Adiós a Mondeño, el hombre que fue torero antes que fraile

R. PÉREZ BARREDO
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Juan García fue figura del toreo en los 60. Cuando estaba en su punto más álgido ingresó en el convento dominico de Caleruega. Se salió, volvió a torear y tras su retirada se dedicó a vivir y a coleccionar coches de lujo

El diestro gaditano, entre Rafael Pedrosa y Antonio Ordóñez, en Burgos (29 junio de 1960). - Foto: Fede

«Torero novedoso para los aficionados burgaleses, Mondeño viene a nuestra plaza aureolado por una serie de triunfos grandes, que van jalonando su corta carrera de matador de toros. Tiene este diestro fama de triste y se cuenta su impasividad ante los toros, pues todos esperan la cogida en cualquier momento. Diestro serio, sereno y temerario, nacido en Puerto Real en el seno de una familia humilde, se cuenta de él que antes de decidirse a la práctica de la Tauromaquia mostró una irrefrenable vocación religiosa. El pasado año, en que se doctoró, sumó 27 corridas, justificando clase y arte, porque su toreo es de los que calan pronto en los gustos del público. Lleva alcanzados esta temporada ruidosos triunfos y se le aguarda con interés en Burgos». Este es el perfil que Chamarilero, crítico taurino de Diario de Burgos, dedicaba a Juan García Mondeño el día de San Pedro de 1960, debut en la plaza de Burgos del diestro gaditano que ha abandonado el mundo esta semana a los 88 años y que fue, en aquella década de los sesenta, uno de los grandes protagonistas de los ecos de sociedad patrios después de que, en la cúspide de su carrera, cambiara el traje de luces por el hábito dominico y se enclaustrara en el convento de Caleruega ante la sorpresa y la fascinación de la sociedad española.

Dio en el clavo Chamarilero con esa «irrefrenable vocación religiosa», porque sólo cinco años después de tomar la alternativa en la Maestranza de Sevilla con Antonio Ordóñez como padrino y en presencia de Manolo Vázquez, el diestro se cortó la coleta y se enfundó el hábito de la orden dominica. Fue toda una sorpresa, porque mientras vistió de luces fue una de las figuras de aquellos años. En su debut en el coso burgalés de Los Vadillos compartió cartel con el gran Rafael Pedrosa y Antonio Ordóñez. Y aunque fue el torero burgalés el que salió a hombros tras cortas dos orejas en una faena de relumbrón, también Mondeño fue triunfador, consiguiendo un trofeo.

Así recogió Chamarilero el papel del matador gaditano: «Lanceó al principio con ritmo, sin descomponer la figura. Tampoco el toro era codicioso y además acusó blandura de manos. En la faena hubo mérito, calidad y temple. Dos pases por alto muy buenos, trasteo, un desplante y tres derechazos soberbios, cerrados con uno de pecho enorme. Aplausos y entusiasmo del público. Otra serie de pases sobre la derecha, con rúbrica del pase de pecho, largo y torero. Ovación grande, música y olés. Dos naturales tirando bien del toro, uno por alto y cuatro más por arriba, plenos de garbo y elegancia, recreándose el torero en cada lance. Toda la faena fue serena, tranquila, plena de aguante y plasticidad (...)  Se nos ha mostrado como un torero hecho, con personalidad, poco dado al efectismo, sobrio y dominador», apuntó el cronista. Volvió a torear Mondeño dos años después en los Sampedros, pero con peor suerte.

Mondeño, en el centro, congregó a una multitud el día que tomó los hábitos en Caleruega (30 de agosto de 1964). Mondeño, en el centro, congregó a una multitud el día que tomó los hábitos en Caleruega (30 de agosto de 1964). - Foto: Fede

Fue en 1964 cuando regresó a Burgos, pero ya por otro motivo. Así lo recogió en su autobiográfico libro Mondeñinas. Recuerdos de Juan Mondeño: «Un día de 1964 decidí retirarme de los ruedos e ingresar en un convento [...] El día de mi toma de hábitos en Caleruega fue un acontecimiento nacional, todo lo que yo no quería [...] Y así un día tras otro me cansaron, enfermé y a los dos años de mi ingreso tiré los trastos de fraile y volví al 'mundo' del que salí». 

