Estaban encerrados, pero habían conquistado una libertad insólita: se formaron, leyeron, estudiaron, se prepararon para la verdadera libertad. En la década de los sesenta, la cárcel de Burgos se conoció como ‘la Universidad’: decenas de presos políticos, la mayor parte de ellos pertenecientes al PCE, libraron una movimiento de resistencia y resiliencia asombroso que tuvo en la solidaridad su base esencial. Sobre ese cosmos increíble gira el último libro del gran periodista y escritor catalán Enric Juliana, Aquí no hemos venido a estudiar (Arpa); una obra que tiene como hilo conductor a Manuel Moreno Mauricio, a quien Juliana conoció en su juventud, y que pasó nada menos que 17 años entre los muros de la prisión burgalesa. El libro es el fresco de una época muy concreta que, sin embargo, se proyecta en el pasado y, esencialmente, en el futuro, y permite comprender muchas de las cosas que sucedieron después (e incluso ahora).
¡Aquí no hemos venido a estudiar!›. La recia voz y la mirada dura del recién llegado impresionan a todos los hombres que forman el corro. Seis presidiarios, uniforme color marrón, cara helada, sentados entre dos literas en una de las celdas del penal más frÍo de España. Un preso vigila desde la puerta, otro está atento al fondo del pasillo de la brigada, otro aparenta estar distraÍdo en la escalera. Si los guardias suben antes de la hora del recuento, el hombre de la escalera levantará una mano con la máxima discreción posible, el vigilante del pasillo moverá el brazo y el vigÍa de la puerta avisará rápidamente al comité del Partido Comunista de España en la prisión de Burgos. Diciem bre de 1962. El frío es espeluznante. Este es uno de los pasajes del libro, que abunda esencialmente en un tema capital: el debate que se estableció entre quienes apostaban por seguir formándose y preparándose para cuando acabara el franquismo (tesis de Moreno Mauricio) y quienes creían que en ese momento, mediados de los sesenta, la dictadura estaba debilitada y era el momento de rebelarse (tesis de Ramón Ormazábal).
Aunque Enric Juliana se centra en aquella época ‘universitaria’ también da pinceladas sobre el infierno que representó el penal en la inmediata posguerra. "Los primeros momentos fueron de una dureza extraordinaria, con unas condiciones de vida terribles", apunta el autor. "En 1962 se produce un momento muy especial: una huelga minera en Asturias que deriva casi en una huelga general: País Vasco, Cataluña... Con una intensidad que nunca se habría producido tras la Guerra Civil. Ahí se abrió una discusión de casi dos años entre los que más tiempo llevaban en la cárcel, como Marcos Ana o Moreno Mauricio, con el nuevo contigente de presos que llega en esos años, como Ormazábal. Éste tenía una idea clara: el franquismo está a punto de caer, la sociedad está cambiando, la Iglesia va modificando sus posiciones con el Concilio Vaticano II, el mundo está cambiando... Ahí es cuando pronucia la frase que da el título al libro: ‘Aquí no hemos venido a estudiar’".
Esa frase, sostiene Juliana, revela la organización intelectual que reinaba intramuros. "El mito de la universidad de Burgos nace ahí. El nivel de organización fue francamente potente. La cárcel de Burgos era lo más parecido a un ateneo: se aprendían idiomas, literatura, historia, derecho... había hasta un cine-club. Ormazábal creía que la cárcel de Burgos debía ser la punta de lanza de la caída del franquismo". El debate, afirma el periodista catalán, fue arduo y entenso. "Esta discusión, que es más intuitiva que otra cosa en esa caverna de Platón que es el penal de Burgos, enciende la llama de otra más explícita dentro del PCE en el exilio y de personas que, como Semprún, están en el interior. Estos consideraron que el Plan de Estabilización introduciría cambios en la economía española y que el franquismo aún tenía cuerda para rato. Esas tesis fueron rechazadas por la dirección, que las consideraba derrotistas, creyendo que aún era posible una caída rápida de la dictadura. La discusión acabó mal: los disidentes fueron expulsados del partido. No fue una escisión, pero tuvo efectos fuertes. Porque fue una discusión muy importante en términos de diagnóstico político: hacia dónde va España. La historia demostró que Claudín y Semprún tenían razón. Carrillo se dio cuenta en los 70 y recogió esa tesis en la Transición. Esa discusión empezó en Burgos. Lo que sucedió en ese penal fue trascendental", apostilla Juliana.