El panteón real de Juan II e Isabel de Portugal es la gran joya escultórica de la Cartuja de Miraflores. Obra maestra del gótico español y la mejor de cuantas realizó el afamado artista Gil de Siloe, tan formidable sepulcro realizado en alabastro continúa encerrando muchos misterios: algunos están en la rica ornamentación, en su exuberante iconografía; otros, en las dudas sobre algunas de las figuras que rodean las efigies de los monarcas. Y en las ausencias de otras. Especialmente de una: la talla de SantiagoElMayor que, durante siglos, estuvo ubicada en la cabecera del panteón, junto a la cabeza de la reina. Esa figura es propiedad desde hace décadas del Metropolitan Museum de Nueva York (MET), entidad a la que la comunidad cartuja ha solicitado su devolución.
Aunque hace ya unos meses que se realizó la petición de forma oficial a través de la Embajada de España en Estados Unidos, aún no se ha producido respuesta alguna por parte de la pinacoteca norteamericana. Pero los cartujos no pierden la esperanza: entienden que esa pieza artística salió de forma irregular del monasterio en los albores del siglo XX para terminar siendo vendida en subasta pública, y que su lugar no puede ser otro que entre los muros tras los que habita esta orden contemplativa. En las estancias que pueden ser visitadas por el turismo se exhibe desde hace unos años una réplica de esta efigie, financiada por la Junta de Castilla y León, que se muestra en el interior de una vitrina, fuera de su contexto real.
Si la petición de la comunidad cartuja será atendida o no todavía es una incógnita. Lo que es incuestionable es que esta pieza fue robada del monumento funerario, hecho más que demostrable y que ha sido estudiado y analizado desde entonces y hasta nuestros días por distintos investigadores e historiadores.Detrás del latrocinio (que no fue el único, porque se sabe que hay más piezas que salieron de forma clandestina del cenobio cartujo), un más que siniestro personaje; un tipo que, en el primer cuarto del siglo XX, realizó todo tipo de desmanes, perpetrando atentados de todo pelaje contra el rico patrimonio artístico burgalés.
Se llamaba José María de Palacio y Abárzuza y ostentaba el grandilocuente título nobiliario de Conde de las Almenas.Refinado, culto, políglota y amante del arte, no fue sino un embaucador y un sinvergüenza que, revestido de mecenas y con la vitola de defensor del patrimonio, no hizo otra cosa que conseguirse una ingente colección de obras artísticas valiéndose de las peores artes.
Aunque ya fue en su día desenmascarado por algunos prohombres de esta ciudad, caso de Juan Albarellos, gran director de este periódico en las dos primeras décadas del pasado siglo, más recientemente ha sido la profesora de Arte de la Universidad de Valladolid María José Martínez Ruiz la que ha arrojado luz sobre tan oscuro personaje y sobre un episodio -el que rodea al sepulcro en alabastro- tan lleno de sombras. «La obra se ofrece como un fabuloso rompecabezas donde ni están todas las piezas que lo componían, ni puede asegurarse que son todas las que están o, cuando menos, que están donde debieran. Algunas pequeñas esculturas han desaparecido de su primitivo emplazamiento; otras, cuya relación con el sepulcro también admite ciertas dudas, han sido recompuestas en tiempo reciente; unas descabezadas, otras con cabezas que no se corresponden con el cuerpo y en medio de tan complicado trasiego surge un cúmulo de preguntas: cómo, cuándo y en qué circunstancias fue variando el aspecto del sepulcro y, sobre todo, dado que faltan algunas piezas originales y han sido reemplazadas por otras, ¿por qué salieron de la Cartuja? y ¿dónde se encuentran?».
En el año 2006, durante las obras de rehabilitación del impresionante conjunto de imaginería de la nave central de la iglesia del monasterio, algo llamó la atención de los restauradores: la enorme diferencia que se percibía en la calidad de algunas de las piezas que integran el fabuloso conjunto funerario. Se pensó que podría deberse a que tal vez no todas habían salido de la mano prodigiosa de su Gil de Siloe, sino de las menos expertas de alguno de los aprendices de su taller. Sin embargo, la tesis más probable, que defiende Martínez Ruiz, se impuso rápidamente: las manos culpables de tanta diferencia nada tenían que ver con el noble arte de dar forma y esculpir la piedra, sino con el de la falsificación y el robo. En este punto es en el que aparece señalado el conde de las Almenas.
