Arturo Pérez-Reverte es un referente no solo de la literatura española, sino hispana y mundial. No se quiere saber, porque no está en la cuadra de la progrecracia que marca y da el carnet de bueno y poseedor de la verdad, pero tiene en nuestro país y el mundo entero más lectores que ningún otro autor español. Solo la impresionante Patria de Fernando Aramburu alcanzó y supero incluso sus cotas habituales. Acaba de publicar nuevo libro: Línea de fuego, una novela, lo digo ya, inmensa, estremecedora e imprescindible. Una obra que se asoma y se adentra hasta el corazón de la peor tragedia vivida en los últimos siglos por nuestra patria y nuestras gentes. Y que, esto es lo trascendental y su gran aportación, más aún en estos tiempos de hoy, nos reconcilia. Porque esa obra de guerra, devastación humana, sanguinaria y cruel, como lo es toda guerra y aquella más, sin concesión alguna, no equidistante sino ecuánime y que describe sin maniqueísmos el horror de la confrontación resulta que es el mejor antídoto para que el enfrentamiento y el odio, al que han desatado insensatamente quienes a través suyo, quieren imponer sus dictados, no se apoderen de nuevo de todos nosotros.
En ambos lados hubo asesinos y asesinados, víctimas y verdugos, en ambos lados miserables criminales y gentes de bien que intentaron salvar a los demás de ellos. Esos canallas, como siempre, donde mejor y más seguro lugar tuvieron para su vileza, la novela por ausencia lo retrata muy bien, por los frentes no asomaron, fue en las retaguardias, paseando con la pistola al cinto o firmando en los despachos las ordenes de fusilar. En la línea de fuego hubo episodios de inaudita crueldad, de ferocidad sin límite y de dejar aparcada cualquier compasión y de transgresión de cualquier convención. Por ambos lados también, valor, sacrificio, arrojo, resistencia, aguante, heroicidad y miedo pues sin él nada de lo anterior es verdadero.
Ese contrapunto subyace en todo el relato, pero hay algo más, aunque no haya declamación alguna, un espíritu que recorre la novela. El asumir el horror compartido y, a partir de ahí, que se saque una conclusión que tampoco declama ni hace discurso, porque no hace falta, ya está allí latente y palpitante al tiempo, y que fue lo que llevo un día a aquello que llamamos reconciliación nacional, sacar enseñanza, enterrar el odio y mirar al futuro, que fue lo que nos trajo democracia y libertad. Eso que hoy alguno, volviendo a jugar a retaguardia como entonces quieren dinamitar y enfrentarnos otra vez. Porque otra vez son los gloriosos combatientes del mitin, ahora heroicos luchadores antifranquistas sobrevenidos, que ni pegaron un tiro, ni se lo pegaron a ellos, ni siquiera sufrieron un porrazo de un gris quienes quieren empezar y ganar una guerra ya no contra Franco ni contra el fascismo que dicen, sino contra la convivencia, la paz y la reconciliación entre los españoles. Y lo que están consiguiendo es resucitar y desenterrar el mismo odio y el mismo rencor por el otro costado.
Pérez-Reverte, así lo ha escrito y declarado, sabía lo que iba a pasar con el libro. Lo que ha pasado ya, que esos extremos, encabezados por el primero, que es quien más enarbola ahora el discurso guerracivilista de buenos (ellos), y malos, (fachas, los demás) se le han lanzado a la yugular. No faltará ninguno de los concitados al aquelarre para unirse al griterío porque el morterazo les ha pegado donde más les duele. En la mentira. En los mismísimos, vamos. Esa rabia es quizás el mejor aplauso para el autor, que además está arrasando en ventas. Hasta ha dejado atrás a Ken Follet, que me van a perdonar, me alegro una barbaridad por eso de habernos señalado a los españoles como «los mayores torturadores del mundo».
La guerra con sentimiento
Arturo cuenta la guerra no solo con lo estudiado y documentado, sino con lo que ha visto y sentido, por ejemplo, en una guerra parecida, la de la antigua Yugoslavia, por ese elemento esencial, de serlo entre, sino hermanos, sí vecinos y antes parte de una misma nación y en alguna escena y el combate casa a casa y hasta en diferentes pisos y habitaciones de la misma, no se lo han tenido que contar. Pero lo que cuanta es la gente, cada uno y cada cual. Esa es la grandeza de esta obra. Esos hombres y alguna mujer, era la guerra de verdad, en su fiera y mas terrible pero esencial humanidad.
Línea de Fuego es una novela de hueso y carne viva. Sin grasa. Es un Arturo Pérez-Reverte en su más espléndida madurez literaria despojada más todavía que nunca de condicionantes. Nunca ha estado alineado, pero ahora menos aún, con partidos ni con doctrinarios, ha repartido estopa a diestro y a siniestro, o sea derecha y a izquierda y cada vez es una voz más libre y sin ataduras que se eleva para opinar sobre lo que considera y lo hace con total claridad y honradez intelectual. Se puede estar de acuerdo o en la contra más total. Pero es libre y, en estos tiempos, que amenazan mordazas, algo muy de apreciar. Por eso el mensaje, que no se proclama como tal en absoluto, pero que está ahí para quien lo quiera escuchar tiene hoy un enorme valor. Nunca había, hasta ahora, tratado el tema, recurrente en tantos autores y casi siempre con mensaje de tuerto.
No sé ni siquiera si en algún momento se le pasó por la cabeza al autor esta intención, pero a mi es lo que me ha quedado tras la lectura. La guerra contada para la reconciliación.