Diario de Burgos cubrió por todo lo alto el evento de la toma de hábitos, como no podía ser de otra manera. Hasta las cámaras del NO-DO estuvieron presentes. El acto no se pudo celebrar en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán por quedarse pequeña, realizándose en el patio del torreón.El novicio contó con la compañía de sus padres, dos sobrinas, el que había sido su apoderado, Alberto Álvarez Belmonte, y su mozo de estoques, José Nieto. «Siempre tendréis al 'padre Mondeño' rezando por vosotros», dijo a los periodistas a la conclusión de la celebración. El nuevo religioso se mostró feliz, relajado, radiante. Como si hubiese encontrado su lugar en el mundo. 

Pero aquella vida de recogimiento duró muy poco. Unos cuantos meses después fray Juan cayó en depresión y a finales de 1965 los corrillos taurinos se hacían eco de una posible vuelta a los ruedos del torero místico, que se confirmó poco después. Así contó ese momento en su libro.«Al salir del convento no tuve más remedio que volver a torear. En los dos años que estuve en el noviciado, mi familia se lo había gastado todo y lo peor eran las deudas. Se habían dedicado a vivir de lo que yo les había dejado y fueron vendiendo piso y terrenos. Lo que a mí me había costado tanto sacrificio ganar, ellos lo dilapidaron. Yo seguía teniendo juventud y de nuevo tenía que volver a empezar para poder seguir viviendo y que vivieran los míos con los medios necesarios. Otra vez tengo que torear por necesidad. Era mi trabajo, no sabía hacer otra cosa. Mi padre me explotaba, mi madre lloraba, mi hermano me robaba y yo rezaba y toreaba...».

Mondeño, hace unos años junto a uno de sus queridos Rolls-Royce. Mondeño, hace unos años junto a uno de sus queridos Rolls-Royce. - Foto: Del libro ‘Mondeñinas’

El día que anunció su vuelta a los ruedos, Diario de Burgos publicó una entrevista en la que habló abiertamente de su crisis y de la supuesta relación sentimental que había mantenido con una mujer francesa antes de tomar los hábitos. En esa entrevista, Mondeño admitió tener amistad con esa mujer pero negaba una relación amorosa. «Yo la quiero, pero de otra manera. Más que una amiga para mí es un familiar», declaró. Algunos biógrafos del torero y fraile han deslizado la posible homosexualidad de Mondeño, jamás admitida por éste. No era para menos: el del toro siempre fue un mundo de hombría y homofobia. Y aquellos, otros tiempos. Siempre manifestó Juan García Mondeño que su experiencia religiosa había constituido«el tiempo más feliz de mi vida» asegurando sentirse «muy dominico».Y que lo que más infeliz le hacía era el amor. «No puedo seguir mi vida religiosa. Se ve que Dios no ha querido que siga esta senda. Fue una crisis muy fuerte la que atravesé. Gracias a Dios ahora estoy mejor, y voy recuperando la alegría, porque el superior me dijo que incluso de torero se puede servir a Dios».

Volvió a los ruedos unos pocos años más, mezclando éxitos, fracasos y una cornada que a punto estuvo de enviarle antes de tiempo ante el Altísimo. Colgó los trajes de luces (siempre de colores claros: blanco, violeta, azul celeste) en 1970. Celoso de su intimidad, aficionado a la caza y a la pesca, vivió durante años entre Sevilla y Sanlúcar la Mayor (donde falleció el pasado cinco de enero) antes de fijar su residencia en París, donde residió largas temporadas en las últimas décadas entregado a una de sus grandes pasiones: los coches de lujo. En su libro autobiográfico escribió: «Si aún queda algún aficionado a los toros y se acuerda de que Mondeño fue torero y por casualidad pasa por París y ve un fantástico Rolls-Royce negro, elegante y silencioso, y dentro va un señor con borsalino, ése soy yo». Olé. 
Y amén.