los territorios de Castilla hasta abarcar desde el mar Cantábrico hasta el sur del río Duero. La tradición, no avalada por documento alguno, lo ha considerado el primer conde independiente del reino de León».
El humor de Eslava Galán está presente a lo largo de todo el libro, que engancha desde la primera página; para ello, utiliza todo tipo de ardides: recursos novelescos, estupendas descripciones, diálogos chispeantes; hace, incluso, viajar en el tiempo al narrador, que se encuentra y dialoga con personajes tan capitales como Alfonso X.
El que en buena hora nació. La reconquista contada para escépticos tiene un capítulo entero dedicado a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. «¿Quién era este Cid cuya fama mundial ha trascendido la historia?», se pregunta Eslava Galán. Y se responde: «Era un noble castellano de la estirpe de los Flaínez. Consumado guerrero a la par que táctico, destacó primero en la milicia como alférez real, después como mercenario a sueldo de los moros y finalmente como independiente señor de la guerra». Directo y sin escrúpulos el autor, quien aclara que lo de Campeador «quiere decir que ejerce con soltura en el campo de batalla, o sea, que domina el oficio de la guerra».
Estando el Cid al servicio de Alfonso VI se produjo el hecho que terminó derivando en el destierro del burgalés.Así de claro y divertido explica Eslava Galán el pasaje: «Rodrigo tuvo que atajar una algarada musulmana que había entrado en Soria. Probablemente se excedió en su celo cuando en su persecución saqueó ciertas propiedades de Al-Qadir, rey taifa de Toledo protegido por Alfonso VI. 'Alfonso, ¿qué estropicio es este'? -se quejó el moro- '¿No te pago buenos dineros para que me guardes? ¿Va a quedar sin castigo ese asno salvaje, Rodrigo de Vivar, que ha entrado en mis tierras como un elefante en una cacharrería?'. Alfonso VI se vio en la obligación de castigar ejemplarmente al abusón y desterró al Cid».
Cuenta igual de fetén el autor que Alfonso VI y el Cid vuelven a hacer migas tiempo después, pero que la reconciliación duró poco y regresó el exilio para el Campeador. Y dice Eslava Galán que fue a partir de entonces cuando el que en buena hora nació se convirtió en algo más que un mercenario. «El Cid se se consideró desligado de toda fidelidad hacia su monarca en adelante obró en provecho propio. Como señor de la guerra combatió por el botín en las ricas tierras levantinas, que bien conocía del tiempo en que sirvió a sus anteriores patronos (...) El Cid batalla por la pasta. Nada que objetar. Cada cual se gana la vida como puede. (...) Buscándose la vida, jugándosela, el señor de la guerra castellano amplió sus conquistas en torno a Valencia hasta imponer su autoridad a una serie de lugares que le rindieron patrias». El resto, como se sabe, es historia. Y hasta leyenda.