TIRITIRANTES / El conjuro que desató la locura en el reino
‘Érase una vez...’ es una propuesta para público familiar, con tintes de humor absurdo y una fábula sobre vencer el miedo al cambio
Detrás de la puerta de una nave de un polígono industrial se fabrica la nueva producción de Tiritirantes. Nada de lo que ocurre allí dentro tiene que ver con la frialdad y grisura del entorno. Todo lo contrario. Detrás de unas cortinas que preservan el calor de una estufa en una amplia estancia sorprende un enorme castillo, con su camino tortuoso, sus aldabones, sus alabarderos, sus gloriosos banderines... y un larguirucho monociclo, una trikitixa o una bola gigante. Érase una vez... es el título provisional de este espectáculo familiar, interpretado por Óscar Ortiz y Jacinto Alonso Caballero, a los que en esta ocasión dirige Javier Ariza.
La historia se centra en un rey que recurre a un brujo para tener un hijo y que para conseguir que el conjuro resulte deberá cambiar su reino por completo. «Es una lectura muy sencilla, pero luego tiene otras que se podrían trasladar al siglo XXI. Hay que romper para crear algo nuevo, el cambio suele dar miedo, pero no hay que tenerlo, porque muchas veces es positivo», resume Alonso.
Una salida de esa zona de confort que, de alguna manera, ellos mismos ponen en práctica en Érase una vez... Por ejemplo, se enfrentan al desafío de interpretar a un buen puñado de personajes distintos, algunos pintorescos. Una locura que Ariza hace más loca aún. Pasan por ese castillo (la escenografía la firma Dr. Crea) un rey, una princesa, un mensajero, un brujo, un verdugo, centinelas, un levantador de piedras vasco, un gigante, un músico-equilibrista, un tullido...
«Tiene un hilo narrativo, aunque nosotros hablamos poco, contamos con una voz en off, y a ratos es una locura, con un humor que a veces recuerda a los Monty Python. Es una historia muy medieval, pero, de repente, suena un móvil o aparece un levantador de piedras vasco», avanzan sin olvidar su naturaleza circense. Estos personajes harán acrobacias sobre una bola, equilibrismos en una jirafa de cuatro metros de altura, malabarismos, música en directo o un número de magia sobre el que solo dicen que «será una gran ilusión final».
Sueñan con estrenar en la Feria Europea de Artes Escénicas para Niños y Niñas, Fetén, de Gijón o en la Feria de Artistas Callejeros de Leioa, ambas a celebrar en mayo, pero aún solo es un deseo. Lo que sí tienen seguro es que podrán iniciar los preestrenos en febrero-marzo.
La pandemia no ha tenido nada que ver con la puesta en marcha de la maquinaria para la creación de este nuevo espectáculo. La bombilla se encendió cuando aún nadie podía imaginar la que se venía encima. Compraron la nave que actualmente es su centro de operaciones y mientras la equipaban vieron las grandes posibilidades que ofrecía para trabajar en altura, sobre un andamio. La semilla estaba plantada. De esto hace casi dos años. Unos meses después arrancaron los ensayos y hace un año se sumó al proyecto el director. Un tiempo al que hay que restar el freno que los obligó a echar esta crisis sanitaria, pues los meses de confinamiento los pilló separados. Aunque, para su desgracia, también los permitió avanzar debido a los muchos bolos que se cayeron por el camino.
Como la mayoría de las compañías de teatro, Tiritirantes ha sufrido la bofetada del coronavirus. Calculan que cerrarán el año al 50%. ¿Es asumible? «Temblando estamos», responde sincero Alonso. «Teníamos un poco de colchón, pero otro año como este sería...», deja en suspense Ortiz y agrega Alonso de nuevo: «Si el verano no fluye de manera habitual, vamos a empezar a pensar cosas».
Este 2020 pilló al teatro por sorpresa, como al resto de sectores, y sus profesionales viven resignados ese balance negativo. Temen más lo que deparará 2021. «Soy optimista y en cuanto la situación sanitaria se arregle tienen que dar a la gente alegría y contarán con nosotros», confía Ortiz, mientras su compañero duda: «No sé si esto va a ser tan rápido. De repente, no nos van a dejar sociabilizar como antes, viene para largo, y arrastrará otras cosas como la programación cultural». A su colega no le baja de la ola positiva. Apuesta por la recuperación y acaricia como un talismán este montaje nuevo. El poder de la ilusión.
