Cuando en una casa se diagnostica un cáncer el mundo se para. Literalmente. Quien lo ha vivido lo sabe y conoce bien esa sensación tan rara de no entender cómo las tiendas siguen abiertas, los autobuses funcionando y la gente riéndose y tomando algo en los bares cuando en la familia se ha abierto esa fosa tan negra del futuro incierto que ofrecen las palabras carcinoma o tumor. Por eso no faltan nunca los testimonios públicos para empatizar con los pacientes y su entorno, la demanda de más y mejores investigaciones, de una atención sanitaria de mayor calidad o un apoyo emocional y psicológico para pasar el trance. De lo que se habla bastante menos es de la catástrofe laboral y económica que para muchas personas supone estar, como mínimo año o año y medio de baja. Los trabajadores sociales de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), Oliver Fernández y Marta Ferradal, lo ven todos los días en sus despachos: «Cuando vienen por aquí vienen con un choque emocional muy grande porque no saben qué impacto va a tener en sus vidas, a nivel laboral, la enfermedad oncológica porque se ven inmersos en un proceso con diferentes etapas, todas ellas llenas de dudas», explica Ferradal.
A Sonia Ausín, de 50 años, en 2012 -cuando tenía 39-, le diagnosticaron un cáncer de tiroides después de mucho tiempo de tener molestias que eran minimizadas por su médica de Familia, que solo veía estrés en las taquicardias, el temblor de manos y piernas y el insomnio que le relataba, hasta el punto de que confiesa que llegó a pensar «que estaba loca», según recuerda. En el momento que se notó el bulto fue cuando empezó a pensar que no podía seguir trabajando. «Con 50 años tenía pensado haber empezado a pagar más a la Seguridad Social porque como depende de lo que abones la gente tiene que tener en cuenta que un pequeño autónomo no es como una gran empresa. Pero llegó el cáncer de mama y lo que me daban eran 700 euros, una cantidad por la que no podía encontrar a nadie que me sustituyera y si no cerraba el negocio, seguro que iba a pasarme por allí como lo hice cuando tuve el cáncer de tiroides, que no me cogí ni un día de baja porque tenía dos niños pequeños y debía tirar para adelante».
Elisa Rodríguez -que hasta el momento en que fue convocada por DB no conocía a Sonia- escucha atentamente su historia y se le nota en los ojos lo mucho que se identifica con ella. Porque también fue diagnosticada muy joven de un cáncer de mama -ahora tiene 51 años, cuando recibió la noticia, 38- que hace apenas unos meses se ha complicado con una metástasis.
«Por entonces yo trabaja por cuenta ajena, limpiaba una fábrica por las noches para poder dedicar el día al cuidado de mis hijos. Me cogí una baja por lo que yo creía que era una tendinitis pero como tenía algo en una mama, que achaqué a una mastitis porque mis niños eran pequeños, fui a mi médica de cabecera. Gracias a ella hoy estoy aquí porque me envió a Patología Mamaria y todo se hizo rápidamente. Cuando el doctor que me hizo la última prueba me dijo 'que tenga usted mucha suerte' ya sabía que era algo malo. Se me partió la vida», asegura.
(Reportaje completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos)