Era la mañana del domingo 27 de septiembre del año 1992. Ese día, en Roma, se beatificaba al Hermano Rafael -hoy S. Rafael Arnaiz- y el sacristán mayor de la catedral me pidió que buscara a algunas personas para subir a las torres y hacer sonar las campanas anunciando y festejando esa importante celebración.
Vinieron algunos amigos a los que conseguí despertar, y, como quedaban campanas libres, se lo propuse a tres muchachos madrileños que estaban visitando la catedral. Pensaron que era una broma, pero nada más lejano: se encontraron con el regalo sorpresa de conocer inesperadamente ese lugar tan especial.
Y esa fue siempre la función de las campanas: comunicar. Informar a la población. La etimología de su nombre proviene del ‘campo’, que origina el topónimo de la región italiana de ‘Campania’, donde se encontraban buenas materias primas y donde fueron instalándose quienes mejor conocían los secretos para su creación.
No es fácil la construcción de una buena campana: se trata de un proceso largo, complejo, laborioso, preciso y delicado: Porcentajes de su aleación (bronce), perfil, grosor, diámetros, tamaño, peso… son parámetros que influirán en su calidad sonora y en su conservación.
Solemos encontrar dos tipos de formas: las ‘romanas’ (hombros anchos, casi con el mismo diámetro en toda su longitud; que producen un sonido ronco y seco) y las esquilonadas (hombros estrechos que van aumentando el diámetro hacia su parte más baja; con una sonoridad más clara).
En la mayoría de ellas hay cruces y otros dibujos además de textos en relieve -muchos en latín-, el año de fundición, el nombre asignado y también, a menudo, los nombres de quienes las hicieron, de los donantes, del párroco o del alcalde de la población...
Así, en una de ellas puede leerse: Laudo Deum vero, populum voco, congruo clero, Satan fugo, mortuus ploro et festa decoro (Alabo al dios verdadero, llamo al pueblo, reúno a los sacerdotes, hago huir a Satán, lloro a los difuntos y adorno las fiestas).
En el archivo pueden encontrarse numerosos documentos relacionados con estos instrumentos. Por ejemplo, el 15 de julio de 1511 se contrata a dos campaneros, de Huérmeces y Burgos, la hechura de una campana del tamaño de la Mauriciana. En el documento se aportan datos con las características que debía reunir.
El 24 de julio de 1737, el fabriquero informa de que la campana de Santa Tecla ha salido con mala voz, por lo que el maestro se ha comprometido a refundirla con las mismas condiciones que la anterior.
El 3 de noviembre de 1816, el arcediano desea saber qué hacer con 1.500 reales que depositó el intruso rey José Bonaparte; como el dinero procedía de multas violentas, se entrega al fabriquero para determinar. Éste informa que el maestro campanero ha presentado un plan con las condiciones de fundición de una campana y manda que este plan esté en contaduría ocho días para que todos se informen.
Hemos visto la complejidad de la elaboración de las campanas; pero tocarlas también requiere conocimientos, sensibilidad, destreza… Además, su solidez y el tamaño nos ocultan su fragilidad, pudiendo quebrarse fácilmente si no se utilizan de manera adecuada.
Los modos de uso son variados: el repique se hace atando al badajo una soga de la que se tira. Se caracteriza porque la campana permanece quieta. Hay dos formas de hacerla sonar en movimiento: el balanceo (vaivén) y el volteo (giro completo).
Quizás lo más sorprendente es la cantidad de cosas que pueden decirse con una campana: el WhatsApp del pasado... Los numerosos toques son un extraordinario lenguaje que llega a todos los vecinos de un lugar. Especialmente resulta una efectiva forma de comunicación cuando muchos de sus habitantes están trabajando en los campos, alejados de la población, y hay que darles noticia de algo o requerir su presencia.
Hay toques religiosos: unos dirigidos a todos los habitantes en general para llamarlos a la oración, al rosario, a misa, al ángelus... y algunos casos especiales durante la Semana Santa o ciertas festividades y celebraciones (bautizos, funerales...) y otros utilizados en los monasterios y comunidades religiosas. En estos lugares, las campanas son el principal medio de comunicación durante la jornada, avisando de los diferentes rezos, horas canónicas y otras actividades (reuniones, comidas...). También suele haber un modo específico de llamada para cada uno de los miembros de la comunidad.
Otros son para los avisos de tipo civil: a concejo (convocando la reunión de los vecinos en la plaza), a fuego, quema o rebato (anunciando que había un incendio o un peligro), advertir de tormentas, para orientar cuando había niebla, a las cabras, a la buyada (bueyes), al molino...
También referidos a los toques, la catedral guarda numerosos y curiosos documentos:
6 de noviembre de 1444: se manda a los campaneros que toquen las campanas por la excomunión del comendador de Burgos.
El 2 de noviembre de 1462 se requiere al campanero que taña las campanas correctamente y cuide de que el reloj vaya a la hora.
El 17 de enero de 1684, habiendo muchos gastos en fábrica y cortos recibos, se acuerda reformar algunos salarios. Al campanero, de «veinte y cuatro mil ochocientos y veinte maravedises, se le rebajan a diez y ocho mil seiscientos y quince maravedises».
El 25 de septiembre de 1724, en la reunión capitular, se lee una carta de Felipe V informando de la muerte de su hijo Luis I; se acuerda el toque de campanas de la catedral por espacio de una hora y que los provisores manden que posteriormente se toquen en los conventos y parroquias de la ciudad, y que los diputados de la correspondencia escriban el pésame.
El 14 de marzo de 1873, el arzobispo de Burgos, dirigido al cabildo, comunica un despacho del alcalde de la ciudad Emilio de San Pedro para que el domingo 16 a las 11 de la mañana se toquen las campanas como anuncio de la proclamación de la República.
El 28 de junio de 1878 se acuerda hacer rogativas con la letanía de los Santos ante el aviso del arzobispo del gravísimo estado de salud en que se encuentra la reina María de las Mercedes. Cuando el presidente comunica el fallecimiento de la Reina se accede a tocar las campanas.
El 26 de febrero de 1883, se acuerda que el fabriquero entregue los nueve tapices solicitados el día anterior por el Ayuntamiento de Burgos para adornar la sala donde se van a recibir los huesos del Cid. El maestrescuela, como superintendente de ceremonias, informa de que al no tratarse de los huesos de un santo o beato no deben recibirse en la catedral pero que se toquen las campanas cuando lleguen a la ciudad y si después la comitiva quiere, puede acudir a un Te Deum.
En el siglo XX muchas campanas se convirtieron en máquinas de hacer ruido por la aplicación de electromazos y motores que ruedan todo el tiempo a la misma velocidad. Su sonoridad cambió radicalmente y desaparecieron la mayor parte de los toques tradicionales. También se van perdiendo los textos, la decoración e incluso la calidad de las fundiciones. Y con ellos, un patrimonio inmaterial ya casi olvidado...