En los albores del siglo XX, el cenobio burgalés arrastraba diferentes males, herederos de los expolios llevados a cabo por las tropas napoleónicas durante la invasión francesa y por las sucesivas desamortizaciones posteriores. En ésas se estaba cuando hizo su aparición en Burgos el conde de las Almenas, quien en su calidad de presunto mecenas y con el beneplácito de los moradores del monasterio, se arrogó la responsabilidad de llevar a cabo obras de reforma en el interior del templo que, como pudo comprobarse al cabo, no obedecían más que a un fin exclusivamente crematístico.
La 'rehabilitación'. En su detallado e interesantísimo estudio Las aventuradas labores de restauración del conde de las Almenas en la Cartuja de Miraflores, la historiadora del arte desvela que fue hacia 1905 cuando el conde de las Almenas inició la personalísima 'rehabilitación' del monasterio cartujo, que se prolongó durante años con un resultado nefasto. En un estudio realizado en 1936, y que tenía como referencia otro de 1905, la historiadora apunta este saldo en el haber de Abárzuza: «La escultura de Santiago el Mayor había desaparecido y tres figuras nuevas, que nada tenían que ver con el conjunto inicial, habían irrumpido entre los apóstoles [el sepulcro original estaba rodeado por doce figuras, de las que sólo quedaban cuatro a finales del XIX] quizá para disimular los huecos dejados por las obras perdidas. Se trataba de un San Esteban, que procede de la tumba vecina del infante don Alonso, así como una santa y un santo dominico con libro; estos dos últimos habían sido reconstruidos. Es decir, imágenes procedentes de otro lugar, y aparentemente poco acordes con el programa iconográfico original, habían sido mezcladas con las primitivas, a lo cual se añadía una general reordenación del grupo».
Sin embargo, el conde las Almenas se vio envuelto en 1915 en una polémica después de que aparecieran denuncias sobre sus fechorías de las que la prensa de la época se hizo, y de que especialmente Diario de Burgos, con su director Albarellos a la cabeza, hiciera de éste un 'casus belli'. Para limpiar su imagen, el conde de las Almenas abrió una suscripción popular, inaugurada por él mismo con 5.000 pesetas, cuyo dinero iría destinado a proseguir la reforma del templo. La maniobra apaciguó los ánimos de los burgaleses, aunque Abárzuza, que se había visto sorprendido, y sintiéndose acorralado por parte de la sociedad burgalesa, decidió al poco tiempo buscar nuevos horizontes en los que cometer sus actos depredadores.
Para Martínez Ruiz, el también marqués del Llano de San Javier encarnaba a la perfección la ambigua pasión por las artes, propia del coleccionismo artístico de principios del siglo XX, «donde los intereses más o menos altruistas, ligados a la protección de la riqueza artística, encontraban perfecto acomodo con otros fines más crematísticos, como el lucro personal». La pasión por las obras de arte de este personaje le llevó a edificarse un palacio en Torrelodones(a la manera del 'Xanadú' de la películaCiudadano Kane) conocido como 'El Canto del Pico' a partir de fragmentos arquitectónicos y escultóricos de muy diversa procedencia. Aquel estrambótico edificio, que atesoraba en su interior buena parte del arte reunido por el conde, pasaría a la historia años más tarde, cuando, a la muerte de Palacio y Abárzuza, se convirtiera en residencia eventual del dictador Francisco Franco.
La subasta. En el año 1926, con la excusa de una exposición, el conde las Almenas trasladó hasta Nueva York nada menos que 447 de sus más preciadas piezas. Éstas fueron subastadas al año siguiente (el magnate William Randolph Hearst compró un buen puñado de ellas, mientras que otras terminaron en colecciones particulares y en museos). Hasta el prestigioso rotativo The New York Times aseguró que se trataba de la venta de la colección de arte español más importante realizada nunca antes en Estados Unidos. Una de las joyas de la misma fue la estatua de alabastro de Santiago el Mayor de la Cartuja de Miraflores, que desde entonces se exhibe en The Cloisters, museo perteneciente en el Metropolitan Museum de Nueva York. Asimismo, en el catálogo de aquella subasta figuraba un pájaro de alabastro, también obra de Gil de Siloé, según todos los expertos perteneciente al armazón ornamental que rodea el sepulcro. Palacio y Abárzuza no subastó, por contra, una tercera pieza procedente de Miraflores, y que él consideraba la joya de su colección: se trata de una figura barbada, con la cabeza cubierta y portando un libro abierto, similar a las que ornan las paredes de la tumba. El conde quiso salvar esta pieza a toda costa; para ello, cuando estalló la Guerra Civil enEspaña, ordenó a sus criados que la enterraran en su finca del 'Canto del Pico'.En la actualidad, esta talla se encuentra en una colección particular.