Los pacientes que ingresan en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por complicaciones de la enfermedad del coronavirus se asfixian. Es literal, y, hasta que uno no lo ve, no termina de comprender por qué sus pulmones necesitan una asistencia inmediata que, en este momento de la tercera oleada, varios hospitales de Castilla y León no pueden prestar por saturación. Solo la UCI del HUBU está en condiciones de ofrecer camas y lo hace de continuo, a pesar de estar trabajando a más del 200% de su capacidad: se inauguró con 26 puestos y atendía ayer a 50 enfermos, de los cuales 37 por covid. Y de estos, más de la mitad procedían de Segovia, Palencia y Valladolid. En general, son personas mayores, muchas veces con sobrepeso importante, que han dejado en casa o en el hospital a otros parientes contagiados. En el momento en el que Burgos no pueda atenderlos, habrá que pedir ayuda a Cantabria o al País Vasco, pero los intensivistas del HUBU confían en no llegar a ese punto. En este reportaje, el primero que un medio de comunicación hace desde dentro de la unidad en once meses de crisis, muestran por qué.
El día en la UCI comienza alrededor de una mesa, en la que, con distancia y ventilación, los 17 intensivistas en activo comparten lo más relevante de cada uno de los 50 ingresados. En la pared hay unas pizarras en las que se han pintado con rotulador los planos de las seis secciones que conforman ahora la UCI (60 puestos abiertos, con posibilidad de llegar a 62) y se informa de qué médico está a cargo de cada una, así como qué boxes están libres, tanto en áreas para pacientes con covid como para toda la patología diversa. Así, cada vez que suena el teléfono para pedir una cama, y ahora suena mucho, todo el equipo tiene claro dónde se le puede ubicar. Enfermería, con cien profesionales, hace otro tanto con cada turno y, una vez finalizadas las sesiones, quienes van a atender a los infecciosos se visten para ello.
Lo hacen siempre de dos en dos o ante un espejo, para asegurarse de no quede piel expuesta al virus. La falta de Equipos de Protección Individual (EPI) y recursos materiales fue característica de la primera oleada, pero ahora tienen variedad; el estándar es un buzo blanco, plastificado y con capucha que se coloca sobre el pijama, los zuecos, las calzas y sobre un primer par de guantes. Con una tijera se hace un agujero para enganchar las mangas al pulgar y asegurar la sujeción. A continuación, otro par de guantes, dos mascarillas -la primera con filtro y la segunda quirúrgica- y unas gafas. Se sube la capucha y así, con un calor horroroso y sudando de continuo, médicos, enfermeros y auxiliares pueden pasar hasta un turno completo; es decir, ocho horas. Con el paso del tiempo consiguieron otros 'epis' más amplios y menos sofocantes, lo cual facilita el trabajo, con mucho movimiento corporal. «Hasta el comienzo de la pandemia no habíamos necesitado estos 'epis'. Solo se hubieran utilizado en la crisis del ébola, pero no llegó. Y para atender a pacientes con tuberculosis, VIH o hepatitis usamos otros diferentes», explica el coordinador de las camas covid de la unidad, el médico Sergio Ossa.
(El reportaje completo, fotografías exclusivas desde dentro y la actualidad de las últimas 24 horas, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)