BAMBALÚA / Grandes cuentos para un dulce desasosiego
‘Inquietante’ adapta cinco relatos de temática fantástica, llevados a escena por primera vez, de escritores de los siglos XIX y XX
Basta un farol en la oscuridad y dos personajes pintorescos para que la curiosidad despierte. El poder del teatro tiene estas cosas. Y Bambalúa lo sabe. La compañía burgalesa juega con el misterio, el desasosiego y la penumbra en su nueva producción: Inquietante.
El espectáculo tira del hilo de La muerte de la máscara roja, un montaje realizado hace siete años para la Noche Blanca basado en un relato de Edgar Allan Poe. Un año después lo alargaron con adaptaciones de Bécquer y Pardo Bazán y se convirtió en Narraciones extraordinarias, con el que hicieron dos campañas escolares en institutos. «Interesaba a los profesores porque son autores que se trabajan en Literatura y, sorprendentemente, atrapaba de una forma mágica a los chavales, para los que tenía el atractivo de ser todo misterioso y juguetear con el miedo y la incertidumbre», recuerda Álex Britos.
Ese momento con el público juvenil quedó latente en la compañía. El runrún de hacer otra propuesta con esa temática se intensificó hace algo más de un año. Y, voilà, aquí está.
Inquietante es la adaptación escénica de cinco cuentos fantásticos o sobrenaturales de autores españoles a caballo entre el siglo XIX y XX. ¿Qué busca? Inquietar. He ahí el único hilo que cose las historias, independientes unas de otras y con distinto tono: generar inquietud en el espectador por medio del misterio, suspense, incertidumbre. «Producen un dulce desasosiego en el público», resume Britos.
Emilia Pardo Bazán, Ramón del Valle-Inclán, Miguel Sawa, Benito Pérez Galdós y Miguel de Unamuno son los elegidos para esta misión. «Son autores de corte realista y, más o menos, flirtearon con la literatura fantástica», anota y advierte que son relatos que se adaptan por primera vez al teatro, no son textos dramáticos «por lo que algunas son más fieles al relato y otras se han amoldado a exigencias de espacio, tiempo o de personajes».
La desnudez del espacio escénico, con una escenografía muy austera basada en cuatro bancos de madera, y el juego de luces y sombras dibujan unas atmósferas que intensifican ese desasosiego. Nadie saldrá indemne de la función.
El trabajo está muy avanzado. El parón provocado por la pandemia no ha sido el desencadenante. Empezaron a trabajar en esta obra antes, pero sí aventuran que de no ser por una agenda más despejada de lo que hubieran deseado y contar con tiempo no la habrían revisado hasta dejarla ideal.
«Antes de iniciar los ensayos en enero, ya habíamos hecho un abordaje de investigación, de lectura de 200 cuentos de ese periodo, de autores españoles con temática fantástica o sobrenatural, y ya estaban decididos. El confinamiento sirvió para hacer una relectura. Cambiamos dos piezas por otras distintas y, aunque la anteriores nos gustaban, ahora tenemos la sensación de que es un montaje redondo», se explaya Britos, que agradece el poder balsámico que para él ha tenido esta nueva producción en estos tiempos oscuros.
«Dentro de la desolación, la indolencia y el abatimiento, los ensayos han sido una bomba de oxígeno, olvidarte del panorama, de las restricciones, de la caída de actuaciones... La ilusión de un montaje nuevo ha sido un chute de vida, de sentirnos a gusto con nuestra profesión», expone Britos, asiente Salces y tiran de refranero para concluir con un ‘no hay mal que por bien no venga’.
El elenco, que se completa con Sito Matía, espera escribir la palabra estreno en su agenda de primavera. Quiere saltar al escenario en mayo, pero todo depende de la actualidad. «A nivel general, hay, por el momento, un estado de alarma hasta el 9 de mayo y con la experiencia que hemos tenido estos meses de estar suspendiendo y posponiendo funciones no vemos realista hacerlo antes», sostiene Salces.
2020 ha sido un año malo. Huelga decirlo. Ese balance negativo lo asumieron pronto. Porque lo que ya los preocupaba en abril era 2021. «Las perspectivas no son mejores. Ahora había unos presupuestos que se intentan cumplir, pero qué pasará con la Cultura este próximo año», se pregunta Salces y apaga el farol con el deseo de que en la vida real se encienda y se haga la luz.