«Esa matanza destrozó al pueblo»

R. Pérez Barredo
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Hace ahora 65 años que Elicio Rojo Serna, vecino de Villamayor de Treviño, inició una orgía de sangre y muerte que marcó para siempre a esta localidad. Tres muertos, dos heridos... Una tragedia que nadie ha podido olvidar

Trini, que vio al asesino aquel infausto día mientras ella jugaba en una era, no ha olvidado nada del suceso. - Foto: Jesús J. Matías

La luz de la tarde alarga las sombras de las cruces de las tumbas del pequeño camposanto. No hay muchas lápidas, por lo que resulta fácil y rápido constatar que ninguna tiene inscrito el nombre de quien, hace 65 años, sembró de sangre y muerte Villamayor de Treviño, pueblo que quedó marcado por una tragedia que nadie ha podido olvidar. Hay mucho silencio en sus calles, que han dejado atrás el jolgorio del verano pese a que la tarde de septiembre es espléndida. El sol se solaza camino del horizonte que lo engullirá, y parece depositar la fuerza de sus rayos en la siempre imponente Peña Amaya, cuyo perfil mítico rivaliza a lo lejos con un cielo intensamente azul, como recién pintado por Velázquez. También era soleada la tarde de septiembre de 1957 en la que Elicio Rojo, de 35 años, corpulento y algo huraño, dio inicio a una historia terrible que concluyó semanas más tarde en el montañoso baluarte que se otea en lontananza desde este pueblo a orillas del río Odra.

Trini tenía siete años. No sólo no lo ha olvidado, sino que recuerda perfectamente, como si fuera ayer, cada instante vivido aquella tarde trágica. Ella se hallaba con otros niños (entre ellos, con un sobrino del asesino) ramaleando en la era por la que el asesino pasó con su escopeta antes de huir del pueblo.Le vio con el arma en la mano, sin saber aún que había dejado atrás un reguero de dolor y de muerte. Y que estaba a punto de disparar a su última víctima, Prosidio Revilla. «Estábamos cogiendo hierba para dar de comer a los conejos cuando le vi pasar.Allí mismo disparó al último, que estaba con la escoba en la mano. Esas imágenes las tengo grabadas», confiesa esta vecina de Villamayor de Treviño. «Fue muy fuerte lo que pasó. Y marcó al pueblo. Lo destrozó. Yo era pequeña pero algo así... Esto no se ha olvidado ni se olvidará en la vida».

No hay en el pueblo unanimidad en el recuerdo del carácter de Elicio Rojo. Hay quienes le perfilan como un tipo hosco, bruto, en ocasiones malencarado; otros le evocan como alguien normal, e incluso generoso y solidario con sus vecinos. Trini, por ejemplo, dice que a su padre le ayudó en cierta ocasión en que había volcado el carro que éste conducía. Otra vecina del pueblo, Julia, quien también recuerda perctamente el día de marras, hace un retrato totalmente diferente del homicida: habla de un hombre bruto, violento, que daba hasta miedo en ocasiones. Le culpa de que Villamayor de Treviño ha acarreado, desde entonces, muy mala fama. «Cuando en este pueblo somos todos gente buena, majísima. Se pasó muy mal entonces, porque aquel hombre lo fastidió todo.Nos puso muy mala fama al pueblo, muy mala.Esta matanza arruinó al pueblo ».

El sábado 7 de septiembre de 1957 Elicio RojoSerna regresaba de cazar junto a un vecino de Padilla de Arriba, Francisco Amo, más conocido como El Hazañas. Eran cerca de las seis de la tarde cuando Elicio invitó a Francisco a merendar en su bodega de Villamayor. Según relataría más tarde éste último a agentes de la Guardia Civil, fue entonces cuando, para sorpresa del compañero de caza, Elicio le confió su terrible plan, que empezó a ejecutar al punto: no hizo más que participar su delirio homicida cuando Elicio se levantó, salió de la bodega y entró en una contigua; lo que siguió fueron dos disparos que irrumpieron en la tarde con eco homicida.La víctima, Gregorio Villaescusa, el herrero del pueblo, de 52 años, casado y con seis hijos. Con los dos tiros que recibió por la espalda quedó herido de muerte. Fue el primero.

Le siguió Pepe Marín Bayona, de 54 años, que se hallaba en una finca de su propiedad: dos disparos le dejaron malherido. Anselmo Bustamante, de 68 años de edad, fue su tercer objetivo: Elicio lo sorprendió limpiando la era; también le descerrajó dos tiros por la espalda. Ebrio de sangre, de rabia, de odio, el asesino buscó y encontró al veterinario, Domingo Chomón, de 34 años de edad, casado y padre de dos dos hijos. Le tiroteó a bocajarro en el rostro, dejándole muerto en el acto. La escalada de horror no se detuvo ahí: otro labrador, Prosidio Revilla, de 55 años, recibió dos certeros disparos que acabaron con su vida. Tras este último asesinato, huyó del pueblo.

Emilio tenía catorce años cuando ocurrió. Apoyado en la verja de su finca, señala el punto exacto en el que Elicio abatió al veterinario. Allí recuerda haber visto el cadáver de Domingo Chomón. Al igual que otros vecinos con los que habló este periódico, el móvil de la súbita vesania de Elicio Rojo fue la caza. «Fue un problema de caza. De cotos y todo eso.Elicio quería cazar en todos los sitios pero en el pueblo había gente que no quería que lo hiciera. Varios de los que disparó eran cazadores como él... No estaba loco ni nada, ¡si a los chavales nos invitaba a la bodega y todo!Era muy normal».Emilio estaba metiendo grano en un almacén cuando oyó las detonaciones, que él atribuyó a petardos porque el día antes se había celebrado la fiesta del pueblo.Pero al rato vio a Elicio con su escopeta. Y después el cuerpo sin vida del veterinario. «Creo que fue a buscar a un tío mío y no lo encontró.Y también al cura», señala. «Esto no se puede olvidar. Han pasado 65 años, pero como si pasan doscientos».
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